Frente a la creciente demanda, duplicaron las camas destinadas a salud mental en el Lencinas

La mayoría de los casos son por consumo problemático de sustancias. Por el servicio ya pasaron cien personas de entre 18 y 30 años que aceptaron una internación voluntaria. La jefa del área, Elisa Sbriglio, destacó el compromiso del equipo de trabajo. La historia de Lucas.

Frente a la creciente demanda, duplicaron las camas destinadas a salud mental en el Lencinas

El servicio de Salud Mental del Hospital Lencinas cuenta con la infraestructura necesaria para acompañar a cada paciente. Foto: Unidiversidad

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Verónica Gordillo

Publicado el 03 DE JUNIO DE 2024

Después de más de un año de funcionamiento, el servicio de Salud Mental del Hospital Lencinas duplicó la cantidad de camas para internación y hoy cuenta con once plazas, que albergan a personas con consumos problemáticos hasta que inicien un tratamiento más largo. “Es una buena y una mala noticia”, dice la jefa del servicio, Elisa Sbriglio, e inmediatamente fundamenta su aseveración. Explica que incrementar el número de camas implica que el equipo brindó respuestas a la comunidad, pero que –al mismo tiempo– es una muestra del crecimiento exponencial de este tipo de problemáticas y de la necesidad de contar con dispositivos intermedios.

“Hay un déficit de camas en salud mental en toda la provincia, por lo que tener camas en los hospitales generales es una necesidad imperiosa, más allá de lo que marca la Ley de Salud Mental; es una necesidad en favor de los pacientes porque ha habido un aumento exponencial de las patologías que requieren internación. Todo lo que le pasa a la sociedad, la economía, la conflictividad, todo lo que pasa en el mundo impacta violentamente en la salud mental de las personas. Por eso digo que esta es una buena y una mala noticia. Lo bueno es que estamos moviéndonos, dando respuestas; lo malo es que, cuando vos abrís semejante servicio y se llena inmediatamente, es un indicador de lo que está pasando. No te quedan camas de reserva ni para urgencias, estamos siempre trabajando en déficit, y eso que planteamos internaciones muy breves, es salir de las crisis, pero con el tiempo necesario para dar respuestas, que no sea una cosa compulsiva”, explica.

El servicio se inauguró formalmente en diciembre de 2022 y comenzó a recibir pacientes en enero de 2023, que son derivados desde los Centros Preventivos y Asistenciales en Adicciones, los hospitales especializados (Pereyra y El Sauce) y desde Admisión del Lencinas. Por el lugar ya transitaron cien personas, la mayoría de entre 18 y 30 años, que se internaron en forma voluntaria y con un promedio de estadía de 16,4 días, hasta que comenzaran un tratamiento más largo, por ejemplo, en una comunidad terapéutica.

Sbriglio, que está al frente del servicio, resaltó el compromiso de todo el equipo de trabajo. Foto: Unidiversidad

La buena noticia

Sbriglio, que lidera el servicio Salud Mental e Internación (SaMI) habla primero de lo bueno de la noticia. Explica que, para abrir y ampliar el dispositivo, se conjugaron tres factores: la decisión política y el apoyo de la Dirección de Salud Mental, el compromiso del equipo de trabajo y el recibimiento de autoridades y profesionales del Lencinas, un hospital de cien años referente en materia de enfermedades infectocontagiosas.

“El servicio fue puesto en valor, porque suele pasar que el área de salud mental es como la piecita del fondo. La verdad es que aquí nos dieron lo más bonito, me parece que eso es simbólico. Nos recibieron en forma muy natural, hay una apuesta en esta cosa de inclusión”, dice la psiquiatra.

Es cierto, les dieron un lugar bonito: una de las casonas con enorme galería, que se levanta en medio de los caminos y las arboledas que caracterizan el predio. Un cartelito anuncia que ahí funciona SaMI y, al ingresar, a un costado están la enfermería, una sala de reuniones, el comedor, otro sitio para los talleres, y a lo largo del pasillo se distribuyen las habitaciones. Esa infraestructura y ese jardín son claves para la mejoría de estas personas porque no necesitan estar acostadas. Necesitan movimiento, actividad física, estimulación a través de talleres, actividades grupales, abordaje familiar.

