El vicesuperintendente de Seguros de la Nación, Santiago Fraschina, dio una charla sobre economía y formación de precios, invitado por la Escuela de Gobierno de Mendoza. El economista explicó por qué no hay que admitir recetas “antinflacionarias” propugnadas por economistas ortodoxos sino orientar cada paquete de medidas a un desarrollo coherente con el modelo iniciado en el 2003, con reparto de la riqueza hacia adentro del país.
Kirchnerismo e inflación son dos tópicos en continua expansión dentro del debate de coyuntura. La crítica política de la oposición y los habituales análisis de la prensa tienen puesta allí la lupa. Para los portavoces del establishment, la inflación es el principal flagelo que tiene el país, es lo que perturba todas las demás variables de la economía argentina. La tesis más difundida es la del “modelo agotado”, según la cual es el kirchnerismo el culpable de no constituirse en una barrera contra el aumento general de los precios, exhibiendo índices polémicos e incluso, no solo no ver los síntomas sino producirlos, debido a “deformaciones” conceptuales en el manejo de la política económica.
Pero esta puede ser una de las más notables distorsiones del presente. ”Mitos que se instalan” , sostiene Santiago Fraschina, portavoz de la misma tendencia política a la que pertenece el viceministro de Economía, Axel Killicoff; ambos son economistas antiliberales o “heterodoxos”. Fraschina vino invitado por el Gobierno de Mendoza a través de la Subsecretaría de Gestión Pública y de la Escuela de Gobierno y Administración y, en su exposición, propugnó porque la gente vuelva a discutir de economía, que se popularicen las causas de la inflación –empezando porque se sepa quiénes son los sectores que aumentan los precios– y que se tome muy en cuenta el rol protagónico que está llamado a ocupar el Estado en el control de los mismos como corolario de la “salida del infierno” que propugnara Néstor Kirchner diez años atrás.
El problema de los alimentos¿De dónde vienen los desajustes económicos según la mirada heterodoxa? ¿Qué es lo que tendría que hacer el gobierno para recomponer un sistema de políticas antiliberales consistentes e integradas, que alienten expectativas favorables a la inversión, bajen gradualmente la inflación y recuperen un desarrollo nacional más propio, sin tanta dependencia de las relaciones económicas mundiales existentes?
Según Fraschina, primero hay que entender el sentido general al que apuntan las opiniones de los economistas ortodoxos, quienes parecen querer llevarnos a la profundización de la crisis: “Dicen que hay pobreza a causa de la inflación pero no dicen que en la Argentina de los 90 no había inflación sino deflación, como en España y Grecia hoy, a raíz de que los precios caen. O sea, la peor experiencia de pobreza en el 2001, con 54 por ciento de pobres, se condice con la caída de los precios o deflación, lo cual pasó por la misma razón por la que vemos hoy la pobreza en países como España y Grecia, con 27 por ciento y 20 por ciento de desempleo respectivamente. Ya el desempleo promedio de la comunidad económica europea es del 12,2 por ciento, cifras que hacen recordar al 25 por ciento en la Argentina del 2000”.
Luego añadió: “Si la gente no consume, se plantea un problema para el comerciante y el industrial: es que si no vende, la actitud racional que le sobreviene es querer reducir la producción; para hacerlo, echa trabajadores y rebaja los salarios, con lo cual más se reduce el consumo. Así es como en una economía no solo deflacionan los precios, sino también los salarios y el empleo. Por experiencia, sabemos que es una economía que explota. Lo mismo pasa con respecto a las políticas económicas que recomienda el Fondo Monetario Internacional a España y a Grecia, que son las mismas que recomendaba en la década del 90 a la Argentina, que parecen ir rumbo al desastre económico al reducir inversión pública y salarios y terminar profundizando aún más la crisis. ¿Todo por qué? Porque había que ajustar en la gente para pagarle a los bancos”. Fraschina señaló que es tiempo de romper ese paradigma y repasar qué es lo que ha sucedido en los últimos años con la inflación importada, es decir, con el aumento de precios a escala global cuyo impacto se hace sentir sobre Argentina. “Hay precios que suben y suben, todo el tiempo, y el que más sube es el precio internacional de la soja, porque hay un exceso a nivel mundial de demanda de alimentos”.
¿Enfriar la economía? Eso sería la solución que tienen en su cabeza los cultores de la política antiinflacionaria, dijo Fraschina, a lo cual contrarrestó: “Es conveniente analizar toda la problemática; saber que China, por ejemplo, está pasando el momento de industrialización más fuerte de su historia y a ese proceso se le suma la migración interna de agricultores que se trasladan a la ciudad porque se incorporan como obreros; luego, reciben un ingreso y eso impacta en una mayor demanda de alimentos, principalmente, la soja para alimentar a los cerdos. Como China tiene que salir a buscarlo a otro lado, el impacto se traslada fuertemente a economías productoras de alimento, como la Argentina”.
