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23 DE OCTUBRE DE 2024
La temazcalera peruana Amarumayu llegó hasta el centro cultural Apu Aconcagua junto con su compañero, Francisco Choy, para ofrecer en nuestra tierra ese ritual sagrado de purificación y, con él, la posibilidad de reconectarnos con la cosmovisión andina.
Fotos: Axel Lloret
Replegadas ante la potencia espeluznante ostentada por el opresor primermundista europeo, que resucitó la esclavitud grecorromana en el Nuevo Mundo durante más de cinco siglos, la mayor parte de los ritos ceremoniales ejecutados por los “antiguos dueños de las flechas” en América fueron atesorados en la memoria de los pobladores, quienes han transmitido y sostenido estas prácticas desde los márgenes. Desde hace unos años, cientos de comunidades y de generaciones dispuestas a expandir su conciencia más allá de los límites de la “literatura de parroquia”, al decir de Eduardo Galeano, trabajan en la reconstrucción y recuperación de la memoria ancestral sobre la cual se cimienta la identidad americana, sustentada, en esencia, en el vínculo sagrado con la tierra. En este proceso de deshacernos de programaciones fabricadas por las concepciones hegemónicas y asimiladas a fuerza de sangre y culpa católica para reconectarnos desde nuestras entrañas con una cosmovisión vinculada a la naturaleza, acercarnos a conocer y experimentar las ceremonias sagradas purificadoras se torna un desafío vital. Es que si, como sostiene Galeano en su célebre Las venas abiertas de América Latina, “la Iglesia no se hizo rogar para dar carácter sagrado a la conquista de las tierras incógnitas del otro lado del mar”, ¿por qué debemos mantenernos escépticos frente a rituales que nacieron de nuestra tierra? Esta es la misión que trajo al centro cultural Apu Aconcagua, situado en Chacras de Coria, la maestra espiritual peruana Amarumayu, quien desde hace años guía experiencias de Temazcal, una terapia milenaria de purificación practicada en distintas culturas ancestrales del mundo pero que arraigó de manera especial en la América nativa. El término castellanizado proviene del náhuatl "temazcalli" y significa “casa o templo de vapor”. En las palabras de Amarumayu resuenan ecos de la memoria cósmica, y de pronto comenzamos a asimilar algo que hasta el momento nos resultaba ajeno, lejano. “Respeto mucho este ritual como medicina y le guardo mucha sacralidad. Porque hay que entender que nuestra vida puede ser sagrada en tanto uno la viva así. Si uno ve que las cosas son vanas y tiene pensamientos vanos, la vida se convierte en ello. Pero si uno hace de cada instante de su constante caminar en la tierra, que es lo que nos alberga, algo sagrado, seguramente vamos a sentir que la naturaleza en pleno se comunica con nosotros”. El temazcal, representación del vientre materno, es descripto como “una experiencia ancestral para descubrir nuestra identidad y su relación con todo lo que nos rodea”; una vivencia que remueve la consciencia de un modo profundo, y que se asemeja al acto de dar vida. El ritual implica una profunda limpieza de emociones, “nos ayuda a cortar programaciones innecesarias que traemos desde la niñez. También sirve para perdonarse y para desaparecer el amor negativo que sin querer nos han entregado nuestros padres, y que ellos mismos traen desde generaciones”. “Hay una serie de momentos en la vida que considero puntos de inflexión, instantes en los que recibo una intensa descarga de información desde el subconsciente, en forma de placer/dolor, que me cambian la visión con la que observaba la realidad hasta ese instante”. Y esto es, cuenta esta mágica mujer andina, lo que sucede dentro del temazcal. La víspera de la experiencia de limpieza es concebida como parte del ritual. “La ceremonia empieza desde que llego a un lugar y me relaciono con su energía, con sus ancestros, y pido desde la mañana hasta la noche nutrirme de la fuerza que representa esa ancestralidad. Un día antes lo dedico exclusivamente a prepararme: duermo y como, y luego ya nos reunimos a construirlo”. Un aspecto central de la cosmovisión de las culturas andinas originarias es la dualidad, entendida como principio generador y organizador del cosmos y la realidad, y que se traduce tanto en las prácticas cotidianas como en las rituales, en este caso, el armado del temazcal. Dice Amarumayu: “La construcción es de hombres y mujeres, lo más importante es entender que las labores se van tejiendo. Para nosotros es fundamental el tema de la comunión, de