Hay equipo. En el servicio trabajan 14 profesionales de enfermería, psicología, psiquiatras, trabajo social y personal de apoyo. Foto: Unidiversidad

Sbriglio, que trabajó 24 años en el Hospital Pereyra, repite la palabra "equipo" durante la entrevista con Unidiversidad. Y esa palabra se llena de significado al advertir la forma en que se tratan profesionales de enfermería, de psiquiatría, de psicología, de trabajo social, y el lazo que mantienen con varones y mujeres en tratamiento, la mayoría por consumos problemáticos, aunque también por autolesiones e intentos de suicidio.

En el lugar trabajan 14 personas; entre ellas, dos psiquiatras (Sbriglio y Gabriela Clavel), dos psicólogas (Carolina Reig y Gabriela Cantarutti), dos licenciadas en Trabajo Social (Andrea Assenato y Lourdes Puebla) y las dos jefas de Enfermería (Roxana Tello y Laura D’Agostino), un sector al que Sbriglio destaca especialmente por la excelencia en su labor, por su creatividad. A ellas, se suman residentes de distintas carreras.

Esa misma idea de equipo es la que se privilegió para incrementar las actividades de las personas internadas. El hospital les presta las instalaciones de su gimnasio de rehabilitación, la Municipalidad de Godoy Cruz aporta talleristas (educación física, huerta, artesanías, pintura, teatro, literatura, entre otros) y, a través de la Secretaría de Extensión de la UNCUYO, una vez al mes realizan en la Nave un cine-debate abierto a la comunidad. En el primer encuentro, vieron la película Close, que trata las problemáticas de bullying y suicidio.

La psiquiatra defiende el rol del Estado y de las políticas públicas. El equipo trabaja respetando algunos conceptos centrales: la burocratización de las prácticas lleva a la ineficiencia, cualquier decisión se debe tomar con base en estadísticas y los proyectos se deben escribir, normatizar, para evitar que sean una cuestión subjetiva, sino propuestas claras, con objetivos.

El lugar y la infraestructura donde funciona el servicio son claves para la mejoría de estos pacientes que no deben estar acostados, sino en movimiento. Foto: Unidiversidad

La mala noticia

Sbriglio también habla de la mala noticia: el déficit de camas para salud mental en los hospitales generales de Mendoza, pese a ser una exigencia de la Ley de Salud Mental. Cuenta que, salvo en el Schestakow, en el resto hay plazas virtuales, es decir que, si se necesitan, se utilizan, pero no existe un área específica. Esa situación convive con un aumento exponencial de casos, especialmente relacionados con consumos problemáticos, autolesiones e intentos de suicidio.

¿Cuál es la situación que advierten respecto de los consumos problemáticos?

Hay una situación con el consumo que nos está pasando por encima. Es brutal, cada vez son más chiquitos, cada vez las drogas son más virulentas, tienen accesibilidad en cada esquina, en cada lugar; el narcotráfico mueve tantos miles de millones que el consumo le conviene a mucha gente. Eso, sumado a una sociedad que no brinda a chicos y jóvenes espacios de contención, de educación, de trabajo, de formación, de deporte. Son la paria, son el desecho, son lo que sobra, son lo que nadie quiere ver y son sujetos que sufren: la exclusión genera mucho dolor. Acá tratamos de entender la complejidad del problema, porque, si lo queremos resolver con un fármaco, vamos mal.

El equipo realiza el seguimiento de cada caso y propone alternativas para sumar actividades que ayuden a las personas internadas. Foto: Unidiversidad

¿Transmiten ese dolor en sus relatos?

