El movimiento estudiantil mendocino: genealogía de (más de) una lucha

Las tomas de las facultades y universidades no son algo nuevo, son el repertorio histórico del movimiento estudiantil. Unas veces a la defensiva y disperso, otras veces a la ofensiva y de manera organizada, el estudiantado ha sido reflejo de la coyuntura en cada momento y ha reaccionado a los ataques a la educación.

El movimiento estudiantil mendocino: genealogía de (más de) una lucha

Lourdes Murri y Rodrigo Touza analizaron los debates del movimiento estudiantil desde 1918. Foto: Unidiversidad

Sociedad

Unidiversidad

Julia López

Publicado el 06 DE NOVIEMBRE DE 2024

Las masivas manifestaciones por la universidad pública de 2024 hacen pensar en la potencia del movimiento estudiantil como actor social. El peso que tiene es fluctuante y sus intereses y debates han cambiado con las distintas coyunturas del último siglo. Para reconstruir la genealogía del movimiento estudiantil, su organización y los principales debates que dinamizaron su desarrollo, desde Unidiversidad dialogamos con dos especialistas de la UNCUYO que lo investigan: Lourdes Murri, historiadora, y Rodrigo Touza, sociólogo. Las tomas no son improvisadas, sostuvo la especialista, sino que son el repertorio histórico de estudiantes que se organizan cuando avanzan sobre sus derechos.

No se sabe toda la genealogía del movimiento estudiantil, coincidieron. Hay nebulosas sobre qué pasó con este actor social durante determinadas épocas y, además, hay mitos. En general, los estudios se concentran en las universidades de los grandes centros urbanos y los grandes hitos, como la Reforma del 18, el debate sobre laica o libre en la década del 50 o el furor de participación en los 60 y 70.

Lo bueno, en todo esto, es que esas lagunas –temporales y espaciales– dejan en claro que hay mucho por investigar por fuera de los hitos y en el territorio. Es que hay algunas pioneras, pero hace muy poco tiempo que se ha empezado a estudiar el pasado local en clave social. Hasta entonces, lo que había era una historia tradicional, muy institucional, que dejaba a los actores sociales afuera. Esta nueva corriente historiográfica que se para a pensarlos –la “Mendoza subalterna”, como le dicen– tiene muchísimo para explorar.

La Reforma del 18 y la organización en Mendoza

Sin duda alguna, sostuvo Rodrigo Touza, el gran hito del movimiento estudiantil fue la Reforma Universitaria de 1918, que puso fin a una forma de concebir la educación superior. Hasta entonces, era centralmente escolástica, aristocrática y con la autoridad docente por sobre todo, lo que contrastaba con una sociedad que se estaba democratizando en pleno yrigoyenismo.

El movimiento estudiantil es mucho más que las agrupaciones formales, sostuvo Rodrigo Touza. Foto: Unidiversidad

No es casualidad que la reforma se hubiera dado en Córdoba, explicó Lourdes Murri: se trataba de la provincia con la universidad más colonial, donde el peso de la Iglesia Católica y la oligarquía era muy fuerte. La reforma que exigían no solo tenía que ver con la modernización de contenidos –científicos y no eclesiásticos–, sino también con la participación del claustro estudiantil en el gobierno universitario y en la definición de programas de estudio.

Era un contexto sumamente revoltoso a nivel mundial y a nivel nacional. En Argentina, ya no era la aristocracia el único sector con aspiraciones políticas, sino que empezaron a surgir otros que, hasta entonces, habían tenido cercenada la participación. El radicalismo ganó las elecciones en 1916 como primer gobierno popular y las universidades fueron parte de ese contexto social convulsionado. Lo dice el mismo Manifiesto Liminar de la Reforma: “Estamos pisando sobre una revolución”.

“A partir de la reforma, podemos hablar del surgimiento del movimiento estudiantil como tal en Argentina”, afirmó la becaria doctoral de Incihusa-Conicet. Se organizó en cada institución y también a nivel interuniversitario, con la creación de la Federación Universitaria Argentina (FUA).

Una consecuencia directa de este suceso en Córdoba fue la formación de la Federación de Estudiantes Secundarios de Mendoza, en 1921, que organizó el Primer Congreso Estudiantil de Cuyo. Reclamaba la formación de una universidad nacional en la región, mucho antes de la creación de la Universidad Nacional de Cuyo, porque mudarse a una provincia con universidad era muy costoso y posible solo para unos pocos.

Registro del Primer Congreso Estudiantil de Cuyo. Foto: cortesía de Lourdes Murri

La formación de la UNCUYO, el peronismo y “laica o libre”

El devenir del movimiento estudiantil en los 30 y los 40, particularmente en Mendoza, es parte de la nebulosa de la que hablan la historiadora y el sociólogo. En 1939 se creó la UNCUYO y durante los dos gobiernos peronistas se decretó, y después se estableció por ley, la gratuidad universitaria. Sin embargo, “hasta donde sabemos” –remarcan–, no hay registro de que se esté investigando el movimiento estudiantil local durante el peronismo. Lo formulan como un pendiente y una invitación para quienes se interesen en profundizar.

