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03 DE DICIEMBRE DE 2020
El VIH/Sida como enfermedad social y la discriminación sesgando la mirada. A 30 años de la identificación del VIH, las personas que viven con el virus continúan enfrentando situaciones de rechazo y condena.
En la primera parte de esta serie, presentamos la diferencia entre contagio y transmisión, la relación entre el VIH y las drogas, y la diversidad sexual en el contexto de la epidemia, entre otras cosas.
La infección por VIH puede conducir a miedos, prejuicios o actitudes negativas hacia las personas que viven con el virus. Muchas son rechazadas y excluidas de las actividades sociales. El estigma funciona de distinta manera de acuerdo a cómo se identifique socialmente a cada persona.
Heterosexuales según edad, sexo y clase
Entre personas heterosexuales, el virus y su transmisión ponen en evidencia desigualdades sociales que están lejos de resolverse y que se perpetúan a través de la estigmatización interna que experimentan las personas infectadas.
Los niños y niñas que hoy viven con VIH han recibido mediación desde el nacimiento, en muchos casos no tienen madres ni padres por causa del Sida, y se les informa sobre su estado cuando se considera que tienen edad para entenderlo. El problema para esta franja se da en los entornos infantiles, como la escuela, donde puede haber falta de preparación del cuerpo docente para manejar situaciones conflictivas en el aula o intolerancia por parte de las familias, aunque ya es menos frecuente esta situación.
Los y las jóvenes y adolescentes son el objetivo habitual de las campañas públicas de prevención, perpetuando la idea de que son la franja que tiene más sexo irresponsable. Lo cierto es que la juventud y la adolescencia son etapas en las que existe transmisión por relaciones no protegidas, pero si se mira el promedio de edad de la población infectada en nuestro país, casi 34 años, se entiende que hay una gran desinformación y falta de cuidado por parte de la población adulta para infectarse y aumentar el promedio de edad. Las campañas, además, caen en el error de ignorar las relaciones desiguales y abusivas en las que muchas veces están inmersos y en las que, lógicamente, tienen pocas posibilidades o herramientas para enfrentar esos abusos. Es el caso de los y las jóvenes que tienen relaciones con personas mayores, es decir, que les llevan no menos de una década de edad. Raúl “Macoco” Guajardo, docente de secundaria y expresidente de Diversidad Socialista, y las profesionales del Programa Provincial de Salud Reproductiva identifican y describen la dinámica de estas relaciones, en las que la desigualdad hace que se delegue en la persona mayor el cuidado de ambas partes. La persona mayor tiende a abusar de esta desigualdad: tiene gestos románticos y mucha delicadeza en la iniciación sexual de su pareja joven, pero no es precavida en lo que hace a la transmisión de ETS porque no le importa la salud de esa persona. Como consecuencia, muchas chicas tienen embarazos adolescentes y tanto chicos como chicas adquieren infecciones, el VIH entre ellas.
Las personas adultas heterosexuales tienden a pensar que el VIH/Sida es cuestión de adolescentes y que en la vida adulta ya no tiene relevancia. Es el prejuicio estigmatizante en plena acción, escudándose en el miedo y fomentando la ignorancia y la transmisión. Vuelve a ponerse en juego el mito de la limpieza y de la imagen: “Yo me doy cuenta de que es una persona seria, no anda en cosas raras, es limpia, responsable”, es un argumento común para justificar la negativa a cuidarse, como si todo eso fuera una garantía de que esa persona, en relaciones anteriores ha negociado exitosamente el uso de preservativo o se aseguró de que sus parejas no estuvieran infectadas. Un razonamiento más lógico implicaría preguntarse: “Si no demandó que en nuestras relaciones sexuales usáramos preservativo, ¿cómo puedo tener la tranquilidad de que lo usó con sus parejas anteriores?”. Es mucho lo que se da por sentado en lugar de asegurarse mediante el test. Muchas personas, cuando sus relaciones se vuelven estables, dejan el preservativo y pasan a métodos que previenen exclusivamente el embarazo sin que ninguna de las dos partes se haya hecho una prueba de VIH y, cuando la relación termina, repiten la conducta con una nueva pareja.
