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21 DE NOVIEMBRE DE 2024
El filósofo estuvo de visita en la Universidad para disertar sobre el tema en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales. En diálogo con el el Lic. Fabio Erreguerena y NU Digital dejó algunas consideraciones sobre estos temas y analizó la actualidad argentina.
Foto: Axel Lloret
Ernesto Laclau es uno de los más importantes filósofos políticos de la actualidad. Argentino de nacimiento, dejó el país hace treinta años y es profesor de la Universidad de Essex (Inglaterra). Ha publicado numerosos libros y ha dictado cursos y conferencias en varias universidades de todo el mundo. Estuvo en la Universidad Nacional de Cuyo disertando sobre populismo en América Latina, un tema que ha abordado en varios de sus escritos, desde un ensayo publicado en 1977 hasta el libro “La razón populista” publicado en el 2005.
NU Digital participó de una entrevista para los medios de la Universidad, realizada junto al secretario de Extensión de la casa de estudios, el Lic. Fabio Erreguerena, en la que el filósofo habló de varios temas, entre ellos la actualidad del país, el kirchnerismo y la reelección.
- Varios gobiernos de la región en la actualidad parecen poner en funcionamiento algunas de las teorías esbozadas en sus libros. ¿Que reflexión le merece eso?
- La verdad es que yo creo que no es que estén estos gobiernos influidos por mis libros, porque se trata de desarrollos paralelos, es decir que lo estos gobiernos están tratando de implementar prácticamente lo que yo he tratado de analizar desde el punto de vista más teórico, y dar una cierta fundamentación de porque este proceso se produce. Pero no creo que se trate de una influencia directa de mis libros sobre los gobiernos.
- ¿Usted cree que es posible el equilibrio entre una dimensión más institucional y una más de movilización, más de ruptura, en fin, más populista?
Yo creo que eso es a lo que hay que tender. Un régimen exclusivamente institucionalista sería un régimen puramente tecnocrático en el cual la política hubiera sido sustituida por la administración. Este es el ideal positivista. Saint Simon decía que hay que pasar del gobierno de los hombres a la administración de las cosas. El lema del General Roca era “paz y administración”, y en la bandera brasilera vemos todavía la leyenda “orden y progreso” que es la expresión máxima de este administrativismo. Cuando esto ocurre se sustituye la voluntad popular por una elite tecnocrática. Por otra parte, en el otro extremo tenemos el populismo puro, es decir una movilización sin ningún anclaje institucional. En otras palabras, podemos decir que el institucionalismo puro sería el cementerio, pero el populismo puro sería el manicomio. Pero de alguna manera la sociedad se construye en un punto intermedio. Yo creo que el populismo es una dimensión de cualquier perspectiva de cambio, porque las instituciones no son instituciones neutrales, sino que representan la cristalización de una relación de fuerzas entre los grupos, y cualquier proceso de cambio que intente ir más allá del status quo necesariamente va a tener que modificar el complejo institucional existente. El discurso de la derecha critica al populismo por antiinstitucionalista, pero nunca se dice si es posible vehiculizar un proceso de cambio dentro de un orden institucional dado. Un régimen responsable tiene que combinar la movilización y la transformación institucional, con la creación de nuevas formas institucionales.
- ¿Usted cree que el kirchnerismo está haciendo realizando este proceso?
- Creo que lo está haciendo bastante bien. En el 2001 tuvimos una crisis que significó una enorme expansión horizontal de la protesta social. Pero esa expansión no se tradujo inmediatamente en el sistema político, es decir estaban las fábricas recuperadas, los piqueteros, etc, pero el lema era que se vayan todos. Ahora, si se van todos, es evacuar el campo del estado como campo de lucha, y si no se participa en este campo, siempre alguno se va a quedar, y si no ha sido popularmente elegido no va a ser necesariamente el mejor. Ahora, yo creo que como resultado de esto se llegó al 2003 con una falta total de confianza de las soluciones que podían venir del sistema político, y las cosas salieron bien porque el que fue elegido fue Kirchner, y el tuvo la inteligencia desde el comienzo de tratar de ligar la expansión horizontal de la protesta social con los efectos verticales a nivel del estado. Y allí empezó a tomar una serie de medidas de las cuales al principio la gente desconfiaba, pero después tuvo que rendirse a la evidencia de que estaba frente a un proceso real de cambio popular e institucional.
- Con la muerte de Néstor Kirchner aparece un nuevo protagonista en esta construcción, que es la juventud. ¿Como ve esto?
