Último programa de "Apuntes": recorrido por sus tres años
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20 DE DICIEMBRE DE 2024
La autora es profesora de Lingüística de la UNCUYO
Las lenguas son artefactos creados por los seres humanos para responder a sus necesidades comunicacionales y para organizar su pensamiento. Por lo tanto, cambian adecuándose a las nuevas exigencias que enfrenta la humanidad.
La escritura es una herramienta creada por nuestra especie para sostener en el tiempo aquello que, por algún motivo, era importante resguardar de un eventual olvido. Es un instrumento creado para fijar la lengua oral. Tal vez deberíamos hablar de las escrituras porque no existió siempre un único modo de escribir. El alfabeto, como el que estamos utilizando aquí, es una de las múltiples maneras de “escribir” que ha creado la humanidad. De hecho, la RAE señala que la palabra escribir significa: “Representar las palabras o las ideas con letras u otros signos trazados en papel u otra superficie”.
La escritura demanda siempre la presencia de alguna tecnología: un cincel, una pluma, un lápiz, una máquina de escribir, un teléfono celular. Cada uno de estos instrumentos influyó en las maneras de escribir: no es lo mismo usar una pluma que un teclado en una pantalla táctil.
Los diccionarios son textos que compilan las palabras, las orales y las escritas. En un principio, los diccionarios fueron pensados para exhibir usos prestigiosos de la lengua. Generalmente estos usos eran los de los escritores de las obras literarias. Los diccionarios tenían una función prescriptiva. Hoy, de la mano de nuevas concepciones teóricas de la lingüística, han evolucionado hacia una función descriptiva: registran los usos que los hablantes (o escritores) hacemos de la lengua.
El advenimiento de las nuevas tecnologías ha producido una intensa democratización de la escritura. Ya no escriben solamente algunos monjes insomnes en atribulados monasterios medievales, ni inspirados poetas románticos, ni insignes periodistas de fuste.
Ni siquiera escriben ya solamente aquellos que tienen, como diría Borges, la convicción del propio idioma, es decir, no cuentan con el suficiente conocimiento intuitivo de la gramática, como la llama el lingüista Noam Chomsky, de la lengua en la que escriben. Pensemos, por ejemplo, que en Londres el 22 % de la población no tiene como primera lengua el inglés.
Habrá quienes puedan pensar que el Diccionario de Oxford ha tenido la loca y atrevida idea de considerar un emoticono (la popular carita que llora de risa) como la “palabra” más utilizada del año. Posiblemente hayan utilizado ese término porque es más fácilmente reconocible para los hablantes comunes. Si lo vemos desde el punto de vista de un diccionario, debe llamarse entrada y si lo pensamos desde una perspectiva semiótica, se trata de un ícono; el signo utilizado reproduce algunas propiedades del objeto representado.
En todo caso, el diccionario deja testimonio de la escritura en el siglo XXI. Podemos pensar que, como fue en los primeros tiempos, volvemos a utilizar imágenes (pictogramas) que representan ideas, pero ahora los combinamos con palabras, lo que da lugar a una escritura heterogénea. Y que lo hacemos por varias razones diferentes: porque las nuevas tecnologías nos ofrecen esa posibilidad, porque escribimos en un idioma que nos cuesta o a alguien a quien le cuesta nuestro idioma, porque queremos dar una imagen más relajada de nosotros mismos.
En todo caso, así como alguna vez se habló del grado 0 de la escritura (presuponiendo una lengua absolutamente neutra), hoy podríamos pensar en el grado Twitter de la escritura, una escritura altamente concentrada y densamente emotiva.
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