El "pole dance" como experiencia liberadora, lejos de la mirada machista y prostibularia
En los últimos años, ha cobrado una nueva dimensión como experiencia reparadora y de empoderamiento en espacios donde trabajan la reconexión corporal, especialmente, mujeres que han sufrido situaciones de abuso o prostitución.
Fotos Télam
Durante mucho tiempo, el pole dance o "baile del caño" estuvo relacionado con la exhibición de mujeres en ámbitos prostibularios. Sin embargo, en los últimos años, ha cobrado una nueva dimensión como experiencia reparadora y de empoderamiento en espacios donde trabajan la reconexión corporal unida a la sensualidad, especialmente, mujeres que han sufrido situaciones de abuso o prostitución.
A la luz de los feminismos y de los activismos que reclaman el derecho a la autonomía de los cuerpos, hay prácticas que habilitan nuevas lecturas de representación, como ocurre con el pole dance. Si al principio aparecía como una danza que mercantilizaba los cuerpos en espacios que promueven la cosificación, como prostíbulos o la televisión, más tarde emergieron experiencias que releen este baile en términos de liberación y superación, y se reapropian de la idea del sometimiento o exhibicionismo para convertirlo en herramienta de autoconocimiento, deseo y acción colectiva.
Así lo identifica la antropóloga feminista Mayra Lucio, autora del libro "Desobedientes", donde aborda la experiencia del "twerk" o perreo en mujeres y personas LGBTIQ+: "En el 'pole dance', que suele ser una danza hipersexualizada por entornos masculinos, patriarcales, y que expresamente se baila en los circuitos prostibularios, tiene mucho peso la generación de otros contextos posibles, enmarcados desde el feminismo y ya no desde la lógica de consumo-descarte", apuntó.
Integrante del Equipo de Antropología del Cuerpo y la Performance de la UBA, Lucio considera que el arte, y más aún la danza, "suele ser un gran aliado en estos procesos" sanadores, y sostiene que estas prácticas corporales "reconectan con el cuerpo presente, devuelven la integración corporal- emocional-mental, por lo que, a nivel psicofísico, una danza puede resultar muy saludable y reparadora para quien la baila".
Visibilizar el arte
La vivencia liberadora del pole dance llegó a la plataforma Netflix en el documental Despójate, elévate (Strip Down, Rise Up) dirigido por Michéle Ohayon, donde mujeres que han sufrido abuso, infidelidad, o han tenido que ocultar su verdadera orientación sexual, exponen sus dolores y angustias para recuperar su autoestima en un ámbito protegido y seguro, lejos de la mirada masculina.
Con esa orientación, la actriz e instructora de pole Mariana Haedo lleva adelante un experiencia similar y exitosa en el barrio porteño de Belgrano como directora y fundadora de Ypsilon Pole, al que asisten mujeres de todas las edades y profesiones, partiendo de "las fortalezas que cada una tiene para superar las debilidades, a través del trabajo en equipo y el soporte de compañeras e instructoras", manifiesta en diálogo con Télam. Cuenta que la difusión de esta práctica se inició con la bailarina canadiense de strip clubs Fawnia Dietrich, que en los 90 comenzó a enseñarles la disciplina a sus compañeras y en el año 95 se alejó de los night clubs para enfocarse en el pole dance como arte y deporte.
"Las mujeres ven en esta actividad una forma distinta, completa, divertida y sensual de hacer ejercicio, y, sin importar los cuerpos ni los prejuicios, encuentran un lugar donde pueden crear, bailar y hacer cosas que jamás hubieran pensado", explica Haedo. Según la bailarina, esta disciplina une la acrobacia y la danza, la coordinación, la fuerza y la elongación, y necesita de una conexión con uno mismo, asegura.
"El pole es terapéutico y empodera a la mujer más allá de su actividad: a mi estudio vienen mujeres de todo tipo y profesiones, porque de alguna manera nos hace adueñarnos de nuestros cuerpos y tomar el control sobre él y nuestra feminidad, y eso genera una seguridad única", afirmó. La actividad requiere, también en este ámbito, "el uso de ropa chica, lo que deja al descubierto gran parte del cuerpo, ya que la piel es un agarre a la barra, y ayuda a la aceptación de nuestro cuerpo tal cual es", explica la instructora. Haedo considera que, desde ese lugar, "deja de ser una actividad para seducir con fines sexuales y empieza a ser un desafío personal, donde no hay techo para lo que cada mujer pueda lograr con su cuerpo".
Como contrapartida, "al generar fuerza y mejorar la postura, otorga seguridad a las personas que la practican, se vencen miedos y nos empodera: en cada clase se produce una camaradería libre de competencias y críticas, lo que crea un espacio de libertad", dice Haedo. Recuerda que la disciplina surgió en Canadá, Estados Unidos, Inglaterra y Australia; en 2003, se consolidó como deporte en Europa y para el 2005 llegó a Buenos Aires, con Argentina como pionera en la región.