Sí, es tremendo, es el dolor de la indiferencia. Nosotros tenemos pacientes que han estado años viviendo en la calle, te transmiten cómo la gente pasa y los mira con indiferencia, con miedo, con asco. Dicen que prefieren que los miren con miedo a que los miren con asco, con lástima. Hemos tenido casos de chicos que viven en la calle, que queremos incluir, pero cuesta porque desde chiquitos vienen buscando estrategias de calle, tienen su carrito, la gente que los ayuda, entonces, es muy difícil cuando uno llega tarde a revertir situaciones que ya están instaladas. Tenemos que empezar protegiendo las infancias, porque, después, el daño es irreparable.

También existe un aumento de los intentos de suicidio…

Sí, lo vemos mucho. Históricamente, siempre hemos trabajado con intentos de suicidio, con suicidios consumados, con las consecuencias después de un suicidio, con la onda expansiva que queda después de un suicidio. Lo que vemos ahora es el pasaje al acto, la impulsividad. El acto violento se facilita a través de la sustancia, porque son sustancias desinhibitorias que, de alguna manera, facilitan el acto impulsivo. Ahora, el intento de suicidio es de denuncia obligatoria, cosa que no era así. Pensemos que, históricamente, ha sido un tema tabú, pensemos que al suicida no se lo podía enterrar en un cementerio ni judío ni cristiano, la familia no hablaba, era ese tío del que no se sabía qué le pasó. Poder hablar de suicidio con todas las letras, ponerlo sobre la mesa, medirlo, es lo que nos va a permitir, en algún momento, prevenirlo como corresponde.

"Acá me siento increíble, tenemos de todo para despejar nuestra mente, hacemos un montón de cosas que nos sirven y nos ayudan para nuestro futuro”, dice Lucas, que se internó en forma voluntaria. Foto: Unidiversidad

¿Cuánto pesa lo que pasa en nuestro país, las crisis recurrentes?

Mucho. Para los que tenemos unos añitos, esto es un termómetro. Cuando se vienen las crisis, apretamos los dientes y decimos: "¡Por Dios, lo que se nos viene!". No es solamente lo que pasa como sociedad, sino que es una época de un individualismo salvaje, de una falta de compromiso social, de las personas, de las instituciones, es el "sálvese quien pueda", y mucha gente queda a la buena de Dios, sin estructuras que contengan, que ayuden, que acompañen, que puedan contener el dolor, la angustia, el sufrimiento. Nosotros vemos la maravilla que se produce cuando la gente está comunitariamente organizada, la actividad barrial, el polideportivo, las actividades en centros de inclusión, en espacios municipales. Eso cambia. O sea, hay un porcentaje de cuadros psicopatológicos que los vamos a tener siempre, que están, que corresponden a otro orden, como puede ser una esquizofrenia, pero hay otras situaciones en las que no podemos dejar de lado el aspecto social, porque el sujeto no se hubiese descompensado si su contexto socioeconómico, familiar, social, estuviese contenido y abordado como corresponde. En la medida en la que existan programas, no improvisaciones, sino programas de salud pública que contengan a personas que están expuestas a mayor sufrimiento, a mayor vulnerabilidad, a menores oportunidades, a nosotros nos disminuyen la gravedad y la cantidad de casos.

En este momento en el que se cuestiona el papel del Estado y de lo público, ¿cuál es su visión?

Yo soy una defensora acérrima de lo público. El Estado tiene la obligación, por eso es un Estado. Debe dar respuestas. Necesitamos un Estado presente, necesitamos políticas públicas. Hay que entender que esto nos afecta a todos, no es que a mí no me toca, esto tiene una onda expansiva: si al de al lado se le quema la casa, se te quema la tuya. Si no protegemos a la gente más vulnerable, eso te afecta a vos también. Por eso, un Estado presente es fundamental.

Por el servicio, un dispositivo intermedio entre el hospital especializado y el tratamiento más largo, ya pasaron cien personas, la mayoría de entre 18 y 30 años. Foto: Unidiversidad

¿Los afectan los recortes a distintos programas sociales?

Nosotros estamos muy supeditados a las políticas públicas en cuanto a los abordajes sociales. Si tenemos una gerencia de Discapacidad que está funcionando o Incluir Salud, o podemos trabajar con centros de día, eso marca una gran diferencia. Todo lo que afecte a las instituciones en las que nosotros nos sostenemos nos afecta directamente.