hacer algo en común. Conjugar la fuerza del hombre con el arte y la habilidad de la mujer, y que eso se plasme en la vida cotidiana. El hombre hace la zanja en la tierra, la mujer une los lazos”. Y esta es también la causa por la que Amaru guía el temazcal de la mano de su compañero, el peruano descendiente de chinos Francisco Choy. El círculo como forma y la circularidad como idea constituyen, en las cosmovisiones americanas, la representación más acabada de la concepción de totalidad, a la vez que se torna metáfora de la fuerza del pensamiento común, colectivo. De aquí que el temazcal asuma esta forma. “El círculo, el principio del final, moviliza internamente nuestras emociones, nuestros sentimientos, nuestros bloqueos mentales. De algún modo, el estar tan solo sentados en círculo y con un propósito ya hace que se desenvuelva la energía. Y es así como mostramos cómo empieza todo, en familia, en comunión. Y que así es, en realidad, como podríamos seguir nuestro camino, si es que así lo queremos”. La participación en este tipo de ceremonias ancestrales comporta ciertas reglas que los participantes deben respetar. “Como es sagrado se ingresa descalzo, las mujeres cubriendo sus rodillas con un vestido, un pareo o una batita y los hombres en short. La manera de ingresar es de rodillas, poniendo la frente, que es un punto de luz, hacia la tierra, repitiendo en lakhota (idioma de las comunidades de América del Norte) “ahó metakiase” o “pido la paz para todas mis relaciones”, explica la ceremoniante, que recibió el conocimiento sobre temazcales de manos de “un taita” peruano que se formó con comunidades de Norteamérica. Las preceptivas siguen: “Ingresamos en forma circular gateando, en representación al vientre. De algún modo entramos al temazcal a morir, a despojarnos de las cosas que ya no necesitamos, para luego salir y nacer renovados a una nueva forma de mirar la vida. Todo lo que dejamos en el corazón del temazcal se transforma en una nueva oportunidad y nos hace conscientes de una claridad que ya traemos pero que no percibimos porque escapa al entendimiento. Este es uno de los pedidos que se hace en el ritual”. Los primeros temazcales, sostiene Amaru, son de limpieza, de purificación, para liberarse. Eso depende de las necesidades de cada ser. “Los siguientes están más bien destinados a empoderarte en aspectos de tu vida que no estabas tomando en cuenta. Y aquí es cuando podemos ver que el temazcal es una rueda de medicina fantástica, porque nos libera, nos limpia, nos sana”. En el centro del baño se vislumbra un círculo, que alberga las ancianas piedras. En el techo, una estrella de ocho puntas. “Cada una de esas puntas está en dirección hacia cada uno de los planetas. Si investigamos un poco, sabremos que cada uno de los planetas está identificado con un órgano. Nosotros somos un universo”. “Lo que hay en medio es el corazón del temazcal. Allí se colocan las piedras, que luego se convertirán en las ancianas, en las abuelitas, en la sabiduría que viene rodando ya no sabemos desde cuándo ni de dónde”, resalta Amarumayu, y su sonrisa resplandece. Dentro del temazcal participan también hierbas, llamadas por la maestra “las medicinas". "Generalmente entran cuatro y yo trato de combinarlas las autóctonas y las de lejos. Es importante que las personas vayan reconociéndose en esos olorcitos y sus efectos beneficiosos, porque esa es mi labor: que despierten sintiendo, viviendo la experiencia”. “Son cuatro medicinas, cuatro puertas, cuatro direcciones, cuatro estaciones, cuatro pasajes de nuestra vida: infancia, adolescencia, adultez y ancianidad o su culminación, que es la muerte. Para nosotros la muerte no es nada malo: es un tránsito, como la vida, es así, es un ciclo. Lo esencial es entender esto, y para ello está construido este recinto. Ya hay que dejar de ser la mente, el cuerpo y ser un poco más el espíritu, y poder sentirnos a través de un canto, del olor de una medicina, del calor de las piedras, el agua, de esta combinación de fuerzas inmateriales muy poderosa”, reflexiona. Los participantes de la ceremonia van llegando hasta el fuego, hasta el temazcal, hasta nosotras. Amarumayu se ilumina y concluye: “El temazcal es una antena conectada al cosmos. Yo le llamo 'la nave', porque ando volando con ella. En esta nave todos podemos ser pilotos desde nuestros asientos. Porque cada uno sabe cómo monitorear su vida”.
descolonización, cultura andina, espiritualidad,
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