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05 DE NOVIEMBRE DE 2024
Elecciones en EEUU. La victoria de Barak Obama y sus potenciales repercusiones en Latinoamérica. El candidato republicano y sus propuestas medievales. Entre el agua turbia y el barro.
Foto: Web
Debe ser considerado como algo positivo el reciente triunfo electoral de Barack Obama. Esto es así, pese a que, sea cual fuere el partido que esté gobernando Estados Unidos, existe de común acuerdo una visión similar de cuál debe ser la política exterior con Latinoamérica. Tanto para republicanos como para demócratas, el Sur continúa representando una especie de patio trasero por el cual deben continuar interesándose e inmiscuyéndose.
Los intereses de Estados Unidos en Latinoamérica quedaron claramente definidos recién concluida la Segunda Guerra Mundial cuando, según lo señala Noam Chomsky en su último libro Cómo funciona el mundo, George Kennan, jefe del sector de planificación del Departamento de Estado en aquel entonces, les marcó a los embajadores norteamericanos que la política exterior que correspondía seguir debía procurar la protección de la “materia prima norteamericana” (sic) ubicada en Latinoamérica.
Según la periodista Telma Luzzani, autora del libro Territorios vigilados, “es tan importante América Latina para Estado Unidos que, en general, siempre está presente en sus primeros objetivos qué es lo que va a pasar en la región. Sin América del Sur y América Central, Estados Unidos no podría ser la potencia que es”, sostiene.
Es por esto, y por algunas evidencias más que se han producido en la relación de la región con Estados Unidos durante los últimos años, que la victoria de Barack Obama no genera las mismas expectativas que muchos gobiernos del Cono Sur poseían sobre él antes del inicio de su primer gobierno.
Sin embargo, y más allá de cuestionables actitudes del gobierno de Obama, como la defensa de los fondos buitres que operan en Latinoamérica, el apoyo disimulado de Washington al golpe de Estado perpetrado en Honduras en el 2009, o el intento de aumentar su presencia militar en la región, entre tantas otras, es una verdadera fortuna que no haya ganado el candidato republicano Mitt Romney.
Romney representa lo más reaccionario de la política norteamericana y mundial. Es blanco, millonario, conservador en términos morales, liberal en los económicos. Sus consignas –presentadas a través de diferentes puntos en su plataforma electoral- retrotraen la política contemporánea a parámetros prácticamente medievales: racismo, chauvinismo, propuestas de rechazo de derechos para minorías, endurecimiento contra inmigrantes, etc.
Por otra parte, su plataforma planteó sin rodeos medidas de cuño neoliberal en términos económicos que habrían perjudicado aun más a la población norteamericana que ya cuenta con más del 20% de desempleo. En este sentido, Romney propuso la reducción de impuestos para empresas y gente rica, además del desmantelamiento del Estado de bienestar y la reducción de las políticas sociales.
El candidato republicano, además de representar el estrato ideológico de su partido, absorbió instintos aun más radicales del movimiento conservador Tea Party, que en esta oportunidad apoyó electoral y financieramente a los republicanos. Por eso, en gran medida Obama ganó no solo a través de votos propios sino –y como bien lo señaló un titular de Página12 oportunamente- por “el espanto ante Romney” de gran parte del electorado.
No fue una victoria contundente; en realidad Obama gana con lo justo, apenas dos puntos de diferencia, lo cual es un dato preocupante para el resto del mundo. Romney –queriendo continuar con los lineamientos establecidos por George Bush en su momento- propuso durante su campaña el endurecimiento de la política exterior estadounidense, que en los hechos no fue blanda con la última gestión demócrata.
Haciendo un poco de retrospectiva, durante el gobierno de Obama se continuó con la invasión a Afganistán, no se cerró Guantánamo y se asesinó de manera ilegal a Osama Ben Laden. Como ya se mencionó anteriormente -y más allá de la retórica de las declaraciones públicas- en Latinoamérica el departamento de Estado apoyó el golpe a Honduras y, además, gracias a cables difundidos por Wikileaks se pudo comprobar que Estados Unidos está brindando actualmente dinero y logística a los partidos políticos opositores al gobierno de Rafael Correa en Ecuador.
Lo que habría significado la victoria de Romney en relación con su propuesta de endurecimiento de la política exterior respecto de América Latina es atacar al proceso democrático de integración que se viene desarrollando durante la última década, y sobre todo atacar a uno de sus mayores conductores, el presidente de Venezuela Hugo Chávez.
Durante la campaña, el candidato republicano cuestionó a Obama porque este había declarado que según su opinión “lo que ha hecho el señor Chávez en los últimos años no representa un peligro” para la seguridad nacional de aquel país.
Por el contrario a lo dicho por Obama, según Romney, y sin que tuviera que presentar prueba alguna de sus denuncias, Chávez “ha suministrado protección a capos de la droga, ha alentado organizaciones terroristas que amenazan” a aliados de EEUU como Colombia. Además, sostuvo que Venezuela “ha fortalecido vínculos militares con Irán y le ha ayudado a evadir sanciones, y ha permitido la presencia de [el movimiento islamista] Hezbolá dentro de su país".
Básicamente la campaña de Romney se trató de un grito de guerra contra la región muy similar a la oratoria que ocupó Bush un tiempo antes de comenzar con sus invasiones en Medio Oriente. Si bien con Obama no están aseguradas de ninguna manera relaciones futuras amables, con Romney de entrada habrían resultado hostiles.
En definitiva, si bien resultan sumamente cuestionables gran parte de las políticas llevadas adelante contra la región por parte de la administración demócrata, con la republicana se habría producido un retroceso a la era Bush, donde Latinoamérica estuvo fuertemente presionada por propuestas que consolidaban la intrusión de EEUU en la política local pero que lograron ser rechazadas.
Por todo esto, qué bueno que no ganó Romney; qué bueno que no ganó el poder blanco.
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