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05 DE NOVIEMBRE DE 2024
La docente e investigadora, Estela Fernández, reflexiona en torno a la importancia que tiene la obra del autor mendocino. La concepción ética de su pensamiento, su paso por el exilio.
Estela Fernández Nadal es profesora Titular Efectiva de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales (UNCuyo) e Investigadora Principal del CONICET. Trabajó durante muchos años al lado de Arturo Roig, quien fue su director a lo largo de su formación como becaria del Conicet y el director de su Tesis de Doctorado en Filosofía (UNCuyo, 1996). Ha publicado numerosos artículos sobre su maestro en Revistas especializadas de México, Venezuela, Costa Rica, Italia y Argentina.
¿Cómo definiría la obra de Arturo Roig?
La obra de Arturo es un capítulo fundamental del humanismo latinoamericano, que él mismo ayudó a conocer y a valorar. El pensamiento de Arturo tiene su centro en la problemática del sujeto, una problemática que él nos enseñó a descubrir en la historia de nuestras ideas, a lo largo de la cual aparece recurrentemente, debido, en buena medida, a la necesidad de expresarse que experimentan diferentes grupos humanos en Nuestra América, que, por su condición subalterna y emergente, rompen o luchan por romper con el estado de cosas instituido. Como muchas veces esas voces son acalladas, la emergencia del sujeto (que se afirma en tales procesos) tiene carácter episódico; no es un proceso continuo y progresivo, como habitualmente se piensa la historia en la modernidad, sino que es entrecortado, zigzagueante, interrumpido, pero siempre renaciente. Este emerger del sujeto en América Latina es la raíz del humanismo latinoamericano, que arranca con la llegada de los españoles al nuevo mundo, cuando la “destrucción” de la población nativa por parte del conquistador produjo como reacción necesaria, el inicio de un proceso, lento y conflictivo, de re-surgimiento del sujeto americano. La historia de ese resurgir es la historia de nuestro continente; se inicia con el padre Bartolomé de Las Casas para proseguir con expresiones variadas de distintos sujetos que se identificaron como americanos, hispanoamericanos, sudamericanos, nuestroamericanos, indoamericanos, etcétera, todos los cuales se posicionaron críticamente, primero frente al régimen colonial, y luego frente a diversas formas de colonialismo, dependencia y opresión que amenazaron su identidad y su existencia. En esa historia se inscriben los revolucionarios de la independencia hispanoamericana, los románticos sociales de la generación posterior, que vislumbraron los límites de la independencia política y exigieron la “emancipación mental”, y todos los hombres y mujeres que con posterioridad reclamaron completar la independencia lograda con una “segunda independencia”, que en cada caso involucraba reclamos específicos. Juan Bautista Alberdi, Simón Rodríguez, Francisco Bilbao, José Martí, los revolucionarios mexicanos Ricardo Flores Magón y Emiliano Zapata, los jóvenes de la Reforma Universitaria de 1918, José Carlos Maríátegui, el Che, los zapatistas, los pueblos originarios que exigen hoy reconocimiento de sus tierras y sus derechos, el movimiento ambientalista que reclama en todas partes el respeto a la tierra, etcétera. Arturo entendió esa historia como un largo recorrido en procura del reconocimiento de los latinoamericanos como sujetos, como hombres y mujeres dignos y completos, que afirman el valor de su cultura y de su identidad, y se disponen a cambiar las estructuras que los aplastan y los deshumanizan. Y su propia producción teórica es, como te decía, un capítulo en ese largo camino del humanismo latinoamericano.
¿Cuáles son las etapas que se pueden distinguir en su pensamiento?
Yo creo que podemos distinguir dos etapas en su pensamiento. En la primera, en forma simultánea a su preocupación por la filosofía antigua, Arturo desarrolló un interés paralelo por el pasado intelectual de su querida provincia natal. Entre sus múltiples trabajos sobre Mendoza ─que en buena medida fueron reeditados en 2005 y 2009 con el título Mendoza en sus letras y sus ideas─ se destacan los dedicados a la presencia y peculiaridad de las ideas ilustradas, románticas, positivistas y espiritualistas en Mendoza, así como dos escritos sobre la literatura y el periodismo mendocinos, cuyas fuentes rastreó en los diarios El Debate y Los Andes, durante los períodos 1890-1914 y 1914-1940, respectivamente, ambos publicados en la primera mitad de los años sesenta. Ya en esos primeros escritos sobre las letras y la cultura mendocinas se perfila claramente el enfoque social que sería siempre una de sus notas características.
