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21 DE NOVIEMBRE DE 2024
El ex empresario de la seguridad privada que fuera convocado durante el gobierno de Julio Cobos para su plan “antidelito” en el 2007, oculta entre los pliegues de su carrera una verdadera guerra de bandas de represores y policías bravos.
Fernando Morellato instantes antes de declarar. Fotos: Gentileza Sitio Andino - Axel Lloret
Una verdadera caja de sorpresas es Fernando Morellato. En mayo de 2007, el entonces Ministro de Seguridad Alfredo Cornejo firmaba un acuerdo con las empresas de vigilancia representadas por Morellato, por entonces considerado un líder “histórico” de las agencias privadas de seguridad. Al día siguiente, el periodista Rodrigo Sepúlveda sacaba a la luz que, tras la fachada de la Organización Micael S.A. ubicada en Dorrego, Guaymallén y la Presidencia del Club Atlético Argentino, había oculta una historia de represión y desparecidos.
En efecto, hoy el ex comisario del Cuerpo Motorizado de Vigilancia, Fernando Morellato, está imputado en el tercer juicio por delitos de lesa humanidad que se lleva a cabo en la ciudad de Mendoza. Pese a que el anuncio no tomó a nadie por sorpresa, Morellato se convirtió el pasado 9 de noviembre en el primer represor en hacer uso de su derecho a hablar frente al Tribunal Oral N°1.
En la primera parte de su declaración –se estima que continuará y que contestará las preguntas de fiscales y querellantes- se despachó contra sus superiores, Sánchez Camargo y Julio César Santuccione. Del primero dijo que “era el Demonio” y del segundo que “era un tipo violento, que cuando uno iba a darle la novedad de una detención, te decía 'dalo vuelta'” y que era sabido que “una vez que no lo dejaron ingresar a la Casa de Gobierno le metió un terrible sopapo en el pecho al centinela, mandándolo debajo del escritorio”.
Consta en el legajo personal de Morellato que recibió una sanción ética por haber solicitado un instrumento eléctrico mecánico en la Policía Federal –una picana, a modo de préstamo- para interrogar a dos detenidos. Es decir, tras la detención de dos militantes que fueron aprehendidos por Motorizada y traslados a la sede en la Comisaría 25, hubo una falla achacable a Morellato, quien “no solo hizo fracasar un operativo de captura de otros individuos relacionados, sino que además lesionó el principio de autoridad moral de la fuerza”. También señala la sanción de 8 días de arresto que Morellato había aprovechado la movida para quedarse con los objetos personales de los detenidos, en este caso una suma de dinero y una pistola.
Hay que decir que en dicho procedimiento resultaron apresadas dos personas que están desaparecidas: Oscar Ramos y Daniel Iturgay, pero también en la misma fecha fue capturado y privado ilegítimamente de su libertad Miguel Alfredo Poinsteau.
Al cabo de una hora de declaración, no quedó del todo claro este episodio de acuerdo a la versión dada por Morellato. Juró por su madre que el pedido de la picana fue un invento total de sus superiores, que él era el más potable de la policía y que no estuvo de acuerdo con la metodología de Santuccione y Sánchez Camargo. Ante la pregunta de su abogado defensor sobre si se consideraba una víctima del terrorismo de Estado, Morellato contestó “sí”.
En su declaración, Morellato se ocupó de enfatizar que en la Comisaría 25 no se torturaba, que el Ejército había sido respetuoso de la labor policial que él desempeñaba, que se mantuvo ajeno a todo lo relativo a la subversión y que él no habría hecho nada que pusiera en juego el prestigio de una institución centenaria. Contó que si bien tenía un primo que le había solicitado ayuda por un hijo que estudiaba medicina, era militante y estaba siendo perseguido mientras cumplía con el servicio militar, él nunca habría pensado en intervenir para “encubrir a su sobrino”.
En cuanto a las menciones y relaciones que aparecen en la causa, Morellato explicó que a él lo involucraron quizás porque creyeron que era capaz de encubrir a su sobrino, aunque en otro tramo explicó que fue porque no lo pudieron tener como alcahuete, ni Santuccione ni Sánchez Camargo, pese a que ese era el deseo de los jefes.
La historia de ese sobrino es real. Algunos de los militantes del Poder Obrero que estuvieron en la sala refrendaron que el compañero había logrado fugarse de la base militar y tras pasar por su domicilio a despedirse de sus padres se exilió en Brasil y después ya se instaló a vivir en Europa.
Ahora bien, hay muchas cosas que no cierran del relato de Morellato. La primera y principal es que no se entiende por qué razón siendo el jefe de Motorizada aprehende a Carmelo Cirella Paredes en su domicilio junto a otros integrantes de la Policía Federal. Este asunto resulta clave ya que según el testimonio de Cirella Paredes (ya fallecido pero incorporado su testimonio como prueba en el expediente) fue torturado por Morellato en el marco de una guerra entre bandas policiales.
