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05 DE NOVIEMBRE DE 2024
El Juez Daniel Rafecas estuvo de visita en Mendoza y realizó un repaso acerca de los mecanismos de exterminio empleados en la Shoá. También se refirió a los puntos en común que tuvo el nazismo con la última dictadura militar argentina.
Juez Daniel Rafecas. Foto: N. A.
El 19 de abril pasado se conmemoró el 70º aniversario del Levantamiento del Gueto de Varsovia, un alzamiento que protagonizó el pueblo judío en 1943, durante la Segunda Guerra Mundial, cuando los nazis iniciaron la segunda deportación masiva de prisioneros hacia los campos de exterminio. El alzamiento se produjo entre el 19 de abril y el 16 de mayo y concluyó con la represión por parte de las fuerzas nazis.
En base al compromiso para recordar los hechos ocurridos en esta fecha, el Centro Cultural Israelita en conjunto con el Instituto de Derechos Humanos de la UNCuyo organizaron un acto con la presencia del Juez Daniel Rafecas, quien realizó una disertación en la sede del Centro referida a su libro Historia de la solución final, una obra que tiene como objeto una indagación que explora cómo se produjo la Shoá, uno de los crímenes cuya forma y envergadura lo convierten en uno de los más aberrantes del siglo XX.
En el marco de esta visita, Daniel Rafecas realizó una serie de entrevistas con distintos medios de la UNCuyo, donde señaló que uno de sus mayores intereses como investigador ha sido conocer cómo se produce la violencia ejercida por los Estados autoritarios, como fue el caso del régimen nazi. “La violencia ejercida por los Estados autoritarios es tal vez el denominador común más fuerte entre lo que fue el terrorismo de Estado en la Argentina y el Holocausto que estuvo basado en el exterminio de seis millones de judíos europeos a manos del régimen nazi”, señaló.
Destaca la página de Siglo XXI, editorial que publicó Historia de la solución final: “Daniel Rafecas construye un relato conciso y explicativo a la vez, sostenido en una hipótesis contundente, aunque no obvia: a ese acontecimiento no se llegó solo por el voluntarismo de un puñado de fanáticos antisemitas encabezados por Adolf Hitler, sino a partir de la superación, en forma sucesiva, de una serie de etapas, en cuyo devenir se radicalizaron las decisiones criminales sobre la cuestión judía. Esas decisiones fueron paulatinamente procesadas y racionalizadas por decenas de miles de funcionarios involucrados en el proceso de destrucción”.
El magistrado opinó que en Latinoamérica en general, incluyendo a la Argentina, no se ha tomado total conciencia acerca de la relevancia y el enorme impacto que ha significado para Occidente y la modernidad lo que ha sido la Shoá (el Holocausto). “La idea del libro es fomentar la conmemoración de esos hechos y también extraer las enseñanzas que tenemos que tomar de estos sucesos tan terribles para nosotros, como integrantes de las sociedades modernas, como ciudadanos latinoamericanos y como ciudadanos argentinos”, explicó.
La totalidad de los crímenes del nazismo se basaron en falsas acusaciones, indicó el juez: “Hay que tener en cuenta que un millón y medio de esos seis millones de personas, eran niños. De la larga lista de acusaciones que los nazis les endilgaban a los judíos de Europa, todas y cada una de esas acusaciones eran falsas. Desde el punto de vista de alguien que ejerce la justicia o que puede llegar a tener vocación de justicia, es particularmente indignante ese aspecto de lo que fue la Shoá. Durante el siglo XX son pocos los casos en donde se advierte semejante escala y magnitud en un crimen estatal a partir de una larga lista de prejuicios raciales, ideológicos, religiosos, etcétera”.
Con respecto al aparato de funcionamiento de los regímenes totalitarios, el autor de Historia de la solución final advirtió que “todo régimen totalitario construye un estereotipo del enemigo; en el caso del régimen nazi el enemigo era el judío o el judaísmo, así como en el marco del terrorismo de Estado de la Argentina el estereotipo del enemigo era el llamado “subversivo” o los integrantes de las organizaciones armadas a quienes había que exterminar. En ambos casos hubo métodos sistemáticos, fríos, casi industriales, de exterminio. En el caso de la Shoá estamos hablando de una escala de seis millones de víctimas, una cifra muy difícil de calibrar”, explicó.