- Lo veo bastante positivo. El peronismo es una matriz histórica dentro de la que se dan fuerzas totalmente opuestas. Fíjese que tanto el menemismo como el kirchnerismo surgen del peronismo, lo que indica que el peronismo como matriz histórica tiene sectores muy diversos. Evidentemente Kirchner no podía pretender crear un partido de corte ideológico totalmente nuevo, sino que tenía que contemporizar con distintas fuerzas tradicionales dentro del peronismo. Lo que ha sido la política de Cristina en este último año ha sido continuar con esta contemporalización, pero al mismo tiempo propender al desarrollo de todas estas formaciones nuevas que están llevando a que el kirchnerismo sea una nueva etapa dentro del peronismo y no solamente la continuidad del peronismo histórico.
- ¿Es decir que Kirchner y el kirchnerismo serían hoy un significante vacío?
Está empezando a serlo. Para que haya un significante vacío lo que se necesita es que una figura, un cierto símbolo pase a ser el símbolo de una política plural de cambio, y creo que Cristina se está transformando en eso.
La Ley de Servicios de Comunicación audiovisual ha sido un enorme paso adelante en este aspecto, pero hay que seguir dando una serie de pasos más en esa dirección. De lo que se trata es de democratizar internamente la información. Nuestras sociedades dependen cada vez más de la información. Las luchas políticas se dan en buena medida a ese nivel, por lo tanto no puede haber una sociedad democrática sana si el poder de la información permanece en manos de los monopolios. Estos monopolios tienen que ser quebrados, no en forma antidemocrática, ya que cada uno puede y debe expresar lo que quiera, pero no pueden tener un control tan total de la información que no permita el desarrollo de fuentes informativas alternativas.
- Algunos funcionarios estadounidenses como Condolezza Rice en algún momento consideraban al populismo como el nuevo eje del mal en Latinoamérica. ¿Como se percibe ahora esta perspectiva en los círculos intelectuales del Viejo Continente?
- Muchos intelectuales se muestran hoy favorables a los regímenes nacional populares con diversos matices, obviamente, pero pocos coinciden con ese pensamiento de Rice. Por ejemplo, Etienne Balibar, que escribió el prólogo de uno de mis libros, está hablando por estos días de la necesidad de un populismo europeo, porque dice que la idea de Europa no ha transformado en un significante vacío, es decir que no ha representado a las masas en ningún sentido. En algún momento, hablando con desesperanza sobre el giro político europeo, Stuart Hall me dijo que lo que había que hacer era latinoamericanizar Europa. Y es que en realidad el modelo político que se está empezando a implementar en América Latina no tiene muchos precedentes, es profundamente original. Cristina Kirchner en su último viaje a Francia discute con Sarcozy y le dice que tiene que mirar a la Argentina para buscar una salida a la crisis griega en vez de planificar una pura política de ajuste.
- Para Usted, ¿cual fue el papel de la oposición en el último período electoral y que debería hacer para repensar la estrategia a futuro?
-Yo creo que es muy tarde para eso. Tuvieron su momento en el 2009 y lo dejaron pasar. Lo que pasa es que la oposición está tan dividida que no puede producir efectos políticos de largo alcance. Algunas figurar creo que van a desaparecer de la arena política, como Elisa Carrió o Eduardo Duhalde. Hoy la figura de la oposición más creíble que ha surgido es Binner, que curiosamente es el menos confrontativo con el actual gobierno nacional. Esto significa que puede crecer y formar una oposición responsable. En el caso de Alfonsín cometió el error más importante de su carrera en la alianza con De Narváez, lo que lo hizo perder toda posibilidad de erigirse como líder de la centroizquierda. Es decir, creo que tenemos Cristina para rato.
- ¿En este caso la reelección sería un mecanismo democrático?
- Yo creo que si. Se habla mucho de mi opinión sobre este tema, pero en mi opinión no me refería a la Argentina. Yo hablaba de una consideración de tipo latinoamericano más mayor. Hay dos aspectos allí. Un primer aspecto es que tradicionalmente los parlamentos en América latina no han sido fuerzas de cambio sino que han sido lugares en que se han reconstituido las elites regionales conservadoras, y cuando ha habido proyectos más radicales de cambio se han centrado mucho más en el Ejecutivo, es decir que el Poder Parlamentario se ha presentado como un contrapeso conservador. Esto se ha dado en una larga serie de casos concretos como la Revolución constitucionalista de Chile en 1893.
El otro aspecto es que yo no creo que haya nada antidemocrático en una reelección indefinida, en Inglaterra el primer ministro no tiene límites en la medida que sigue siendo votado, por supuesto, para permanecer en el cargo. En Alemania sucede exactamente lo mismo, y nadie habla de que estos regímenes no sean democráticos. Lo que me parece antidemocrático, es que si hay una identificación popular con una cierta figura, la gente no lo pueda seguir votando porque hay un impedimento institucional, es decir que esto es una forma de coartar la voluntad popular, y generalmente cuando esta voluntad a cuajado en torno a un cierto nombre que es una referencia a una serie de medidas que implican un proceso de cambio, probablemente impedir la reelección a lo que lleve es a la reconstitución de fuerzas conservadoras antagónicas contrarias al poder popular.
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