¿Cuál es el desafío del equipo a futuro?

El primer desafío es seguir consolidándonos, porque nos equivocamos en un montón de cosas, pero somos muy autocríticas, estamos todo el tiempo revisando y volviendo sobre los errores que cometemos y tenemos muy buen manejo de los desencuentros, aprendemos todo el tiempo de las diferencias. Queremos consolidarnos para poder llevar este modelo a otros efectores porque creemos que esto sirve, que los servicios de salud mental tienen que tener condiciones adecuadas. Por eso nos gustaría replicarlo, convertirlo en algo metodológico, que no quede en una cuestión subjetiva, sino que quede normatizado y poder trasladarlo a otros hospitales, adaptándolo a cada lugar y a cada población.

En movimiento. La actividad física forma parte esencial de la recuperación. Foto: Unidiversidad

Lo bueno y lo malo, en la historia de Lucas

En la vida de Lucas Orosco confluyen la buena y la mala noticia. El joven, que está en el servicio desde hace un mes debido al consumo de cocaína, acepta contar su historia a Unidiversidad.

“La cocaína me sacó todo”, es la primera frase que dice Lucas, de 23 años. Un segundo después, aclara qué significa ese “todo”. “Me dejó sin familia, sin amigos, sin casa, sin trabajo, sin nada. Hasta llegué a robarle a mi familia, vendí los electrodomésticos para comprar más, Me quedé en la calle, viví en la calle, pedía para seguir consumiendo”, explica.

Lucas cuenta que tenía un refugio: la biblioteca municipal de Godoy Cruz, donde lo cobijaron, de la que es socio y donde disfrutaba de la lectura, un hábito que inició con cómics y diarios para luego pasar a los libros. A ese lugar lo llamó su mamá para avisarle que lo esperaban en el servicio del Hospital Lencinas, que se había desocupado una cama, ya que había pedido una internación voluntaria. Cuando concluya su estabilización en este dispositivo intermedio, explica, comenzará un tratamiento en la comunidad terapéutica de Los Campamentos, en Rivadavia.

El sueño de Lucas, su proyecto, es recuperar todo lo que perdió por el consumo: su familia, sus amigos, su trabajo, su casa. Foto: Unidiversidad

“Acá me siento increíble porque, a diferencia de otras internaciones donde me tenían dopado, sin hacer nada, acá tenemos gimnasia, panadería, pintura, teatro. Tenemos de todo para despejar nuestra mente, limpiamos, plantamos plantitas, hacemos macetas, hacemos un montón de cosas que nos sirven y nos ayudan para nuestro futuro, para poder tener una salida laboral”, explica.

Lucas es una especie de motivador para otros jóvenes que, como él, están internados por adicción a distintas drogas. “Por ahí los chicos andan medio bajón y yo le digo: ‘Che, pongámonos las pilas’, y nos ponemos a limpiar, a plantar, porque, si estás aburrido todo el tiempo, te vas a querer ir, y eso es lo que te va a generar la crisis, por eso hay que mantenerse siempre activo”, cuenta.

El joven resalta la calidez del equipo profesional, con el que queda claro que tiene un lazo afectivo. “Acá son todos excelentes, los enfermeros nos brindan lo mejor, siempre con una sonrisa, siempre con buena onda, nos tratan de diez. Y los médicos, ni hablar, son increíbles, nos ayudan un montón”, dice.

"¿Cuál es tu sueño, tu proyecto?", pregunta Unidiversidad. El joven responde que primero debe superar esta etapa, terminar su internación, iniciar el tratamiento más largo y concluirlo. Después, dice, recuperar a su familia –que lo visita todos los sábados–, a sus amigos, su trabajo (era ayudante en instalación de riego por goteo y cañerías) y su casa, tener un hogar. Proyecta recuperar todo eso que perdió cuando comenzó a consumir.

 

*Si tenés problemas de consumo, podés buscar ayuda en los Centros Preventivos y Asistenciales en Adicciones. Hay uno en cada departamento. Consultá aquí las direcciones y formas de contacto.

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