Paralelamente a su labor historiográfica de la cultura y el pensamiento de Mendoza, en esos años Arturo dedicó un interés primordial a la educación y a las ideas pedagógicas, tanto aquellas que impulsaron transformaciones en nuestra provincia, como también las que surgieron en otros puntos del país y de América Latina y alcanzaron una contundencia práctica y programática nacional y continental. Agustín Álvarez, Julio Leonidas Aguirre, Carlos Vergara, Amadeo Jacques, Pedro Scalabrini, José Enrique Rodó, Deodoro Roca, etcétera, son autores profusamente estudiados por él en este período. Hay que destacar que, en su producción relativa a temas de educación, se destaca la reflexión sobre la práctica educativa en la universidad, reflexión que es, en buena medida, el resultado de la sistematización de su propia experiencia como maestro y de su búsqueda por formular e implementar reformas educativas renovadoras, participativas y liberadoras.
A partir de fines de los años sesenta y principios de los setenta, ese interés por lo propio, por el terruño, por lo cercano, que tiene a la cultura, la literatura, la educación y la filosofía mendocinas como eje central de sus preocupaciones ─y que, hay que aclararlo, Arturo nunca abandonó del todo, pues regresó a él incansablemente a lo largo de toda su vida─, se irá ampliando hasta abarcar el pensamiento argentino, primero, y luego el latinoamericano. En esta segunda etapa, que coincide con su exilio y posterior retorno a la Argentina, es cuando Arturo Roig produce una obra de trascendencia a nivel internacional, realizando importantes aportes en los campos de la Historia de las ideas latinoamericanas, la Filosofía latinoamericana y el pensamiento ético; ello sin restar mérito al desarrollo de las bases de una pedagogía universitaria que ya te mencioné.
¿Qué importancia posee la preocupación pedagógica de Roig, correspondiente a la primera etapa de su pensamiento, en la producción teórica del autor y qué relación tuvo con su exilio durante la década del setenta?
Tuvo una relación directa con su exilio, pues las razones por las cuales lo expulsaron de la universidad y tuvo que irse del país se debieron a la tarea que realizó como Secretario Académico de nuestra universidad en los años 1973 y 1974, cargo desde el cual impulsó la renovación de las estructuras y modalidades educativas universitarias, con el objeto de desplazar el verticalismo tradicional de los métodos de enseñanza, instaurar formas participativas y democráticas de aprendizaje, y conmover, en definitiva, la concepción profesionalista de la universidad. Arturo propugnaba, en cambio, el desarrollo de una comprensión social y política de la misión y función de la institución universitaria.
Los cambios promovidos por Arturo apuntaban a reemplazar el sistema de cátedras por unidades pedagógicas amplias, capaces de favorecer la integración tanto de los saberes como de las actividades de docencia, investigación y servicio a la comunidad, todo ello dentro de un espíritu que enfatizaba el sentido totalizador del conocimiento y el compromiso del universitario con la sociedad. Es curioso que en muchas oportunidades, desde los años noventa hasta hoy, cuando se impulsan cambios de impronta neoliberal en la universidad, que buscan aumentar la “productividad” de la educación universitaria mediante la flexibilización del trabajo docente, se trae a colación, con evidente intención de autolegitimación, esa experiencia de “departamentalización” que empujó Arturo como Secretario Académico de la universidad en aquellos años. Lo cierto es que el propósito que sostenía aquella experiencia era totalmente diferente y se planteaba en un contexto radicalmente distinto, en el que las remuneraciones y dedicaciones docentes eran acordes a los objetivos verdaderamente transformadores que se buscaba alcanzar y en los que estaban comprometidos activamente tanto los profesores como los estudiantes, todos imbuidos de una conciencia del rol social de la universidad.
Esta experiencia fue interrumpida violentamente por la “Misión Ivanissevich” en 1975 y el posterior golpe de estado de marzo de 1976. Y Arturo, como muchos de los participantes entusiastas y promotores del experimento, debió dejar el país y radicarse primero en México y luego en Ecuador.
Según su opinión, ¿cuáles han sido las obsesiones teóricas de Roig?
Además de lo que ya te señalé sobre la recuperación de la historia cultural e intelectual de Mendoza, una obsesión axial de Arturo ha sido América Latina, la renovación de la Historia de sus ideas como disciplina filosófica y la puesta en valor de la Filosofía latinoamericana.