Al estudio de Haedo asisten, desde hace 12 años, niñas de 5 o 6 años a mujeres de más de 50, que llegaron para vencer problemas de vértigo, amas de casas, empleadas de comercios, strippers, médicas, abogadas, psicólogas, mujeres que están o estuvieron en situación de prostitución y sometimiento, y lograron salir adelante y hasta obtener un título universitario.
"Todas empiezan porque quieren hacer actividad física, pero se aburren con las actividades convencionales. El pole no tiene grises a la hora de continuar, es un deporte que te enamora o directamente no te gusta; eso lo descubren la primera vez que vienen. Si se enamoran, pasa a ser una forma de vida", asegura Haedo, que trabaja junto a Verónica Villamonte.
El pole dance como medio de superación
En Argentina y en otras partes del mundo, el pole dance, unido en sus inicios a la prostitución, llegó a ser en los últimos años una práctica catártica que permitió a muchas mujeres dejar atrás esa vida a la que llegaron por sometimiento o necesidad económica, y ayudó a otras a vencer obstáculos vinculados al vértigo o la anorexia, según Haedo.
Algunas de esas experiencias sucedieron cuando la instructora abrió su estudio, hace 12 años. "Al principio, se acercaron al 'pole' para poder perfeccionar sus intervenciones como 'stripers' y captar clientes en su lugar de trabajo: pedían clases solas y se mostraban fuertes y seguras de lo que hacían. De a poco fueron compartiendo clases con todas las alumnas, fueron cambiando su forma de sentir esta actividad, encontrando contención en sus compañeras que nada tenían que ver con su mundo", dice.
Una de esas mujeres pudo abrir su dura historia a las demás. "Contó que, de chica, su padre le había dicho que las mujeres solo servían para ser amas de casa y criar hijos, mucamas o putas; es por eso por lo que ella a los 18 años vino a Buenos Aires, y sin que su familia se enterara, cumplió con el mandato paterno para sacar a toda su familia de la pobreza, y lo logró", recuerda Haedo. El pole y su entorno la ayudaron, en el término de dos años, a dejar la prostitución más adelante y a hacer una vida totalmente distinta, incluso con un título universitario.
El aporte de la disciplina también se observa en mujeres con otras problemáticas. "Una abogada que trabajaba en el sexto piso de Tribunales y, debido a su vértigo y claustrofobia, no podía usar el ascensor, también tenía serios problemas de coordinación. Empezó a tomar clases, a los meses comenzó a utilizar el ascensor y a vencer sus obstáculos, recuperó su cuerpo", enumera Haedo.
Se trata de clases grupales, pero la enseñanza es de "manera personalizada", dice la instructora, y agrega que cada una "tiene su espacio" y busca "que cada una pueda aprender viendo a las demás", con una técnica "lo más artística posible" y "trabajando con secuencias, no con trucos separados". "Tratamos de que cada una se amigue y acepte su cuerpo tal cual es. Al bailar, tratamos de que cada una vaya descubriendo su sensualidad, que nada tiene que ver con solo frotarse en la barra, y de a poco, cada una va superando sus propios límites", afirma.
Con muestras anuales, al estilo de obras de teatro, y sesiones de fotos temáticas o salidas a hacer pole por la calle, Haedo organiza un cierre para afianzar el camino recorrido durante el año en ese centro, cuya cuenta de Instagram es @ypsilonpoledance.
Enfocada en sondear en la danza del twerk o perreo en mujeres o personas LGTBIQ+, Lucio investiga los efectos de esa disciplina como experiencia catártica en mujeres que se han prostituido o se prostituyen en la actualidad, que experimentan una "desconexión emocional para atravesar las situaciones de estrés cotidianas que se les presentan por la relación que se da con los llamados clientes, y también, por la violencia policial y proxeneta", dice.
"La metáfora recurrente es que "se van del cuerpo", como si pudieran separar lo que le sucede al cuerpo de lo que les sucede a ellas. Según sus testimonios, a muchas les afecta la salud en distintos niveles: en lo que tiene que ver con lo emocional, muy vinculado a estados anímicos de depresión y pérdida de autoestima, así como a dificultades para conectar con el propio disfrute", revela Lucio, investigadora del Conicet.
En su libro Desobedientes, Lucio da cuenta de estas experiencias y reúne testimonios de mujeres que pasaron por situaciones de prostitución para integrarlas con la teoría del cuerpo. Lo hace con un objetivo: "Poder pensarnos desde una mirada no dualista: poder pensar que somos nuestros cuerpos y qué pasa cuando se genera desconexión", explica.
"Nada es mágico, y el sentido subjetivo que puede ofrecer varía, como toda práctica; su significado depende en gran medida del contexto", afirma la investigadora, que invita a preguntarse sobre la palabra "empoderamiento" al considerar "clave la lucha feminista por la soberanía sexual y la reivindicación del placer, que muchas veces ha sido y es relegada, incluso dentro de los mismos reclamos feministas".
"Un encuadre feminista, entendido como un espacio de escucha, reciprocidad, contención y aliento entre les participantes, construye contextos colectivos capaces de propiciar el fortalecimiento de la autoestima", sostiene.
Fuente: Claudia Lorenzón para Télam. Fotos: Luna Alfredo
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