Las razones de una historia sobre la solución final
Hace cinco años, Rafecas se propuso escribir esta obra y, según relató, le llevó ese tiempo aproximadamente sistematizar los datos y escribirla. “Desde hace más de una década que estoy comprometido con mantener la memoria de estos acontecimientos: me he vinculado con el museo del Holocausto de la ciudad de Buenos Aires, doy clases sobre estos temas en la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires y hago todo lo posible (o lo que esté a mi alcance) para rescatar estos sucesos, mantener la memoria de los hechos y trabajar también en clave comparativa con lo que ha sido el terrorismo de Estado en la última dictadura argentina. No nos olvidemos que el antisemitismo era muy fuerte en el interior de los centros clandestinos de detención y tortura. Por lo menos entre un diez y un veinte por ciento en la nómina de los desaparecidos argentinos era de condición judía. Entonces, es un tema que no nos es ajeno a nosotros como argentinos”, advirtió.
En relación al recorte que realizó para desarrollar la investigación, el autor explicó: “El libro se concentra en diez años: a partir de 1933, que es el año cuando Hitler llega al poder, hasta 1943, que es cuando ya se desencadena finalmente la última y más oscura etapa de la Shoá basada en la irrupción de una instalaciones nunca antes vistas en la historia de la humanidad: los campos de exterminio, cámaras de gas y hornos crematorios. Hubo seis de estas instalaciones, todas ellas ubicadas en Polonia, con nombres que se han convertido en símbolos de una de las páginas más negras de la historia de la humanidad: Treblinka, Sobibor, Bełżec, Auschwitz-Birkenau, etcétera”.
La reconstrucción de la memoria
El magistrado señaló que existe una especie de regla general en los países en los que han ocurrido procesos de genocidios por la que las sociedades mantienen vedada la verdad de lo ocurrido durante una cierta cantidad de décadas, hasta que llega un punto en que esas sociedades “dan vuelta la vista y empiezan a tener una mirada honesta con ese pasado reciente de terrorismo de Estado. Ha sucedido en el caso de Europa y ha sucedido también en nuestro país. Las investigaciones y todo el proceso cultural desatado en torno de la Shoá comienza a crecer en los años 70 y 80, hoy en día está muy desarrollado y no hay ámbito académico donde no haya estudios acerca de este tema, y un poco pasa también lo mismo en la Argentina con el terrorismo de Estado. Recién en estos últimos diez años, a partir de la reapertura de los procesos y de todo este sano ejercicio de memoria, verdad y justicia que nos estamos dando los argentinos –con los procesos judiciales pero también con un proceso judicial más amplio- se revela cómo han sido ocultados estos acontecimientos en la historia oficial de nuestro país”, afirmó.
Vasos comunicantes
Daniel Rafecas asumió como juez hace nueve años en Capital Federal, y en el juzgado a su cargo tramita una de las causas más importantes en la que se investigan crímenes de lesa humanidad cometidos durante la última dictadura, denominada “Primer Cuerpo del Ejército”. Según indicó el magistrado, el bagaje de lecturas referidas a la Shoá influyó en su interpretación de la causa: “Indudablemente todo esto ha generado una influencia en la orientación que yo le di a la causa judicial y ha influido también en que me preocupara especialmente en encontrar puntos de contacto entre lo que eran las prácticas del régimen nazi y las prácticas de los dictadores argentinos”.
En ese sentido, el magistrado señaló que “hay un punto fundamental, que hoy en día está largamente demostrado en las investigaciones judiciales, que es la recreación del universo de los campos de concentración propios del régimen nazi en los centros clandestinos de detención y tortura que hubo en toda la Argentina. Es decir, en los centros clandestinos de detención como la Esma, La Perla, la Cacha o El Olimpo había un denominador común basado en la inmediata deshumanización o despersonalización de todo cautivo que ingresaba a estos centros: se le quitaba toda la ropa, se le prohibía usar su nombre, se le prohibía hablar, estaba maniatado de pies y de manos, encapuchados, entabicados, sometidos a una amenaza de muerte permanente, torturados, etc. Las condiciones los llevaban a una cosificación o deshumanización igual a la que ocurría en los campos de concentración del nazismo”, sostuvo Rafecas.
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