Con relación a la Historia de las ideas latinoamericanas, es necesario decir que Arturo vislumbró con mucha claridad desde los años setenta las dificultades metodológicas que afrontaba la disciplina, tal como era tradicionalmente practicada tanto en Mendoza, como en Argentina y el resto de los países de la región. Por una parte, comprendió los límites de la modalidad habitual de encarar la Historia de la filosofía, que consistía en lo que se ha llamado “lectura interna” de los textos. Según este método, el contexto histórico-social en el que surgen y se desarrollan las ideas filosóficas no tiene ningún peso en las mismas, no ejerce ninguna impronta fundamental, sino que más bien las filosofías se encadenan unas con otras a partir de una dialéctica puramente interna al pensamiento. Por otra parte, en la historiografía de las ideas que se practicaba en los centros académicos ─y en el nuestro muy particularmente─ se pensaba fundamentalmente en torno al concepto de “influencias”: un filósofo era influido por otro u otros, e incorporaba esas influencias en calidad de préstamo. Este enfoque es particularmente nefasto a la hora de valorar las producciones latinoamericanas, pues tratándose el nuestro de un continente dominado y dependiente en la mayor parte de su historia, nuestros pensadores siempre han debido dialogar con las producciones teóricas de los sucesivos centros. Por lo tanto, desde ese enfoque, más que producción propia de un pensamiento original, siempre vamos a encontrar “influencias”, préstamos teóricos de otros pensamientos que no tienen nada de original.
Arturo entendió profundamente este problema, y en consecuencia combatió fuertemente los presupuestos metodológicos de esas dos formas de abordar la historia del pensamiento. El resultado fue una transformación radical del modo de ver y ponderar nuestro pasado intelectual, pues, como ha señalado el maestro José Gaos, nadie encuentra lo que no busca, y si no buscamos la originalidad de nuestros pensadores del pasado, difícilmente la vayamos a encontrar. Para producir esa ruptura en la metodología de la Historia de las ideas y de la filosofía, Roig incorporó, en los años setenta y ochenta, el llamado “giro lingüístico” que tenía lugar entonces en las ciencias humanas. Esto le permitió reorientar y ampliar el enfoque metodológico en el estudio del pasado intelectual latinoamericano, a partir de la comprensión de las “ideas” como signos lingüísticos que se articulan en el marco de discursos. El lenguaje no es una herramienta neutra para la expresión del pensamiento; por el contrario, es, como dice Valentín Voloshinov, la arena en la que distintos grupos humanos luchan por imponer determinado sentido a los conceptos, en el marco de una sociedad con características históricas y sociales determinadas. Esta comprensión nueva de las “ideas” historiadas, que introdujo Arturo, permitió incorporar una serie de herramientas aptas para descubrir la presencia del contexto social en los textos e incluso para leer las voces “otras” ─esto es, de los “otros” silenciados o eludidos en cualquier discurso─ en la superficie de los escritos políticos latinoamericanos. Este enfoque permitió mirar nuestro pasado intelectual como fuente inagotable de originalidad, que los historiadores de las ideas pueden ir sacando a la luz en sucesivas aproximaciones.
¿Cómo definiría la concepción que poseyó Roig respecto de Latinoamérica?
Como una comprensión fundamentalmente original. Para él, América Latina es un continente permanentemente sujeto a la voracidad de las grandes potencias y a la interrupción de los procesos sociales de liberación de las sucesivas cadenas que, intereses externos o internos, han ido imponiendo a nuestros pueblos. Esa comprensión parte de considerar que la “destrucción de las Indias”, denunciada por Bartolomé de Las Casas, no fue un hecho único e irrepetible, imputable exclusivamente al momento inmediatamente posterior a la conquista española, sino que se trata de una constante en nuestro desarrollo, una “figura” condicionante del proceso histórico y cultural de nuestros pueblos, que se ha repetido innumerables veces, y puede ─nada permite asegurar que no volverá a ocurrir en el futuro─ volver a abatirse sobre nosotros.
La “destrucción” de los pueblos originarios, operada por los españoles en el siglo XVI, es, desde luego, un hecho histórico que redujo la existencia de la humanidad americana a un punto cero, desde donde las generaciones siguientes debieron recomenzar una lenta re-construcción de la identidad. Pero es también un símbolo que recuerda los sucesivos quiebres de la continuidad en el proceso de constitución de nuestra subjetividad, que obligan cada vez a recomenzar la tarea de afirmación y reconocimiento de nosotros mismos.
¿Cuál es el núcleo del pensamiento ético de Arturo Roig?