Cirella Paredes fue miembro de la Policía Federal pero en 1985 se puso en contacto con la CONADEP (Comisión Nacional por la Desaparición de Personas) para denunciar dos asesinatos y tiempo después fue entrevistado por Rodrigo Sepúlveda cuando éste realizaba su documental “Legajo 7746”. Según el periodista, se trataba de un arrepentido que aportó información que resultó coincidente con otros indicios y evidencias acerca del rol de otros dos pesos pesados de la represión que formaban parte del COT (Comando de Operaciones Tácticas) y la Comunidad Informativa: Oscar Fenochio, que se desempeñaba como Jefe de la Delegación de la Policía Federal y Ricardo Alex, Jefe de Inteligencia.
De acuerdo a la reconstrucción periodística que hizo Sepúlveda, resultó que existía una banda compuesta por policías federales, cuya función era robar autos para ponerlos al servicio de los distintos secuestros que se hacían en Mendoza o en otras provincias. Cirella Paredes era uno de ellos y había empezado como chofer. A partir de 1976, esa banda pasa a cometer delitos comunes, como por ejemplo, robarle el auto a una pareja que estaba en la noche en las inmediaciones del Acceso Este y el Cóndor, de Guaymallén, con tanta mala suerte que el hombre que estaba en el auto era un policía de la provincia, que al intentar sacar su arma para defenderse recibe un disparo en el ojo. Es en ese contexto en el que los policías provinciales inician una caza de brujas para saber quién había dejado ciego a uno de sus compañeros. Morellato no niega haber dirigido personalmente el operativo de detención en el Barrio San Eduardo, pero nada dice respecto de todo lo demás, esto es, toda la saga que hubo antes y después de aquella detención. Y es que según Cirella Paredes, Fenochio intervino de inmediato, le ofreció hacerse cargo del asalto, le dijo que era una manera de salvarle la vida y parar así la bronca entre una fuerza y otra. De hecho, Cirella Paredes estuvo 14 años preso por robo agravado y otros delitos, mientras sus superiores se garantizaron la impunidad para los delitos más pesados.
Pisar el D-2
Del relato de Morellato se extraen varias contradicciones. Por ejemplo, afirmó que lo quisieron llevar muchas veces al D-2 pero que nunca pisó ese edificio. Es más, empezó diciendo que a partir del 24 de marzo a ese edificio nadie podía entrar. Pero después sí contó que fue citado y concurrió a la oficina de Sánchez Camargo. Según su testimonio, eso ocurrió un día que sintió que lo seguían y al salir de la Asociación Mendocina de Box, un chofer del Jefe del D-2 que lo apreciaba le advirtió que tuviera cuidado porque lo iban a dar vuelta. A los días fue citado y según cuenta, vivió un momento de terror: “Mientras subía al despacho pensé: es el fin de mi camino” dijo. Y agregó que creyó que “subía como subieron tantos y no bajaban nunca más”, dando a entender que sabía de qué se trataba y cómo actuaba ese centro de detenciones, torturas y desapariciones.
Otra contradicción surge de cuando Morellato se desentendió de la detención de los dos militantes desaparecidos. Aseguró que no se enteró de dichas detenciones ocurridas durante la madrugada del 4 al 5 de noviembre y que tampoco estuvo con esas personas. Pero una cosa es clara: todos los jefes sabían de inmediato de las detenciones a través de un canal de radio abierto que escuchaban todas las divisiones. Así fue como se enteró Sánchez Camargo. Y lo cierto es que Morellato estaba a cargo de la Comisaría 25, que trabajaba codo a codo con el D-2. Lo dijo claramente Pedro Dante Sánchez Camargo en su declaración de 1987: este relató además que, mientras se estaba por realizar la captura de Francisco Urondo en Guaymallén, él se encontraba presente en la seccional 25.
Un verdadero acto fallido cometió Morellato en su testimonio, cuando aseguró haber sido “violento… rebelde con las órdenes que me daban, por eso me acusaron de inexperto, de malograr un procedimiento. Yo soy un tipo temperamental, pero de vez en cuando pienso y no soy capaz de matar a una rata”. Para entender esta supuesta bronca de Sánchez Camargo en relación al procedimiento de Morellato hay que decir que la policía se manejaba en base a un código según el cual, si al cabo de más de dos horas los supuestos subversivos no se comunicaban, era porque algo malo había ocurrido y debían cancelar el encuentro que tenían programado. Como Ramos e Iturgay no dieron sus nombres reales, desde que ingresaron a las 5:05 hasta casi el mediodía estuvieron demorados en la Comisaría 25. Al parecer, el D-2 tenía pensado aprehender a cuatro personas más, pero no pudieron por la demora en la identificación.
Sin embargo, la bronca de Sánchez Camargo no fue sólo una anécdota que terminó con los ocho días de arresto. Hubo negociaciones y así es como debe entenderse aquella reunión entre Sánchez Camargo y Morellato en la Jefatura del D-2. Lo llamativo del caso es que, pese a que Morellato dijo haber sido perseguido y hostigado por los jefes, la institución lo haya elegido como Jefe del D-5, es decir, a cargo del Archivo Policial, en funciones en el mismo edificio del D-2.
He aquí tan sólo unas cuantas dudas que, se supone, se irán disipando en la próxima audiencia del juicio que tiene lugar en los Tribunales Federales de la ciudad.
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