Los varones adultos son una preocupación para la infectología, ya que la actitud de no cuidado del otro hace que se expongan y expongan a sus parejas cada vez que son infieles y no usan preservativos. Sucede que todavía se asocia el preservativo con una disminución del placer masculino en el acto y con un desafío a la virilidad: el verdadero macho, dice el mito, no se cuida. Los varones heterosexuales que no toman precauciones con sus relaciones ocasionales muchas veces tienen la misma conducta con sus parejas estables; no informan a sus parejas del riesgo, no se testean a tiempo y son quienes llegan a la atención médica con diagnóstico tardío, cuando ya hay desarrollo de sida, según la Dirección de Sida y ETS.
Las mujeres adultas en edad fértil, tanto rurales como urbanas, tienen muchas veces dificultades para negociar el uso de preservativo; la proporción siempre creciente de mujeres infectadas en relación con la cantidad de varones con el virus indica que este problema no tiende a resolverse. Las mujeres heterosexuales no se infectan solo por relaciones ocasionales. Muchas de ellas adquieren el virus a través de sus compañeros de décadas. “Hay muchas mujeres con parejas estables, que me dicen: 'Doctora, hace 20, 30 años que estoy con mi marido'. Son mujeres de 50, de 60 años, hay que prestar atención a la edad. No es la adolescente, y es tan vulnerable esa mujer como una trabajadora sexual que no se cuida. Tengo muchas pacientes así, a las que les he hecho el análisis a través de sus maridos”, explica la infectóloga Fernanda Sánchez. La enorme culpa que cargan las mujeres infectadas hace que abandonen los tratamientos, una actitud coherente con el mandato patriarcal que marca la obligación femenina de cuidar al entorno y postergar la propia salud: “Si bien hay pases de transporte para ir gratis al hospital y tratamos de armar las cosas para que sea más fácil llegar al hospital, existe el abandono, y especialmente en la mujer. Tengo experiencia con embarazadas porque trabajo en la segunda maternidad de Mendoza. Durante el embarazo, la mujer es impecable porque está gestando a su hijo. Es impecable en los controles, en tomar la medicación, en darle la medicación cuando ya nació, casi en un 99 por ciento. Una vez que tiene el bebé, cumple también con las cosas del niño, pero ella se relega porque su realidad la supera. Generalmente tienen tres, cuatro o cinco niños y tienen que trasladarse al hospital con ellos”, continúa la infectóloga.
Por otro lado, el miedo al estigma, a veces mayor que el miedo a enfermar, impide que el test de VIH se convierta en una prueba rutinaria en el seguimiento médico de las mujeres embarazadas. El médico o la médica deben tratar de convencer a la paciente de hacerse la prueba, pero no pueden forzarla a ello. Si fuera un test obligatorio, en este contexto social en el que todo lo relacionado con el VIH está cubierto de vergüenza, muchas mujeres no controlarían sus embarazos para esquivar esta prueba, exponiéndose a otros problemas de fácil prevención, detección y tratamiento, pero que si no se controlan podrían tener consecuencias perjudiciales y hasta fatales sobre la mujer y el feto.
Las personas adultas mayores de 50 años representan una franja de la sociedad que se deja llevar por las campañas que muestran el VIH como un problema de jóvenes y, como ya no necesitan prevenir el embarazo, relajan todas las precauciones, por lo que se han convertido en el grupo que mayor crecimiento estadístico tiene en los últimos años.
La transmisión del virus en la población heterosexual es un claro signo de la desigualdad de género que atraviesa a la sociedad, de las consecuencias que produce en la salud de las mujeres en particular y en el avance de la epidemia en general.
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