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23 DE OCTUBRE DE 2024
La felicidad, obra creada por el dramaturgo Javier Daulte y puesta aquí en escena por la Comedia Municipal, este año a cargo de Ariel Blasco y con un elenco a medida de sus ocurrencias, se propone como un complejo y dinámico ejercicio metaficcional con alto poder de atracción. Estará en cartel hasta noviembre.
Sobre el fin y los medios, los límites de la manipulación, los sentimientos como mercancía, sobre la posibilidad de guionar nuestros deseos habla esta obra con la que Ariel Blasco se enfrenta por vez primera a la tarea de adaptarse “geográficamente” al teatro. Acostumbrado a trabajar con escenarios no convencionales, o al menos a darles una vuelta de tuerca, La felicidad es quizá el reto más fuerte que el joven director ha asumido hasta ahora.
Finalmente, el desafío potenció el resultado, pues Arielazo hace del espacio escénico clásico un arma más para reforzar el recurso pirandelliano que se propone como una de las reglas medulares de la obra. O procedimientos, en el lenguaje de Javier Daulte, padre de este “plan teatral”.
El recurso del juego de cajas, o del teatro dentro del teatro, es manejado con maestría en una propuesta en la que el público se ve interpelado por la idea de esta “fábrica de sentimientos”. Es que el director parece haber diseñado escrupulosamente cada elemento dramático en función de la construcción metaficcional: desde la “engañosa” escenografía (obra del artista plástico Andrés Guerci), que acentúa el realismo y luego, su ruptura, hasta la selección de una banda sonora romanticona, plena de melodías de artificio, de amores banales o inexistentes.
En esta metaficción conviven recursos de la novela, del folletín, de la ciencia ficción, del terror, es decir, una combinación rigurosamente craneada que es contada y concebida con ojo cinematográfico, algo que une estética y esencialmente a dramaturgo y director. “Es importante que la ficción sea eficaz en un sentido constructivo: tenemos que ser sus cómplices, conocer sus reglas, porque si no somos conscientes, seremos sus víctimas, como sucede con las ficciones que instalan las dictaduras cuando tratan de perpetuarse en el poder, porque la perpetuidad se logra, frecuentemente, con el engaño”, ha sostenido Daulte.
El telón se abre al ritmo de algunos acordes de los años 50. Cual corifeo griego, una melodramática voz en off (encarnada por la periodista radial Mónica Borré) lleva los hilos de la narración, recapitula y cimienta la construcción de esta macabra “fábrica de sentimientos” que no pretende más que ir a por la consecución del sentimiento más anhelado por el ser humano en el sistema de creencias judeocristiano: la felicidad. A como dé lugar.
Las actuaciones afectadas, en un registro antirrealista que roza el ridículo y que ha sido captado lúcidamente por los actores (Paz Giambenedetti como Rosa, la siempre brillante Silvia del Castillo como su mamá, Fina, y Carlos Romero como el papá, Omar) constituyen otra de las piezas cardinales de este juego de matrioskas que albergan las ficciones armadas a medida de la felicidad de Rosa, la maquiavélica estrella de esta obra en la que una familia “real” construye una vida ficticia para conseguir el “amor” (de aquí el subtítulo elegido por Ariel: el amor y otras ficciones) y con ello, una forzadísima felicidad “eterna”.
Y cómo no hablar aquí de uno de los componentes más destacados de este “melodrama de terror”: Cristopher, el robot de la familia, interpretado por un Diego Quiroga maduro, en lo que tal vez sea su papel más descollante. Además de hacer despanzurrar a la audiencia en la piel metálica de este tierno prototipo, el actor hace gala de su formación de mimo y se vale de su voz y de su cuerpo para recrear también a la tía de la familia.
El novio, Sergio (Gonzalo Bendelé), vive en un loop de realidades ilusorias. A lo Michel Gondry (Eterno resplandor de una mente sin recuerdos, Soñando despierto), y en la línea también de las convenciones del cine futurista, los personajes usan la tecnología para crear y destruir antojadizamente los mundos que los llevarán a su fin, aunque esto implique torcer el curso de la naturaleza e incluso, las voluntades humanas.
Pese a su juventud, quienes le siguen los pasos a Blasco (el policial negro SchultzundBielerundSteger, la saga Biónica-El vuelo del dragón y su gema más reciente, Reflejos) reconocen su estilo. El abrevar en fuentes cinematográficas (es su formación de base) desde múltiples aristas constituye hoy una constante de su obra. Disímiles hechos le activan a Ariel alguna de las piezas de su filmoteca mental. Los ecos de películas como The Truman Show resuenan también en esta compleja puesta.
Los mecanismos de armado de las ficciones son develados al espectador sin ningún miramiento. Este recurso lo aleja del verosímil naturalista, sin embargo, no lo distancia de la complejidad humana. En esta suerte de comedia de ciencia ficción existencialista, con interesantes guiños psíquicos, el objeto es el sujeto y el deseo, el camino para alcanzarlo.
Rosa digita los hilos con un asombroso nivel de frialdad. “Aunque supiera la verdad, estaría feliz igual”, dice sobre este novio confeccionado al gusto de sus caprichos, porque claro, su felicidad es un valor que legitima cualquier medio, hasta los más atroces y crueles, aun a riesgo de culminar envuelta en sus propias fauces. Será que, como analiza Theodor Adorno en el epígrafe –¡tan pertinente!– que Daulte eligió para encabezar esta comedia gótica, “con la felicidad acontece igual que con la verdad: no se la tiene, sino que se está dentro de ella”.
FICHA
Funciones de La felicidad para público en general
- En el teatro Quintanilla: 27 de octubre y 3 de noviembre, a las 21.00.
- En la Nave Cultural: 9, 10, 16 y 17 de noviembre, 21.00.
Entrada general: $30. Jubilados y estudiantes con acreditación: $20.
Funciones para escuelas: martes y miércoles 10.30 y 14.30.
Para más información, llamar al 4232310, teatro Quintanilla, o 4495288, Nave Cultural.
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