Cierre de la AFIP: ¿qué cambia y qué pasará con el monotributo?
Análisis económico de la actualidad argentina junto a la economista Carina Farah.
24 DE OCTUBRE DE 2024
Por Roberto Follari, epistemólogo, docente y doctor en Psicología.
Foto: es.wikipedia.org/
En tiempos de sexting en que es habitual remitir imágenes eróticas extremas por las redes y el sexo es moneda común de intercambio juvenil, promueve una nostalgia piadosa la imagen escultural de Ursula Andress emergiendo del mar, en una visión por entonces atrevida e imponente. Iba hacia Sean Connery, el primer protagonista de James Bond: por entonces -hace algo más de medio siglo-, ícono de una masculinidad violenta y sin límites morales.
Ese era el cinematográfico James Bond que se estrenaba con "Dr. No" y "De Rusia, con amor". Buen mozo, invencible en la pelea, sofisticado en los gustos, mujeriego, implacable. El ello de Freud, se identificaba masculinamente en el personaje: todos queríamos ser Bond. Jóvenes que empezaban a ser pelilargos y rebeldes, desde poco antes se deleitaban con un personaje que -como si fuera lo más natural del mundo- se presentaba con "licencia para matar".
Así nos acostumbró el cine del Norte a la ilegalidad de las intervenciones imperialistas: en la "lucha contra el comunismo" ellos tenían derecho a operar donde se les ocurriera, sin barreras de fronteras o soberanías. El mundo era su patio. Mundo que no sólo debería tolerarlos, sino más bien promoverlos: agradecer la bienhechora mano/garrote del Amo, que se nos presentaba en la imagen seductora de James Bond y las mujeres que se le acercaban, casi siempre espías también ellas.
Pero en Ian Fleming, el autor de los libros sobre Bond (su "inventor") las cosas eran menos unilineales y obvias: no siempre le sobraba dinero al espía, y la falta de sentido de su vida lo orillaba a tiempos de soledad, hastío y oscuro alcoholismo.
Nada de esto aparecía en el esplendor mundano de "Dedos de oro" u "Operación trueno": palacetes, hoteles 5 estrellas, yates inauditos, casinos de lujo, un Bond que invariablemente acertaba la cosecha del vino o del champagne de la ocasión. Que usaba impecables casimires ingleses y corbatas al tono. Y que empezaba, continuaba o terminaba invariablemente acompañado en la cama.
Claro que no es tan esplendorosa la vida de los espías, ni tan nobles sus finalidades. Aún un gran escritor como Graham Greene fue espía alguna vez (de allí surgió "Nuestro hombre en La Habana"). Escritor de un catolicismo que consideraba a los humanos más desgraciados que culpables, el gran novelista supo retratar como pocos la angustia, la debilidad, la intemperie de sus personajes, con espías incluidos.
Y a esto se parecen los espías que aparecen ahora, que estuvieron entre 2015 y 2019 en la AFI, y entraban repetidamente hasta en la Casa Rosada. Apenas se los citó en Diputados y en el juzgado de Lomas de Zamora confesaron ampliamente, mostrando que los responsables eran quienes los mandaban, y que ellos sólo han sido marionetas del poder.
Claro que nadie puede echar a otros la culpa de sus delitos: espiar ilegalmente por cierto que lo es. Aunque sí, es evidente que quienes mandaban, eran los que decidían y los que se beneficiaban de otear inescrupulosamente a los demás. Sin el glamour de Bond, los espías rioplatenses repiten el gesto de 007: cuando mandan los jefes sólo queda callar, obedecer, y luego espiar.-
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