En general, precisa Touza, el sector estudiantil fue reacio al peronismo y fue parte de las movilizaciones que enfrentaron a Perón durante su primer y segundo gobierno. Se le cuestionaba la autonomía de las universidades, aportó Murri. Es que habían surgido la Unión de Estudiantes Secundarios (UES) y la Confederación General Universitaria (CGU), pero fueron iniciativas gubernamentales que buscaron agrupar correligionarios y aumentar su influencia en esos sectores. Eran creaciones de arriba hacia abajo, a diferencia de las federaciones del 18 y años posteriores, que surgían de abajo hacia arriba.

En 1958, el presidente Arturo Frondizi encabezó la iniciativa para permitir que las universidades privadas pudieran otorgar títulos que, hasta el momento, solo podían entregar las estatales. “Laica o libre” es el nombre con el que se conoce a aquel conflicto, pero no estaba en juego la libertad de enseñanza. Quienes se oponían lo hacían porque entendían que el avance de las privadas abría paso a que la Iglesia Católica fundara universidades y se retrocediera nuevamente hacia una educación superior confesional.

La UNCUYO se declaró a favor de la reglamentación con una serie de requisitos, como la supervisión estatal en planes de estudio, estatutos y programas. A pesar de la propuesta, en Mendoza se sucedieron, “aunque con menor virulencia, los conflictos estudiantiles que se venían manifestando en el resto del país”, escribió la historiadora Celina Fares.

Los 60 y los 70: “Lo raro era no participar en política”

A partir del crecimiento demográfico de 1950 y 1960, las matrículas de las universidades empezaron a masificarse en todo Occidente, incluso con la presencia femenina. Por ejemplo, para 1972, la UNCUYO tenía el 50 % de estudiantes mujeres y el 50 % de varones, aunque variaba hacia el interior de las facultades, como hasta hoy. Los sectores medios y las hijas e hijos de la clase obrera poblaron las casas de estudios y, en una época de altísima participación política, esto generó una reacción conservadora que tuvo su hito en la dictadura de Onganía, con la represión a estudiantes y docentes en junio de 1966, conocida como Noche de los Bastones Largos.

Es una característica de “los 68”, introdujo Lourdes Murri, que el movimiento estudiantil deja de interpelarse con cuestiones únicamente educativas, salga hacia afuera y se una con otros sectores, sobre todo, obreros y populares. En esa época, la identidad del movimiento estaba más vinculada a la clase –el obrero estudiante– y a idearios revolucionarios.

Así como en 1918 la demanda era democratizar, a partir del 68, la demanda fue por una universidad abierta al pueblo e involucrada con lo que pasaba afuera. El Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo marcó fuertemente al estudiantado, que empezó a salir a ver lo que pasaba en los barrios. La derecha, por su parte, también creció porque, en esos años, “lo raro era no participar en política”, remarcó la especialista.

Como durante el Cordobazo, el movimiento estudiantil local tuvo participación en el Mendozazo, aunque de forma más dispersa. Sin banderas, junto con otros gremios, espontáneamente a la salida de la escuela y la facultad, se sumaron a esa serie de revueltas que comenzaron el 4 de abril de 1972 como reacción a distintas medidas de ajuste de la dictadura de Lanusse. Por la represión desatada, “el Mendozazo fue como un bautismo de fuego” para este sector más joven de la militancia, narró la historiadora, y una de las personas asesinadas fue el estudiante Luis Mallea.

En los 60 y los 70, era raro no participar en política, manifestó Lourdes Murri. Foto: Unidiversidad

La reforma universitaria de Cuyo

La participación del movimiento estudiantil estaba en la cima, al punto de que, tras el Mendozazo, una asamblea expulsó al teniente coronel Gómez Rueda, docente de la Facultad de Ciencias Políticas, señalado como torturador en esas revueltas. También existían estudiantes radicalizados por derecha, pero eran una minoría y no intervenían en las asambleas ni tenían identidades visibles, puntualizó Lourdes Murri.

Ya en marzo del 73, todas las universidades del país estaban tomadas hasta que se produjera la restauración democrática de mayo y el estudiantado organizado llegó a tener influencia hasta en la designación de las autoridades. Por ejemplo, el nombre de Roberto Carretero para rector surgió de la Asamblea General de Estudiantes de la UNCUYO del 1.° de junio de 1973. Lo mismo ocurrió con los decanos.

A nivel Cuyo, concretamente, el claustro estudiantil formó parte de “la” reforma universitaria local, que fue entre el 73 y el 74, cuando se cuestionó todo, desde el sistema de cátedras hasta cómo acreditar una materia o para qué tener extensión universitaria. Los y las estudiantes decidían junto a sus docentes qué estudiar en cada materia y construían entre los dos sectores un nuevo vínculo, ya no más autoritario. Fue una reforma que transformó la forma de vivir en la universidad y de estar dentro y fuera de ella.

