Elogio a la antropología feminista
Nota escrita por Mónica Tarducci y Deborah Daich, integrantes de la Colectiva de Antropólogas Feministas (CAF), Instituto de Investigación de Estudios de Género (Iiege) de la UBA.
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En el Día de los Antropólogos y las Antropólogas, queremos reivindicar la antropología feminista. Aunque nació en la década del 70 del siglo XX, al calor del impacto del movimiento feminista en la academia, comenzó a desarrollarse en nuestro país décadas después. Hubo que esperar al fin de la última dictadura cívico-militar. Al igual que sucedió en otros países de Latinoamérica, la reapertura democrática auspició un dinámico movimiento feminista en los años 80, el que consolidaría su presencia en la academia durante la década siguiente.
Hoy contamos con al menos dos generaciones de antropólogas que se formaron en las aulas argentinas. Eso fue, sin dudas, gracias al trabajo pionero de Estela Grassi, que en los años 80 comenzó con los primeros simposios de antropología y género; de Ana Esther Koldorf en la UNR, de Mónica Tarducci en la UBA y de otras grandes maestras.
La antropología feminista desmontó los presupuestos androcéntricos de la propia disciplina y revolucionó los modelos explicativos al pensar el papel de las relaciones de género en la estructuración de las sociedades.
Las antropólogas feministas hicieron múltiples contribuciones. Desmontaron, por ejemplo, el supuesto igualitarismo de las sociedades sin estado y demostraron las relaciones de poder dentro de ellas. Relativizaron el relativismo al señalar los límites y peligros de pensar a las culturas de manera esencializada e inalterable (y mostrar los sesgos de género en la violación de derechos humanos amparados en la cultura). Revolucionaron el campo de los estudios de parentesco, sello disciplinar distintivo, pues fueron quienes primero lo desnaturalizaron. Además, recuperaron la obra y trayectoria de muchas antropólogas olvidadas por la historia oficial de la teoría antropológica. Supieron utilizar el trabajo de campo y la observación participante para prestar atención a las experiencias de las mujeres, un primer paso imprescindible para corregir la invisibilidad y distorsión de esas experiencias de las primeras etnografías.
Pero ¿qué es lo que hace, hoy, siglo XXI, que una investigación sea feminista? Creemos que son los motivos, las preocupaciones y el conocimiento involucrados en el proceso de investigación, partiendo, en primer lugar, de la convicción de que el mundo social está estructurado, también, por el género, sin olvidar, por supuesto, la mirada interseccional. La investigación feminista parte de –y recupera– las experiencias diversas de las mujeres, problematiza la posición de quien investiga y está atenta a las relaciones de poder en las que se inscribe su práctica. Tiene un propósito: la antropología feminista persigue visibilizar a las personas y sus condiciones de vida, y de lo que se trata, también, es de acompañar y amplificar esas voces. La antropología feminista trabaja para que la diferencia deje de traducirse en desigualdad, para construir conocimiento que permita mejorar las condiciones de vida y para minar, en definitiva, toda desigualdad.
feminismo, antropología, ciencia,
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