Último programa de "Apuntes": recorrido por sus tres años
Recorremos notas, artistas, "backstage" y momentos divertidos del programa de Señal U que fue un ...
20 DE DICIEMBRE DE 2024
Invitada por el Instituto de Estudios de Género y Mujeres (Idegem) en el marco del Paro Internacional de Mujeres, la periodista aseguró que el Estado debe hacerse cargo de las necesidades que hoy tienen las mujeres.
Marta Dillon es una reconocida escritora y periodista argentina. Foto: Axel Lloret.
Marta Dillon es una mujer fuerte y talentosa. La militancia en el movimiento feminista tuvo su génesis en una historia familiar que puso a las mujeres en un lugar de lucha desde muy pequeñas. Tener VIH no fue un impedimento, sino el desencadenante para salir a la calle y contestar a aquellas personas que con su mirada estigmatizante se creían con el derecho de criticar las elecciones que ella tomó en su vida.
Desde pequeña aprendió a defender sus derechos. En 1976, cuando Marta tenía 9 años, su mamá Marta Taboada fue secuestrada por las fuerzas armadas. La militancia de Taboada en el MR 17 de Octubre selló su sentencia final, pero al mismo tiempo fue el inicio de una historia búsqueda en la que Dillon encontró paz en 2010, cuando un equipo de antropología forense halló los restos de su madre.
El recorrido de Dillon no se detuvo allí. Vivió un tiempo en Mendoza y luego se radicó en Buenos Aires, donde usó su pluma y llenó las páginas de los suplementos Las 12 y Soy del diario Página/12, un espacio literario que habla sobre la realidad del colectivo LGBTI. La madurez que conlleva el paso del tiempo le permite reflexionar sobre las conquistas de las mujeres y visibilizar los derechos que faltan.
Invitada por el Instituto de Estudios de Género y Mujeres de la Universidad Nacional de Cuyo, Dillon analiza el recorrido de su vida y mira el Paro Internacional de Mujeres como quien contempla la tarea realizada. La movilización es también su historia y es el resultado de años de lucha. Asegura que es importante concretar una medida de fuerza para imponer una agenda urgente donde el Estado debe ser responsable. El temario es amplio e incluye, entre otros puntos, el cese de la violencia machista, el acceso al aborto legal, seguro y gratuito y la implementación de los programas de asistencia a mujeres que sufren violencia.
¿Qué más preguntarle a una mujer que hizo de la lucha un modo de vida?¿Qué agregar ante tantos años de militancia? Tranquila, sentada sobre la vereda de un hotel céntrico, la autora del libro Vivir con virus revisa su celular, toma un poco de agua y se dispone a contestar.
¿Cómo fue tu encuentro con el feminismo?
Creo que es una cuestión doble. Por un lado, tiene que ver con el momento en el que me enteré de que tenía HIV: las diferencias de trato, la estigmatización, la mirada culpabilizadora sobre cómo ejercí la sexualidad y las críticas que tenía porque quería tener otro hijo. Lo otro fue el trabajo periodístico, con esa sinergia entre esta realidad y los temas que fui tratando y la voluntad de profundizar en esos temas, en la revista Luna por ejemplo y luego Las 12.
En principio fue por la cuestión de mujeres. Luego entendí que las cuestiones de mujeres no se pueden tratar desde el lugar biologicista, sino pensarlas en el marco de las relaciones de poder.
¿Cómo ve la realidad de la mujer argentina?
Es difícil pensar a la mujer en singular. Hay muchas realidades de ser mujer: heterosexual, lesbisana, travesti, trans, de sectores populares, inmigrante. Siempre que se habla de mujeres hay que hacerlo en plural. Es un momento de ebullición en cuanto a la toma de consciencia, en el que las realidades se cruzan con el género y con las experiencias de violencia, que en el 99 % se pueden reconocer en nuestras vidas. Esta toma de conciencia obliga a encontrarnos entre nosotras, asumir los riesgos de organizarnos, ponernos en diálogo.
La situación de las mujeres en general es la de un país donde la pobreza crece, el estado se achica, y cuando el Estado se achica, las más perjudicadas son las mujeres. Cuando se criminaliza a las migrantes, es a las mujeres. En Latinoamérica los movimientos migratorios son protagonizados por mujeres que dejan a su familia. ¿Cómo sostenemos los movimientos sociales cuando, a la hora de elegir a la figuras de representación, en los gremios, por ejemplo, se elige a los hombres? Es un momento de toma de conciencia y de lucha.
¿Qué cambió luego de las marchas #NiUnaMenos?
En 2015 todos los partidos políticos tuvieron que poner en su propuesta electoral una oferta de política de género. El tema no estaba en agenda y se impuso radicalmente. Por otra parte, generó entusiasmo de las mujeres, las chicas trans y travestis, para militar, organizarse, conversar y participar en los centros comunales, sindicatos, centros de estudiantes, y poner en debate la cuestión de género y de equidad.
