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21 DE NOVIEMBRE DE 2024
En esta columna, una reflexión sobre la necesidad de plantear qué tipo de futuro post pandemia queremos para imaginar y construir nuevos modelos de organización de nuestras sociedades.
La pandemia causada por la COVID-19 ha marcado una crisis en el modelo de crecimiento económico y ha puesto en cuestionamiento conceptos preestablecidos. Sociedades complejas, avanzadas y modernas han entrado en crisis de la noche a la mañana y aún no se logra dimensionar con exactitud la magnitud de los impactos que este cataclismo global ha provocado. Esta crisis presenta distintas facetas (económica, ecológica, política y social), con implicancias de corto y largo alcance. No obstante, es en momentos de crisis cuando surge la oportunidad de cambiar y elegir nuevas orientaciones para la humanidad. Como consecuencia, se plantea la necesidad de revisar el antropocentrismo y las narrativas e imágenes que orientan la construcción de futuros. Para influir en esas narrativas, es necesaria la participación de todos los actores sociales, y su articulación para construir poder. Aunque la principal prioridad en este momento de los gobiernos es hallar una vacuna tan pronto como sea posible y mitigar las consecuencias económicas y sociales de la pandemia, es necesario mirar más allá de la coyuntura actual. En tiempos en los que desde el Foro Económico Mundial se habla de resetear el capitalismo, es necesario plantear qué tipo de futuro queremos para la humanidad, para imaginar y construir nuevos modelos de organización de nuestras sociedades. Este artículo se propone realizar, en primer lugar, una breve descripción del estado de cosas actual a nivel global en materia ambiental y se brindan algunos elementos para orientar la construcción de futuros en la post pandemia desde un enfoque basado en el desarrollo humano.
En primer lugar, cabe mencionar algunos datos ilustrativos acerca del estado de cosas actual a nivel global desde el punto de vista ambiental. Según un reciente informe de Naciones Unidas elaborado por la Plataforma Intergubernamental de Ciencia y Política sobre Biodiversidad y Servicios de los Ecosistemas (IPBES), la contaminación causada por plásticos se ha incrementado 10 veces desde 1980. La degradación de la tierra ha reducido la productividad del 23 % de la superficie terrestre mundial. Entre 300 y 400 millones de toneladas de metales pesados, disolventes, lodos tóxicos y otro tipo de desechos de instalaciones industriales se vierten cada año en las aguas del planeta. Los fertilizantes que ingresan a los ecosistemas costeros han producido más de 400 “zonas muertas” en los océanos, que totalizan un área de más de 245 000 km2 (un área mayor a la del Reino Unido). En 2015, el 33% de las poblaciones de peces marinos se ha capturado a niveles que son considerados insostenibles. Más de un tercio de la superficie terrestre del mundo y casi el 75 % de los recursos de agua dulce se dedican ahora a la agricultura o ganadería. Entre 1980 y 2000 se perdieron 100 millones de hectáreas de bosque tropical, como resultado principalmente de la ganadería en América Latina y de las plantaciones en el sudeste asiático. La extracción de madera en bruto ha aumentado el 45 % y ahora se extraen aproximadamente 60 000 millones de toneladas de recursos renovables y no renovables en todo el mundo cada año, el doble de lo que se extraía en 1980. Las áreas urbanas se han más que duplicado desde 1992. En paralelo, la población mundial se ha más que duplicado (de 3700 a 7600 millones), con un aumento desigual entre países y regiones.
La otra cara oculta de este modelo de crecimiento y de la voracidad ilimitada por los recursos naturales es el avance continuo sobre ecosistemas y áreas habitadas por pueblos indígenas, que sienten la presión de actores que avanzan sobre sus territorios. Según un informe reciente elaborado por la organización Global Witness, las cifras de asesinatos a líderes ambientales ha registrado una suba significativa en el año 2019, una tendencia que no disminuye desde el año 2015. Más de dos tercios del total de muertes de ambientalistas se han dado en América Latina; de los 10 países con el mayor número de líderes muertos, siete son latinoamericanos (Colombia y Brasil son los países más afectados en la región). Entre los sectores, la minería y las industrias extractivas son los más letales para los defensores ambientales, seguidos por el sector de la agricultura, ganadería y explotación forestal.
A la luz de estos datos, es necesario plantear la necesidad de un cambio de paradigma, lo que implica necesariamente la necesidad de realizar cambios culturales en las sociedades como un todo y en el comportamiento de los individuos. El desarrollo científico y tecnológico dentro del mismo paradigma mental no contribuirá a solucionar el problema. Para realizar estas transformaciones culturales, se parte de un concepto de desarrollo humano distinto, que no tiene que ver exclusivamente con el crecimiento económico y el bienestar material. Comprende la creación de un entorno en el que las personas puedan desarrollar su máximo potencial y llevar adelante una vida productiva y creativa de acuerdo con sus necesidades y aspiraciones personales. En el mismo sentido, la medición del bienestar en los sistemas estadísticos de los gobiernos deberá cambiar para reflejar este cambio de paradigma.
Estos cambios culturales requieren de esfuerzos colectivos a gran escala y de una fuerte revisión de la educación. Los resultados de estos cambios solo podrán verse en el largo plazo y la educación debe ser un eje en la agenda, incorporando nuevas dimensiones, como el desarrollo espiritual, la conciencia ecológica y la gestión emocional de las personas, todas dimensiones que hacen a un desarrollo humano en armonía con el entorno social y ambiental.
Además, es necesario replantear el actual paradigma de consumismo que está en el corazón del sistema económico. El consumo masivo a gran escala es reciente en la historia de la humanidad. Su surgimiento proviene del período de la Revolución Industrial y la aparición de la industria publicitaria, que apunta a despertar el deseo de acceder a una cantidad infinita de productos y servicios. Todo esto nos lleva a la necesidad de pensar en el bienestar humano y la felicidad desde otra aproximación, basada en la psicología, las neurociencias y la sociología. Siguiendo el enfoque de Abraham Maslow de las jerarquías de las necesidades y motivaciones humanas, las políticas públicas deberían orientarse primero a asegurar las necesidades más básicas de los seres humanos para luego permitir la realización de sus aspiraciones más elevadas como personas.
En conclusión, de no realizarse cambios radicales en la organización de nuestras sociedades, los escenarios a futuro son sombríos. Los Objetivos de Desarrollo Sostenible no podrán alcanzarse de seguirse la misma trayectoria. Ya el Club de Roma, en el año 1972, informaba acerca de los límites al crecimiento económico en un planeta finito. Como se ha visto, solo de una manera holística e interdisciplinaria se pueden comprender y abordar los problemas que enfrentamos en toda su magnitud y complejidad. De igual manera, es necesario actuar en distintos niveles, desde lo local a lo global. Deben encontrarse maneras de subordinar los objetivos de corto plazo a largo plazo, analizando maneras de modificar el comportamiento humano y los sesgos cognitivos en los procesos de toma de decisiones. Las tendencias negativas en la naturaleza continuarían hasta 2050 y más allá en todos los escenarios de políticas analizados en el Informe de Naciones Unidas mencionado anteriormente, excepto aquellos que incluyen un cambio transformador, debido a los impactos proyectados del aumento del cambio de uso de la tierra, la explotación de organismos y el cambio climático, aunque con importantes diferencias entre regiones.
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