Por otra parte, señaló el economista que hay que atender el juego de los dueños de la tierra, “cuya renta agraria aumenta porque quieren ganar lo mismo vendiendo en la Argentina que en Europa, o sea, sistemáticamente procuran elevar el precio de los productos para equipararlo con el externo. Esto es lo que está en el centro de la disputa de los dos modelos económicos”. Lo otro que hay que atender, sostuvo Fraschina, es lo de las “rentabilidades relativas”. ¿En qué consisten? “Como el precio que más aumenta es la soja aparece un efecto colateral, que si uno tiene un campo en la Argentina, en la pampa húmeda por ejemplo, con cultivos de trigo o de maíz, o un tambo para producir leche, lógicamente gana plata, pero más gana si se cultiva soja. A esto se le llama proceso de sojización del campo argentino, el cual ha llegado a muchas otras provincias como Chaco, Tucumán, Salta y Santiago del Estero”.
Fraschina puso de relieve la demanda del argentino promedio de alimento, que pasa por el pan y la carne preferentemente. Destacó que “si los productores no quieren producir eso, sino soja, empieza a darse la expulsión de los alimentos que los argentinos consumen; con ello, la oferta de alimento se reduce, y entonces los precios suben. ¿Todo por qué? Por aumentar la renta agraria de los dueños de la tierra. De ahí que si uno se pregunta cuál sería la medida antiinflacionaria que tiene que tomar un gobierno para evitar tal expulsión, la respuesta es: retenciones. Esa es la política apta para retener la producción que se exporta para el consumo de los argentinos. Es obvio que la retención más alta tiene que ser la de la soja, con eso se reduce la rentabilidad relativa de la soja, y es el instrumento que hace aparecer los otros productos que los argentinos consumen”. En definitiva, sostuvo el economista, “La medida antiinflacionaria más importante para cuidar los bolsillos de los argentinos fue la resolución 125, que imponía retenciones móviles a la soja dependiendo de su precio internacional, pero esa medida no se aplica para desacoplar los precios internacionales debido al famoso voto 'no positivo' del ex vicepresidente Julio Cobos”.
La experiencia de una economía planificada
Santiago Fraschina hizo un recorrido por la forma consciente de transformación social en la que se inscriben medidas como la del congelamiento de precios, el programa Mirar para Cuidar, la tarjeta Supercard y, a largo plazo, los créditos Bicentenario, a tasa subsidiada del 9 por ciento para la pequeña y mediana empresa, y la reforma de la carta orgánica del Banco Central, para redirigirel crédito en los bancos comerciales: al menos un 10 por ciento de ellos tiene que ir a parar a las PYME. El economista explicó: “La otra causa por la que suben los precios es la concentración económica de los formadores de precios. Esto ocurre porque en la Argentina se experimentó un modelo neoliberal impuesto por el golpe de 1976, el cual se profundizó muy fuertemente en la década del 90; de ahí la ventaja que tiene un puñado de supermercados en ponerse de acuerdo en el precio de los alimentos. ¿Cuál es la política antiinflacionaria respecto a esto? Es necesario el crecimiento de las pequeñas y medianas empresas. Para eso tiene que existir financiamiento, crédito barato a mediano y largo plazo, cosa que la mayoría de los bancos argentinos, que son privados y extranjeros, no hacen; algunos de ellos, con casa matriz en España, envían allá esos dólares para financiar la crisis de los europeos y, a lo sumo, fomentar el consumo a corto plazo”.
En un plano más político, Fraschina se preguntó por el comportamiento de la burguesía nacional, si existe como tal, o sea, si le da importancia real al desarrollo de su propio país. En su opinión, “una burguesía nacional en Argentina sería aquella que, viendo que está subiendo la demanda, sube la oferta, apuesta a la producción y al trabajo, cosa que no se puede constatar y, si resulta que no existe, lo que debemos preguntarnos es cómo disciplinar a la burguesía, es decir, cómo hacer para que esta, en vez de aumentar los precios, suba la producción porque no le queda otra”.
“No está mal disciplinar burguesía, todo país tiene burguesías disciplinadas. El ejemplo más notable es Corea del Sur, que a raíz de esos mecanismos hoy tiene uno de los parques industriales más poderosos del mundo; también la historia estadounidense es la historia de un disciplinamiento de burguesía”, dijo Fraschina, quien además sugirió dejar planteado el debate sobre el cómo se resuelve esto de que algunos empresarios respondan al salario creciente, asignaciones familiares y jubilaciones también crecientes, aumentando precios en lugar de aumentar la inversión.
También sugirió mirar el ejemplo brasilero, donde no hay empresa que no tenga un director del Estado mirando los balances porque existe el derecho a saber qué es lo que se hace con la plata, y señaló que, cuando a una economía le interesa el control de precios, tiene una secretaría fuerte y eficiente; como ejemplo, la francesa con 5 mil empleados; cifra que contrasta con los tres con que contaba la Secretaría de Comercio Interior al momento de asumir Guillermo Moreno”.