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La mayor traba que afronta el lenguaje inclusivo es la rigurosidad del sistema de la lengua española.
Enrique Menéndez. Foto: Facebook.
Ignacio de Villafañe / Unidiversidad
Publicado el 09 DE AGOSTO DE 2018
Enrique Menéndez es lingüista, profesor de la Universidad Nacional de Cuyo (UNCUYO) y de la Universidad Nacional de San Luis (UNSL). Si bien no toma una postura respecto a si es correcto o no utilizar la “e” como morfema de género neutro, asegura que es difícil pensar en un cambio radical de las reglas del sistema gramatical, aunque no lo considera imposible.
¿Se dice “todos”, “todos y todas” o “todes”?
No creo que sea necesario ponerse de un lado u otro. Como lingüista, trato de no ser un policía de la lengua, sino un observador. La lengua es un juego, y en tanto tal, está para que cada uno lo juegue como quiere. Lo que en todo caso jamás hay que permitir es que se discrimine a alguien por cómo habla.
¿Entonces no hay una única forma correcta de hablar?
No necesariamente. Lo único que hay son reglas que, por supuesto, pueden romperse si uno está dispuesto a asumir las consecuencias.
¿A qué te referís?
En la lengua hay niveles y dimensiones que se entrelazan, y hay tres dimensiones fundamentales que todos los autores reconocen: una gramatical, una social y una cognitiva. No hay una dimensión que predomine sobre la otra. La ortografía, por ejemplo, es una fuerza social que nos dice cómo deben escribirse las palabras. Otra regla a nivel social es cómo debemos escribir una nota a una autoridad, como al rector de una universidad. En realidad, uno puede escribir la nota como quiera, pero si lo hace de manera demasiado informal, o no sigue determinadas reglas, es probable que sea malinterpretado. Lo mismo pasa si en un asado con amigos intento hablar demasiado formal.
Y con respecto al lenguaje inclusivo, ¿qué reglas se ponen en juego?
Entiendo que con el lenguaje inclusivo lo que se intenta imponer es una interpretación nueva, se quiere aplicar un morfema, que sería esa partícula que es la “e”, como un género nuevo, un género inclusivo. La pregunta es si es el lenguaje el que crea la realidad o es la realidad la que crea al lenguaje.
¿En qué sentido?
Es una discusión eterna que no vamos a saldar ahora, pero ¿realmente estamos incluyendo a más personas si agregamos un género nuevo o lo único que hacemos es jugar con el lenguaje? Es una cuestión de términos, todo signo está en representación de algo más. El tema es qué hace uno con eso, porque yo también puedo usar el lenguaje inclusivo para ser un hipócrita, ¿se entiende? En el pasado, por ejemplo, palabras como autor, juez o presidente no tenían femenino, pero después se les agregó. Esto generó discusiones en su momento hasta que se terminó aceptando. Lo que hay que estudiar es si eso ayuda a que realmente haya más juezas, presidentas o autoras reconocidas. Con la “e” podría pasar algo similar.
¿Entonces está destinada a fracasar?
Nunca diría eso. Puede funcionar o no. Sí creo que es un intento legítimo, pero muy difícil de llevar a cabo, porque lo que se intenta es agregar un morfema nuevo, uno que antes no existía. No es como en el caso de presidente y presidenta, donde la “a” ya se utilizaba. Integrar a la lengua un nuevo morfema implicaría cambiar todo el sistema, y la realidad es que los morfemas o las palabras de significado gramatical establecen grupos cerrados que son muy difíciles de cambiar. De hecho, en siglos jamás aparecieron morfemas gramaticales nuevos en español.
¿El problema es la gramática?
El problema es la gramática, es el sistema que es reacio a modificarse íntegramente del modo en que la utilización de un lenguaje inclusivo lo requeriría. ¿Qué va a pasar con los sustantivos, por ejemplo? ¿Se va a empezar a decir “mese” en lugar de “mesa” o solamente se modificaría aquello relacionado con lo humano? ¿Vamos a borrar la palabra “jueza” para volver a escribir “juez”? ¿O deberíamos decir “juece”?
Yo lo que veo es, sobre todo en las redes sociales, que lo que imponen, en el buen sentido de la palabra, son vocablos como “amigues”, “chiques”, pero no está claro cómo se reacomodaría el idioma a ello.
Entonces, ¿qué queda?
Dejar ser. Si el cambio es posible, aún sin ser sencillo, entonces va a ser. Lo único no permitido, insisto, es condenar a alguien por cómo hablar, porque cada uno tiene derecho a usar la lengua como quiere.
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