Las movilizaciones conmueven y afectan las sensibilidades personales. Cambia las relaciones interpersonales. Hay un umbral de tolerancia frente a la violencia machista que cambió radicalmente: se ven como violencia el acoso callejero, la falta de acceso al parto humanizado, la cosificación de las mujeres. Hay mucho debate encontrado que reacciona con fuerza, como fue el tetazo, piquetetazo y la necesidad de participar y engrosar los encuentros de mujeres. Hay una ebullición donde hay muchos sentidos en pugna.
¿Hay sectores que no tienen empatía con la realidad de las mujeres?
No es la realidad de otras mujeres. Es parte de su propia realidad. Hemos visto campañas que demonizan el pedido de aborto legal, o el tetazo: “¿Cómo no van a ser agredidas si se están cosificando?”, dicen.
¿Y eso a qué responde?
Eso tiene que ver con que tallan la Iglesia y el miedo a lo desconocido. Salir de ese sistema de dominación que es el patriarcado, que brinda seguridades a las mujeres o un modo de realización en la vida, genera inseguridades para muchas. De lo que se trata es de entender que hay un mundo posible y se puede realizar.
¿Qué sucede con las clases populares que no tienen acceso a otros tipos de discursos que no sean los dominantes, que cosifican a la mujer?
Hay que seguir insistiendo. Tiene que haber lugares donde las mujeres se puedan encontrar, sea comunas, barrios, plazas. Favorecer el diálogo y no tener una mirada moralista, porque muchas veces (esa crítica) no viene de los que quieren volver a vernos en el lugar de madres de casa. Muchas veces viene de las propias feministas. Hay mujeres que disfrutan de su cuerpo y disfrutan de generar reacciones eróticas, por eso hay que quitarle el moralismo, porque si no, lo que se genera son debates entre nosotras que también son violentos. Lo que estamos buscando no es una normativa para nuestra vida.
Las mujeres estamos cruzadas por instrucciones para vivir: cómo cocinar, tener relaciones, tener hijos, cómo parir, cuándo parir. Y eso viene desde la casa, la educación escolar, los juguetes que "no están habilitados" para mujeres. Todo son instrucciones para las mujeres y lo que hay que hacer visibles son las relaciones de poder, y cómo las decisiones están condicionadas por las relaciones de poder.
Si bien hubo un aumento de la visibilización, la cantidad de femicidios aumentó, si se tiene en cuenta el seguimiento que realiza, por ejemplo, La Casa del Encuentro.
Hubo un salto enorme en 2017. La falta de números oficiales es un problema. Hay una crueldad que se explicita, envía mensajes. Es performativa, disciplinadora. Por ejemplo, en el tema de las violaciones con sodomización y empalamiento. Hay una intención de que, frente a la rebeldía de las mujeres, se opere con una crueldad cada vez mayor.
Hay que pensar qué discursos sociales ponemos en circulación. Hay cierta espectacularización en la forma de tratar los femicidios, como si dar detalles de la muerte, las razones del femicida, trayectoria de las víctimas, cambiara algo. Todo es cruel. Más allá de mostrar culos y tetas, que para mí es lo de menos, peor es hacer un espectáculo de una mujer que necesita una perimetral. Esto le cuesta la vida a muchas mujeres y se banaliza, y es gravísimo. Se visibilizan los femicidios, pero se ejercen y se visibilizan con crueldad. Eso anima a los femicidas, que no son hijos aislados, son hijos de la sociedad.
¿Y en el caso de los crímenes de odio a personas trans?
Es una tarea integral. No se puede pensar en el fin de los travesticidios sin pensar en dar valor a esos cuerpos en todos los ámbitos, en reparar las vidas que han sido criminalizadas y que estuvieron fuera de la ciudadanía. Las personas trans no son sólo monigotes o artistas. Hay abogadas, abogados, porque no sólo son mujeres trans, sino hombres trans que están sumamente olvidados, y deben tener acceso a la salud, trabajo y educación.
¿Las mujeres saben los derechos que tienen?
Si hablamos de la batería legal o legislativa, en relación al aborto no punible, por ejemplo, no me parece que sea desconocimiento. Antes había un supuesto de que las mujeres habían llegado a todos lados, de que no había discriminación, y esto era alentado por mujeres en lugares de poder, que apoyaban el concepto de meritocracia. Faltan mujeres en los medios que salgan de los parámetros hegemónicos de belleza. Recién ahora se ve a mujeres un poco más grandes en programas de televisión.
Se está empezando a corregir el hecho de que no te hace menos poderosa exponer las inequidades y violencias a las que estuviste expuesta. Eso da una potencia y ser sobreviviente de esas inequidades genera un poder. Así como hay un poder para decidir sobre la vida reproductiva, hay poderes que nacen de este ejercicio de la supervivencia.
Siendo periodista, ¿cómo ve la situación de las mujeres en los otros medios de comunicación?
