¿Es solo fútbol? Un juego entre la fantasía, la novela heroica y el rito de lo comunitario
Antes de la final entre Argentina y Francia, el escritor y sociólogo de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNCUYO, Leandro Hidalgo, comparte su visión sobre un deporte al que describe como democrático e igualador. Dice que es narrativa, unión y la posibilidad de que quienes son subalternos también puedan triunfar.
Higaldo dice que el mundial y la selección vuelve a ajustarnos los cinturones del rito, de lo comunitario. Foto: Laura Lescano/Télam
Leandro Hidalgo para Unidiversidad
Publicado el 16 DE DICIEMBRE DE 2022
El fútbol en Argentina es una práctica masiva que (para nosotros) involucra aspectos emocionales, políticos, geográficos, y que se juega en la escuela, en el barrio, en el country, en las canchitas de fútbol 5, y en Qatar. Es un montón. En todos lados el juego es más o menos el mismo. Dos arcos, la misma cantidad de jugadores de un lado y otro, y una pelota. Eso lo vuelve democrático, extrañamente iniciático, igualador. Y por tanto creo, portador de una de las fantasías más escandalosamente irrealizables, la de que no está todo dicho, y que los que están en condición subalterna, también pueden triunfar.
Creo que eso es una máxima desde la cual partir. Scaloni dijo que es solo un juego, claro que sí. Realmente es así, sólo un juego. Pero las caras, de él mismo o la de sus ayudantes, o la de cualquiera de nosotros delante del televisor, no dicen lo mismo. Porque lo que hacemos es creer en ese juego, tomarnos en serio ese juego, que es lo mismo que pausar el entendimiento, el hecho en sí, hasta volverlo mágico. Quizá algo de eso sea lo que llaman pasión, que al fútbol le queda tan bien. Creer en el hechizo sin querer, y descreer de la razón kantiana queriendo. Tejer una narrativa y destejer otra. El mundial es una quiniela gigante. Es un parque de Tim Burton en el que no existe la posibilidad de que algo se vuelva real, no existe porque todo es memoria encantada, todo es idea nebulosa de que una vez fuimos algo, o de que seremos algo/alguien distinto de ayer, de que un domingo del 2022 sucederá lo extraordinario, sin saber bien qué es eso que podemos alcanzar, si apenas una estrella más bordada en la camiseta, o un andamio fundante de nuestro inconsciente colectivo.
Lo que hacemos -dice Hidalgo- es creer en ese juego, volverlo mágico. Foto: Javier Corbalán/Télam.
Se inventa una narrativa, una novela con once tipos adentro, que dan batallas históricas y ascienden con nuestra patria a cuestas. Se activa el mecanismo de lo nacional, encajan las piezas en la ficción, se echan a rodar los engranajes más precarios que además salen fortalecidos, se llenan las plazas, los centros. Hay algo en el aire también de que es un momento fugaz, de que es una foto, de que eso es la final del mundo. En la infancia, cuando se juega y alguno se desata con pierna fuerte, le llaman la atención y para calmarlo, le dicen que no es la final del mundo, que se quede tranquilo. Dando a entender que solo si es la final del mundo vale dejar la vida. Y el domingo es la final del mundo, en un país donde muchos crecimos con esa voz diciéndonos, tranquilo que no es la final del mundo. Este simple ejemplo de una especie de cultura no material y simbólica, explica la foto, explica el instante de lo que sabemos no volverá, aunque lleguemos a otras finales del mundo, ninguna será igual a esta, ninguna como esta de Messi, o aquella de Maradona.
Pienso que no parece que estamos unidos, lo estamos. El mundial y la selección vuelve a ajustarnos los cinturones del rito, de lo comunitario, vuelve a significar la procesión, a darle densidad y entramado a lo que pasa, y nos vincula. Toda la liviandad que los procesos actuales proponen, toda el mérito individual y descomprometido que las grandes urbes desperdigan, hoy en Argentina parecen pausarse.
Sabemos -dice el sociólogo- que el instante de esta final no volverá, que ninguna será como esta de Messi, o aquella de Maradona. Foto: Javier Corbalán/Télam.
No queremos ver que hay detrás de las máscaras. Es el último manotazo cultural de seguir siendo, la última escena cultural de los zapatitos un 6 de enero. Eso lo engrandece. Qué importa si en Australia les pasaron el partido, si en Croacia hay noticieros del mundial, si en Polonia los niños saben lo que es el fútbol. Importa el denso mensaje que escribimos nosotros. Importa la pareja que vende bandera- gorro- corneta, importa la ilusión de los niños, los chicos y chicas en la parada del micro en el cementerio de Las Heras para irse al centro, ¿a celebrar qué?, qué mirá bobo, a celebrar, punto.
Ahí se juega el territorio real y el simbólico. No importa que no pueda explicarse del todo, a veces no hay respuestas, entonces los que escriben notas en los diarios y en los noticieros se equivocan, los intelectuales se equivocan, porque en estos temas la ficción ya está escrita por otros, andá p allá, bobo.
Algo que me parece tentador de mencionar es el VAR, tan central en este mundial. La robotización del resultado, el chip en la pelota, el gps en el corpiño de los jugadores. Los gritos ahogados repentinamente por una computadora. El hombro. No vale. Es el padre que te manda a levantar los juguetes. La digitalización se nos metió adentro del único fragmento que le quedaba al delirio, el último rincón de los sueños, en el último trago de la fiesta, el que nos emborrachaba para siempre. El VAR vino a recordarnos un montón de cosas que no queríamos saber, aunque ya la sabíamos, el VAR vino a entrometer un robot a nuestra humanidad ancestral, interrumpiéndonos la alegría.
Hidalgo dice que el fútbol es portador de una de las fantasías más irrealizables, que los que están en condición subalterna, también pueden triunfar. Foto: Ramiro Gómez/Télam
Cuando decía que el fútbol en todos lados donde se juega, se parece, el VAR viene a romperlo. Porque interrumpe. Demora. Quiere moralizarnos. Agustín Valle dice que el Dios pantalla domina porque detiene y fragmenta, que la supremacía de la pantalla descompone la experiencia. Y eso justamente, choca contra la fantasía que opera en el transcurso.
El VAR dictamina siempre en términos binarios, sí o no, pero el fútbol, como la vida, está lleno de zonas bochornosas que nos exigen un continuo, una ligazón entre lo que hicimos el año pasado, este, y el que viene. No hay corte. Nadie puede regresar a verificar. El mercado se entromete con sus pantallas y sus ciervos en la isla de las fantasías.
Claro que la mano de Dios no es la recuperación de Malvinas, tampoco la mano invisible de Adam Smith es la autorregulación de la economía, pero aquello de Diego retumba desde la lejanía, da un salto mortal y cae en la justicia poética, suspende el juicio real, por un instante, por un puñado de momentos en que en eso creímos, por las incontables veces que lo vimos en repetición, y resuelve de ese modo nuestros conflictos imposibles. Parece, pero no es, ya lo sabemos. Mientras en el video sigue traspasando la muralla inglesa cuatro años después de la guerra.
Hay veces que sólo importa lo que está detrás del muro de la comprensión real y racional. El último tobogán. La última vuelta, la última caricia de mamá. No importa que ya no esté, si lo mismo me la va a dar.
Es solo fútbol. Justamente entonces, tan sólo fútbol.
Fuente: Unidiversidad
mundial, final, fútbol, sociología,
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