Todo esto es lo que quiso limitar y aniquilar la Misión Ivanissevich, llamada así por el ministro de Educación de María Estela Martínez de Perón. Fue un proyecto de políticas que buscaban “depurar de marxismo y subversión” los contenidos educativos y a los sectores estudiantiles y docentes. Dieron marcha atrás con las reformas, expulsaron docentes, motivaron exilios. Al movimiento estudiantil se le prohibió cualquier tipo de participación, pero una coordinadora siguió organizando asambleas fuera del campus, incluso con docentes. La ofensiva continuó: en noviembre del 74, adhirieron al primer paro universitario nacional contra Ivanissevich.

El movimiento estudiantil tiene nebulosas y mitos. Foto: Unidiversidad

Algunas y algunos estudiantes que resistieron la Misión Ivanissevich fueron perseguidos y asesinados antes del golpe, como Amadeo Sánchez Andía, Gladys Sabatino, Susana Bermejillo y Mario Susso. Fue un ensayo de la represión profundizada con la dictadura del 24 de marzo de 1976, momento en el cual los movimientos se replegaron para resguardar la vida de sus integrantes.

La dictadura buscó limitar el acceso a la universidad, con políticas asentadas en una ley de 1980. Incorporaron exámenes de ingreso, habilitaron el arancelamiento –para hacer algunos trámites administrativos– y establecieron un sistema de “créditos educativos”. Todas las universidades públicas vieron el desplome de sus matrículas. En el 76, puntualizó Touza, la UNCUYO tenía 9673 estudiantes, y dos años después, 7594, un 20 % menos.

Los debates en democracia

Tras la pérdida de legitimidad y la salida política de la dictadura, el debate principal era la democratización de la universidad. ¿Cómo se iba a constituir la normalización universitaria en términos democráticos? Debían conformar centros de estudiantes en las facultades porque de allí saldrían representantes para cada consejo directivo. De hecho, las primeras elecciones para centros de estudiantes se celebraron incluso antes de las presidenciales del 30 de octubre. En este marco nació la Federación Universitaria de Cuyo (FUC), que hasta hoy es el principal espacio de organización y representación estudiantil universitario a nivel provincial.

Murri y Touza buscan reconstruir los principales debates del movimiento estudiantil en la historia contemporánea. Foto: Unidiversidad

El auge en la participación y la enorme legitimidad de los partidos políticos presentó un contrapunto en la UNCUYO. En plena primavera democrática, la mayoría de las agrupaciones que ganaron los centros de estudiantes –Ingeniería, Ciencias Políticas, Filosofía, Ciencias Económicas, Ciencias Agrarias– fueron las autodenominadas independientes: rechazaban la política en la universidad, eran reacias a los partidos y tenían vínculo con las autoridades salientes. Eran distintas, pero compartían una connotación muy conservadora, coincidían en sostener la restricción del ingreso, cuestionaban la gratuidad y tenían una mirada acrítica de la dictadura, recordó Rodrigo Touza.

El claustro estudiantil tuvo participación en el debate por la conformación de concursos docentes y en la elección del primer rector de la democracia. A pesar de haber ganado Luis Triviño, representante del progresismo, los sectores conservadores de la universidad habían retenido buena parte del poder. Sin embargo, ya para mediados de los 80, la derecha más conservadora estudiantil había perdido fuerza.

La segunda mitad de los 80 en la Argentina estuvo marcada por una crisis profunda y hubo paros históricos contra el escaso presupuesto universitario. El debate estudiantil giraba en torno a apoyar –o no– y cómo esa lucha docente. Pero esta actitud ofensiva del estudiantado por democratización y presupuesto que se vio desde el 83 se volcó a la defensiva con las políticas neoliberales de los 90. Una nueva crisis de legitimidad de la práctica política se manifestó en una retracción del movimiento estudiantil nacional y local.

Murri y Touza son parte del equipo del proyecto de la SIIP “Historias y Memorias de la UNCuyo". Foto: Unidiversidad

Sin embargo,1995 volvió a mostrar la efervescencia de las y los estudiantes cuando el gobierno de Menem impulsó la Ley de Educación Superior. La posibilidad de arancelamiento hizo que reaccionaran con marchas, cortes de calle y tomas de facultades. En la UNCUYO, se tomó el campus completo. “Fue un proceso de movilización muy fuerte después de algunos años de prácticamente nada”, recordó el sociólogo, y encontró a los centros de estudiantes con poca capacidad de movilización, después de un tiempo sin mucha actividad estudiantil. Las agrupaciones no tenían el poder de contener todo ese movimiento, que además se iba radicalizando con tomas y marchas, y se empezaron a fortalecer otras corrientes.

Todo esto, reflexionó Rodrigo Touza, muestra que el movimiento estudiantil es mucho más que las agrupaciones. Los espacios formales de participación estudiantil –con sus altas y bajas– marcaron presencia, impulsaron luchas y consolidaron derechos. Pero, más allá de los centros de estudiantes, cuando el movimiento estudiantil se ve interpelado, emerge a los márgenes de las organizaciones formales.

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