El tortugo del Acuario de Mendoza no tiene probabilidades de ir a su hábitat natural. A pesar de sus 101 años, el animal goza de buena salud, come tres veces por semana, y, curiosamente, hasta se golpea con el vidrio de su pecera. "Tiene todos los vicios de un animal encerrado”, dice el veterinario Federico Correa, director del Acuario Municipal de Mendoza. A diferencia de Cecilia, que podrá ser trasladada a una reserva de chimpancés en Brasil, Jorge no saldrá de Mendoza por precaución.

En el 2000 se discutió por primera vez el tema de dejarlo en el océano. No obstante, los expertos coincidieron en que en el mar hay más machos que hembras. Además, tuvieron en cuenta que las tortugas bajan en el mar para buscar alimento y las redes de arrastre de los barcos las enganchan y se mueren.

Jennifer Ibarra, presidenta de la Fundación Cullunche, médica veterinaria y referente en Mendoza del cuidado animal, compartió el concepto: "en el mar se mueren por comer bolsas de plástico que confunden con medusas, por la contaminación con petróleo y otros elementos químicos, por la pesca puntualmente de tortugas y por un virus que se llama papiloma, todas cosas pasan en el mar”.

La historia de Jorge

A principios de 1984 unos pescadores capturaron en una playa cercana a la ciudad de Bahía Blanca (provincia de Buenos Aires) una enorme tortuga entumecida por el frío y herida. En ese momento, se consideró casi imposible devolver al animal al agua, dado que la baja temperatura lo debilitaría en exceso y lo llevaría a una muerte segura.

El tortugo llegó a Mendoza pesando 40 kilos. Actualmente pesa alrededor de 90. Correa contó que “ya lleva 33 años acá en el Acuario. Tiene una salud normal, una dieta normal, come tres veces por semana”.

En el 2005 murió su compañero de pecera, un tiburón nodriza, porque Jorge lo mordió. Luego de la renovación del acuario, en 2006, el tortugo está en una pecera más grande y solo. “Se le da espacio para que nade”, cerró Correa.