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23 DE OCTUBRE DE 2024
Un balance sobre el Bafici Mendoza, los directores que pasaron por estas tierras y el cine que hay que defender.
Las diferentes miradas sobre "hacer" cine contrapusieron a Solnicki y Ortega en el Bafici. Foto Revista Ñ.
El Bafici pasó su quinta edición y demostró ser un festival sólido, maduro, con muchas cosas resueltas y otras para seguir revisando.
Lo mejor del festival se da no sólo en la variedad de películas sino en las posturas de los directores que vinieron y de los que no vinieron pero que plasmaron en sus películas un modo de entender el cine.
En una charla que pretendió ser sobre las dificultades productivas del cine independiente, y que se deformó hacia las motivaciones para filmar, Luis Ortega dijo que él filma porque “no puede dejar de hacerlo”, y porque su vida “no es nada” fuera de las películas que hace.
También explicó que “no le importaba ni tener un equipo técnico, ni público para sus películas pues sólo filma porque no “puede hacer otra cosa”.
A esta postura, atractiva y extrema, se le contrapone otra, la de Gastón Solnicki, un director amable que hace películas queribles y expresa que en el proceso de producción siempre "piensa en el público" y en la película como un instrumento de comunicación.
En una entrevista con Ortega, Edición Cuyo preguntó cómo maneja la línea entre la comprensión y la sordidez cuando trabaja, cómo lo hace: con personajes muy marginales, muy débiles. “Para trabajar con los personajes los llevo a los extremos, creo que en los extremos está la verdad. No trato de manejar la situación, me manejo con mi sensibilidad. Puede ser sórdido, puede ser torturado, puede ser autodestructivo, pero en un punto, son todos lugares que van a la búsqueda de una especie de Dios, de redención”.
En su película Dromómanos, esta postura es clarísima, sus personajes (un chico enano, una adolescente jorobada, dos drogadictos y una adolescente cartonera) son puestos en peligro todo el tiempo. Ausente de guión, Ortega prefiere filmarlos en la noche, en las drogas, en una misa evangelista, en la villa.
Respecto del cuidado de los personajes, Solnicki agregó: “Me da mucho pudor estar todo el tiempo con una cámara siguiendo a mi familia, y además es mucho material muy íntimo, que si bien es bueno tenerlo a la hora de montar la película porque da cuenta de cómo es mi familia respecto de muchas cosas, pero es también muy corrosivo fuera de la película. Pienso que es un material que no quisiera tener el día que ellos nos estén”.
En Papirosen, la película de Solnicki, sobre su familia, este cuidado se respira en cada escena. Solnicki se mete en la intimidad de una pelea marital, de una conversación de su padre y su abuela sobre plata, de la relación de desamor de su hermano con su hermana, y esos momentos de tanta intimidad están filmados con un cuidado solo posible cuando se trata de amor.
Las posturas casi opuestas de estos dos directores y de estas dos películas podría resumirse en la siguiente dicotomía: el cine o la vida. Para Ortega el cine es más importante que la vida, o sólo concibe la vida haciendo cine. Para Solnicki la vida es más importante que el cine, o al menos, el cine sólo es posible habiendo vida.
Los críticos de cine muchas veces creen que reseñar una película es contar un poco de su argumento, señalar sus errores y festejar sus aciertos. La crítica para un cinéfilo es mucho más que eso: es hacer dialogar a las películas con otras películas y con el mundo, y señalar no la “calidad” de una película sino su “autenticidad”.
Porque el cinéfilo cree sobre todo, en el poder redentor del cine, entonces, el cine debe ser sobre todo auténtico. Si el cine pierde su autenticidad, si no se filma lo que se siente, sino lo que se finge que se siente, no sirve para nada. Por eso, un cinéfilo soporta cualquier cosa menos la impostura. Porque la impostura es un gesto de gran violencia, es decir: “miren, hago cine fingido y todos me creen”.
El Bafici pone sobre la mesa dos modos de entender el cine, pero uno de ellos es falso.
El falso es aquel que cree que la película es buena porque encuentra la emoción en el espectador. ¡Justamente la emoción! Que es lo más fácil de conseguir, sólo mirar cómo un tipo muy drogado, que casi no se mantiene en pié, matando a un chancho a golpes con un martillo casero, para que sienta la más profunda pena y desprecio. Sin embargo, esa búsqueda, hija de la pornografía por su explicitud, no será más que un modo fascista de marcarnos el camino hacia esa emoción sin permitirnos jamás tener un pensamiento propio.
Preferiremos siempre al otro cine, al auténtico, aquel que, aun con errores, protege a sus personajes y a su público, y llega a la emoción más tarde, libremente, para decirnos que la vida siempre tiene un momento de redención, que el cine puede exorcizar a la vida, y que sus posibilidades son infinitas.
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