El pensamiento ético de Arturo Roig parte del reconocimiento de la dignidad intrínseca de todo ser humano y de su valor como fin en sí mismo, algo que él tomó de Kant, para darle una formulación peculiar y muy adecuada para pensar nuestra realidad. Hay que subrayar que no se trata de un reconocimiento de carácter puramente teórico; según Arturo Roig, se origina históricamente cuando tiene lugar un proceso de emergencia social, que siempre se encuentra impulsado por necesidades humanas insatisfechas. De este modo, la afirmación de la dignidad humana está asociada al fenómeno del surgimiento de grupos humanos que se rebelan, que resisten frente al poder, que cuestionan las formas opresivas que contiene siempre una organización social determinada.
¿Su visión de Latinoamérica polemizó con tradiciones teóricas europeas? ¿Con cuáles y por qué?
Si, por supuesto. Como para todos los grandes filósofos latinoamericanistas, el gran contrincante de Arturo fue Hegel, el pensador que encarna todos los rasgos del etnocentrismo europeo y del pensamiento hegemónico mundial en general ─el pensador que afirmó, entre otros dichos totalmente ofensivos para los americanos, que en el nuevo continente todo es “copia y reflejo” de Europa─. En la filosofía de Arturo Roig es explícita la inversión de la concepción ética de Hegel, tal como la misma se encuentra en la Fenomenología del Espíritu, donde Hegel presenta sus dos célebres figuras: la del “amo y el esclavo” y la del “varón y la mujer”, relativas respectivamente a la constitución de la conciencia en el enfrentamiento con el otro, y a la construcción de la eticidad en su diferenciación frente a la moralidad.
Mientras que en Hegel, la figura de la dominación del hombre por el hombre se resuelve en el reconocimiento de la libertad del dominado como actitud interior, Roig reivindica la figura de Calibán, presente en la simbólica latinoamericana, que representa al esclavo que recibe y reformula un legado cultural hasta convertirlo en instrumento de liberación y autoafirmación.
Otro tanto sucede con la figura del “varón y la mujer”, a través de la cual Hegel produce la recuperación del mito de Antígona, y lo pone al servicio de la reiteración de los milenarios prejuicios que colocan a la mujer en un lugar de subordinación “por naturaleza”. Dentro del espíritu patriarcal y eurocéntrico del discurso hegeliano, lo femenino (Antígona) representa la subjetividad de las leyes de la tierra, la moral subjetiva que se enfrenta al principio masculino, dado por la objetividad y universalidad de las leyes que instituyen el Estado (la “eticidad”). En oposición a esta forma de entender y resolver el conflicto entre subjetividad y objetividad, Roig considera que el principio ético fundamental es la moralidad, pues representa el momento de la emergencia subjetiva de valores emancipadores, capaces de enfrentar las normas e instituciones sociales objetivadas, representantes de la ética del statu quo y de los opresores.
Esta idea es fundamental en su pensamiento y lo lleva a plantear la existencia de “una moralidad de la emergencia” en América Latina, cuya reconstrucción era para él una tarea todavía inacabada, a pesar de que en ella puso mucho de su esfuerzo intelectual.
Durante las últimas décadas ¿cuáles han sido las transformaciones teóricas que experimentó Roig en relación a los cambios que se fueron produciendo en la región y en el mundo?
Arturo siguió siempre con mucha atención los cambios que se producían a nivel mundial. Fue un espectador crítico de la transformación de la economía capitalista en su fase global, y vivió con mucha preocupación la imposición del neoliberalismo como forma de pensamiento hegemónico en América Latina y en el mundo. En los años noventa se preocupó por recuperar para la reflexión la importancia del papel del Estado como regulador de la economía y percibió con claridad y angustia las consecuencias deshumanizadoras de los ajustes estructurales que se practicaron en nuestro país y en otros países hermanos.
¿Cuál era su visión de la etapa actual que experimenta Latinoamérica y de la crisis actual que están atravesando países pertenecientes a economías desarrolladas, como España, Italia o Inglaterra?
Miraba con mucha esperanza y simpatía el proceso de integración latinoamericana que se ha visto patentizado en los últimos años en diversas formas de unidad regional, a la que siempre concibió como una integración en todos los aspectos de la vida de nuestros pueblos, no solamente en lo comercial o empresarial, sino como integración económica en sentido fuerte, y también cultural, social y educativa. Las últimas veces que conversé con él, a finales del año pasado, no le pregunté su opinión sobre la crisis en los países centrales, pero estoy segura de que deploraba las medidas económicas neoliberales que se están aplicando en los países de la Unión Europea y que se solidarizaba con las diversas expresiones de indignación y rebeldía social que se han despertado en ese continente como también en los Estados Unidos, en las que seguramente veía la posibilidad de una democratización real de la vida y de transformación en un sentido emancipador, para ellos mismos, los habitantes del Norte, pero también para el futuro de toda la humanidad.
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