Entre villanos y guardianes

Las abejas y la apicultura.

Entre villanos y guardianes

Abeja reina rodeada por obreras. Foto: provista por la autora.

Ciencia y tecnología

Especial Biólogas en acción

Unidiversidad

Mariana Laura Allasino

Publicado el 20 DE JUNIO DE 2018

Este bloque especial de ciencia está coordinado por Natalia Fischetti (Incihusa-Conicet) y Natalia Schroeder (Iadiza-Conicet). Surge del Curso-Taller Epistemología y Metodología de la Investigación Científica del Doctorado en Ciencias Biológicas (Probiol) de la UNCUYO y busca divulgar las reflexiones epistemológicas de las y los estudiantes acerca de sus investigaciones científicas.

 

Suele sucederme los días como estos, grises, fríos y lejos de casa. El mundo se me viene encima y los días me encuentran en la oficina, sentada frente a una computadora, leyendo y respondiendo e-mails. Son esos días cuando reflexiono sobre la estructura de mi trabajo como investigadora en apicultura del INTA. Aunque mi trabajo es creativo, a veces caigo en la estructura de la actividad cuando la rutina lo convierte en algo ajeno, forzado, cuando las condiciones me hacen sentir presa del sistema.

Miro hacia la ventana y veo una manguera. El agua sale rápido, como dejando atrás la presión que le ejercen las paredes del tubo, como alcanzando la libertad. Cerca del borde, algunas abejas se amontonan para tomar agua. Las comparo conmigo. ¿Acaso somos tan diferentes? Es en ese momento cuando caigo en la cuenta de que en realidad compartimos más semejanzas de lo que imaginaba.

Las abejas melíferas forman sociedades con complejos sistemas de comunicación, orden y cooperación. Cada abeja cumple determinados roles que van cambiando a lo largo de su vida. Estos roles son preestablecidos genéticamente y controlados por la abeja reina, la madre de la colonia.

Pienso en el sistema comportamental de la abeja y me comparo. Encuentro similitudes entre ellas y la humanidad. Ellas, cumpliendo todos los días con la tarea que le determinan sus genes y su edad, siendo controladas y dominadas por la reina, una especie de líder que ejerce su poder de dominación. Yo, no muy distinta, despertando todos los días a la misma hora, tomando un colectivo hacia el trabajo, leyendo y escribiendo en la computadora hasta la hora de volver a casa, en la base de la jerarquía laboral.

En cierto modo se podría pensar que la similitud que planteo no es tal. Se podría decir que la abeja difiere de nosotros en el hecho de que su trabajo cumple una función social, trabaja para la supervivencia de sus hermanas, de su colonia, una suerte de altruismo ¿Pero qué hay del término “obreras” que se le asigna a la abeja que trabaja? Según el diccionario, un obrero es alguien que vende su fuerza de trabajo a un patrón, poseedor de los medios de producción y el capital. A partir de esta definición, podríamos decir que el sacrificio de la abeja obrera es una estrategia de su opresor, la reina, para asegurar la perpetuidad de sus genes a cambio de alimento y refugio. Esta mirada demuestra que el trabajo altruista sería producto de una manipulación, una suerte de alienación.

Avanzo en el pensamiento. Vuelvo al ser humano y pienso en el apicultor, dominante máximo de la colonia por encima de la reina. El apicultor y yo, investigadora en apicultura, como opresores y promotores de la alienación. Seres explotadores del trabajo de los insectos, sometiendo a las colmenas a una especie de capitalismo, que surge del mismo capitalismo que nos somete. Personas que mercantilizan la naturaleza al hacer del trabajo de la abeja un negocio, al robarles miel y polen, al vender material vivo. Sí, material vivo, como si la vida fuera comercializable. Se producen abejas reinas para vender, se venden colmenas y abejas vivas por kilo, y hasta se interviene en la genética para hacer de las abejas individuos mansos y por lo tanto, fáciles de manipular por el ser humano.

Pienso en el apicultor y en mí como villanos, como seres externos a la naturaleza, capaces de controlarla, hacer uso intensivo de ella y hasta de mercantilizar la vida. Reflexiono sobre el término y concluyo que no me siento identificada. No acepto ser villana.

Cierto es que tanto la apicultura como la investigación obtienen beneficios del trabajo de las abejas, pero este beneficio no es unidireccional. Al contrario de cualquier acto cruel, el apicultor trabaja para cuidar a las abejas. Se trata de un ser que trabaja junto al insecto, aplicando sus conocimientos muchas veces heredados de sus ancestros; tiene conciencia ambiental y se preocupa por preservar la flora nativa; no está de acuerdo con el desmonte y la aplicación desmesurada de agroquímicos; se entristece cuando el clima traiciona y mata la floración. Reflexiono sobre ello y caigo en la cuenta de que no trabajo con villanos, trabajo con personas que en pos de cuidar a estos pequeños seres, son retribuidos por ellos con parte de su trabajo.

Actualmente, las poblaciones de abejas están disminuyendo a nivel mundial como consecuencia principalmente de la intensificación agrícola. Los registros indican que cada invierno se pierde entre el 30 y el 50 % de las colonias de abejas manejadas en Europa y Norteamérica. En Sudamérica, por su parte, se desconocen los porcentajes. Esta crisis de polinizadores pone en peligro la producción de miel y el servicio de polinización en muchos países. Frente a este panorama, los apicultores contribuyen a su preservación, criándolas y favoreciendo el aumento poblacional. Hemos entendido que necesitamos a las abejas, ya que son ellas las que permiten la polinización del 75 % de los alimentos que consumimos, además de mantener la flora nativa y los ecosistemas.

El día sigue nublado, pero en mi cabeza las ideas se van despejando. Empiezo a entender que a pesar de que la rutina me hace sentir presa de una estructura y que el trabajo con las abejas me encasilla como ser opresor, estoy lejos de serlo. Mi trabajo como investigadora del INTA me da la posibilidad de interactuar con la sociedad, de intercambiar saberes y discutir ideas, de sentirme ser natural, al igual que las abejas.

Esta forma de trabajo me abre paso a generar investigación científica que tenga en cuenta la ecología de saberes, que se base en la interacción entre conocimiento científico y no científico, siendo este último, en mi caso, el conocimiento rural de los productores familiares de Cuyo. Me gusta pensar que mi investigación me permite trabajar conjuntamente con los agricultores familiares en pos de conservar los ambientes naturales, preservar las poblaciones de abejas, aportar a la soberanía alimentaria y promover una relación amigable entre el trabajo del ser humano y los ecosistemas.

 

Autora: Mariana Laura Allasino

  • Licenciada en Ciencias Básicas con orientación en Biología, Universidad Nacional de Cuyo.
  • Doctorado en Ciencias Biológicas, Probiol, UNCUYO.
  • Beca de Formación INTA.
  • INTA-IPAF Cuyo.
  • allasino.mariana@inta.gob.ar

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