En el periodismo estamos en el horno, en general. No estamos en los medios. Las mujeres están en las redacciones pero no en la conducción, y siempre en notas de género y sociedad. ¿Cuántas mujeres hacen la columna política? Muy pocas, porque las "voces ilustradas" son de los varones. Todavía estamos dando prueba de que podemos hablar de otros temas que no sean sólo de nuestra vida de mujeres. En las radios ven a las mujeres como elemento decorativo. En todos lados las locutoras están en un imaginario de “Qué linda te viniste”, “Qué escote traés”.
Y ante esta situación, ¿qué sucede cuando los gobiernos son conservadores?
Hemos votado por un giro conservador, un cambio cosmético que tiene un programa para nuestros cuerpos que es conservador, pero por suerte la reacción es poderosa también. En Mendoza, la elección de (José Virgilio) Valerio para la Suprema Corte es un retroceso. Que en Salta haya educación católica en escuelas estatales es gravísimo; que Milagro Sala esté presa, también. Es una reacción conservadora muy fuerte. Pero también se ve la voluntad de organizarse. Es un momento de conflicto, estamos en pugna. Tenemos que hacernos cargo de nuestras elección.
¿La reacción conservadora tiene alguna relación con el hecho de que la última presidenta fue mujer?
Que haya una mujer presidenta no quiere decir que las mujeres gobernamos un país. La elección de (María Eugenia) Vidal fue un efecto no deseado del #NiUnaMenos. De todas maneras, hubo una reacción muy misógina a la presidencia y eso también puso en debate la cuestión de género, porque la misoginia no era sólo de los varones. Y esto es parte de la ganancia, haber comenzado el debate con una mujer en el poder. No es una cuestión biologicista sino de toma de conciencia.
La historia personal también la llevó a luchar por la defensa de los derechos humanos. ¿Cómo ve esa situación en la actualidad?
El gobierno de Macri es tremendamente agresivo en cuanto a conquistas que se creían obtenidas. Esta puesta en cuestión en el número de desaparecidos y desaparecidas, los textos de los genocidas presentados como víctimas de una guerra civil generan un momento de tensión. Pero por suerte está fuerte en la conciencia popular que hubo un terrorismo de Estado. Sin embargo, la derecha está envalentonada. Hay una transferencia de recursos a los sectores poderosos, que son los conservadores que se beneficiaron con la dictadura.
Estamos viendo un gobierno que tiene el mismo programa de la dictadura, pero que llegó con el voto democrático y nos enfrenta a una situación, como pueblo, en la que un sector busca mantener la gobernabilidad (...) Se necesita defender los derechos ganados. Hay un discurso que apela a la sensibilidad, pero la responsabilidad de un jefe de Estado no puede apelar a eso. Están llegando muy lejos y que hay que oponerse de manera firme.
El hecho de poder enterrar los restos de un familiar luego de años de desaparecida (NdR: La madre de Marta fue secuestrada durante la dictadura militar cuando la mujer tenía 9 años y sus restos aparecieron en 2010), ¿cómo influyó en su militancia?
Fue un momento de duelo con mi familia. Significó la constatación material de su existencia, porque la figura de la desaparición es gemela de ese fantasma de la no existencia. Hay que construir su figura en los propios relatos, cómo la mataron, cómo operó la burocracia del Estado para ocultar los cuerpos de los y las desaparecidas. Fue la posibilidad de sacarme de encima mi deber de memoria, porque la sola emergencia de ese cuerpo hace un relato que me excede a mí como guardiana de esa familia que siempre tuve. Una cree que cierra una etapa, pero siempre pasa algo. Aún no tenemos juicio. No hay fecha todavía y necesitamos que se realice.
El terrorismo de Estado nos vinculó a las víctimas de manera familiar. Con mis otras compañeras para las que no aparecen los restos pudimos hacer un duelo, constatamos muchas de las cosas que vimos, y las contamos en ese movimiento colectivo. La aparición de los restos de mi madre es un bien común y es una forma de unirnos.
¿Qué significa para para usted el Paro Internacional de Mujeres?
En los personal es un momento muy emotivo, porque es un trabajo de toda la vida, porque significa que esos sentidos que construimos desde el periodismo se han democratizado. Se puede decir la palabra "patriarcado" y se entiende que se trata de un sistema de opresión. El feminismo es la apropiación desde nuestro lugar de mujeres en los temas que nos afectan de manera urgente, Es una forma de ponernos en diálogo de un modelo federal.
En Mendoza habrá dos movilizaciones distintas. ¿Cuál es su opinión al respecto?
Qué desastre. Es una pena enorme. Me parece que hay un egoísmo y una disputa por la hegemonía del movimiento de mujeres y eso es un error político enorme, porque esas movilizaciones exceden a un colectivo. Pertenecer al movimiento de mujeres merece postergar las diferencias y no ver las acumulaciones políticas (...) A veces hay que poder dar un paso al costado para que todas las mujeres puedan ver visibles.
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