Para la nueva jueza de la Suprema Corte, la paridad tiene que existir en las actividades pública y privada
En el sistema judicial local las mujeres son mayoría, pero los puestos de mayor jerarquía siguen ...
23 DE DICIEMBRE DE 2024
Por Roberto Follari, epistemólogo, docente y doctor en Psicología.
Habiendo sido Pascua, viene aún más a cuento la referencia evangélica de San Mateo, por la cual, preguntado Jesús si había que perdonar hasta siete veces, él afirmó “setenta veces siete”.
Ese era su precepto. Pero en la técnica del golpe judicial (lawfare), estrategia sistemática de Washington contra gobiernos populares latinoamericanos –casos Brasil, Ecuador y Argentina son elocuentes- no se perdona ni una. Ni siete, ni una. Y así, se inventó que el juez Casanello se había reunido con Cristina de Kirchner en una ocasión. Eso valió para decenas de tapas, titulares, horas y horas de enjundia, más pseudo indignación televisiva. Era inadmisible. Esa sola reunión –que nunca existió, además- sirvió para animar intentos de destitución del juez, inicio de causa judicial en su contra, y enorme escarnio público. Del cual no se vuelve: los inventores de la versión (o mejor, los efectores, uno de los cuales es chofer) admitieron haber mentido, y están juzgados por falso testimonio. Casi nadie lo sabe, por supuesto, y muchos creen que Casanello sería un juez corrupto: es que poco se puede con tantos zócalos de tv en contra.
Pero la trampa se ha vuelto contra los que la hicieron. Porque ahora no hay una sola reunión. El juez Borinski tuvo…quince entradas a Olivos!! Importa nada si fue a jugar paddle (como dijo insólitamente), o a arreglar temas judiciales, lo cual –de haber sido cierto- debiera haberse hecho público y explícito, no realizado en silencio y descubierto por rastreos muy posteriores. Ni uno, ni siete: esto suena ahora a “setenta veces siete”, pero no en cuanto a perdón, sino en la clave en que se lo usó contra Cristina de Kirchner, atropellando en el medio a Casanello: como condigna necesidad de repulsa pública y castigo.
Importan poco las explicaciones. Cuando se crucificó a Casanello para atacar a la ex presidenta, no se admitía explicación alguna: la sola visita era entendida como pecado suficiente. De modo que ahora los pretextos, explicaciones y argumentos de Borinski importan poco, como tampoco lo hacen los de su colega Hornos, de la misma Cámara, quien en Olivos parece haber sido registrado sólo dos veces, pero tiene otras seis visitas…en la Casa Rosada!!
El golpe judicial fue (y sigue siendo) la estrategia desestabilizadora y persecutoria de las derechas, según un diseño que se advierte modelado desde Washington. En todos sitios lo mismo: ahora en Brasil el mecanismo quedó claro. Ni Lula había cometido delito, ni Moro era siquiera el juez que por jurisdicción correspondía a su caso. Fue lisa y llana persecución, y el fruto de ella fue impedir que Lula fuera candidato, para posibilitar el triunfo de Bolsonaro. Hoy, cuando la ceguera de un presidente ultrarreaccionario está llevando a decenas de miles de brasileños a la muerte, algunos de los que apoyaron el lawfare –no la mayoría- se arrepienten de los resultados de su jugada, tan audaz como ilegal y a la vez sibilina, difícil de entender para la gran masa de la población.
La población ha visto los shows televisivos, y cree que todos los atacados por el golpe judicial son “chorros” que debieran estar presos. La antipolítica fomentada por la derecha coadyuva a esa pretendida certidumbre. Es difícil que si se cuestiona a jueces que actuaron en complot, la población deje de creer que se trata de un ardid de los perseguidos para huir de “la ley”, representada –eso se supone- en fiscales y jueces, como expresión máxima del Poder judicial.
Pero esta vez la evidencia es plena: para colmo, las sentencias de estos camaristas han sido siempre coincidentes con los intereses del gobierno macrista, y con la persecución hacia el kirchnerismo. Han sido tan burdamente parciales en sus decisiones, que ellas hacen sinfonía completa, total concordancia con sus visitas a los predios presidenciales de aquellos años.
La población está en otras cosas, no puede atender estos asuntos cuando la pandemia arrecia. Pero los sectores sociales más informados apenas pueden creer el nivel de arbitrariedad e irregularidad a que se ha llegado en Cámaras que son última instancia previa a la Corte Suprema Nacional, esa que por su parte calla ominosamente ante la situación.
Todavía se está a tiempo de salvar algo de la credibilidad judicial, si los actores más extremos de “servicio al poder” son apartados. Pero si se insiste en esconder la cabeza y seguir la estrategia del disimulo y el fingimiento, el derrumbe es inevitable: marchamos hacia el abismo en la legitimidad del sistema judicial nacional, a pesar del buen comportamiento mayoritario, por la vigencia de manzanas que fueron podridas desde la directa solicitud del poder político que estuvo en turno.-
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