La ciudad de Hamburgo dejará de comprar capsulas de café y agua embotellada. La medida forma parte de un extenso plan aprobado para suprimir la compra pública de productos hechos de plástico con un ciclo de vida corto. La segunda ciudad de Alemania apuesta por un modelo verde que implica a los funcionarios y tiene un gran impacto económico. 

El consenso político entre partidos fue clave para realizar la transición sostenible. La llamada "Guía de compra verde", un documento de 150 páginas, orientará a las autoridades de la mayor ciudad portuaria del país hacia una serie de normas sostenibles que afectarán a la adquisición de distintos tipos de productos, desde higiénicos a material de oficina, pasando por iluminación o recepciones.

A partir de ahora, los servicios de limpieza no usarán ningún producto con cloro, el Gobierno cederá bicicletas a los funcionarios o promocionará suscripciones al transporte público. Además, cuando el personal administrativo quiera beber agua, deberá rellenar sus propios vasos en una extensa red de fuentes habilitadas.  

"Todo este procedimiento ha tenido un amplio consenso entre los partidos", explicó Jan Dube, portavoz de la ciudad en materia medioambiental, quien precisó que las líneas de la guía están destinadas a no provocar sobreprecios. Hamburgo cuida su economía y apuesta a la ecología: el ahorro energético en consumo servirá para compensar eventuales adquisiciones ecológicas a medio y largo plazo. Las medidas afectan a sistemas de iluminación y compra de equipos.
 

Impacto nacional

Con casi dos millones de habitantes, la ciudad es la más rica del país y cada año destina unos 250 millones de euros a la compra de material administrativo. La medida tendrá, por tanto, un amplio alcance. El modelo verde permitirá ahorrar a la ciudad 52 millones de litros de agua y 285 toneladas de dióxido de carbono emitido.

Alemania es uno de los principales referentes europeos en la llamada transición verde hacia las energías renovables. La consciencia medioambiental de sus ciudadanos se puede apreciar en la gran variedad de contenedores de los que se dispone para clasificar los materiales o en las máquinas que dan dinero por cada botella reciclada. No es de extrañar, entonces, que una ciudad alemana como Hamburgo haya sido pionera al hacer este gesto.