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20 DE DICIEMBRE DE 2024
Por segunda vez, una producción del Ballet de la UNCUYO con dirección del gran bailarín argentino agotó funciones y evidenció el talento y la potencia de la plaza mendocina para la danza.
Foto: Matias Sacks
Tras la también exitosa puesta de “Romeo y Julieta” realizada en 2017, Maximiliano Guerra -junto a Myriam Barroso en la asistencia coreográfica- volvió a dirigir al Ballet de la UNCUYO para poner en escena a la obra más famosa de todos los tiempos: “El Lago de los Cisnes”, del compositor ruso Piotr Ilich Tchaikovsky. El equipo de Guerra además contó con Daniel Feijóo en dirección escenográfica y el iluminador Roberto Traferri.
Por su parte, el cuerpo de baile estuvo conformado por integrantes del ballet universitario dirigido por Marisa Manyegüi, con la participación de bailarines seleccionados a través de audiciones y la presencia de Nahuel Prozzi, bailarín estable del Teatro Colón, como figura invitada. Marcela Nadal y Maricé Sánchez fueron las maestras ensayistas del proceso y Rafaela Parejas, la asistente de dirección.
Tanto en la producción de 2017 como en esta puesta, se convocó a un concurso para el diseño escenográfico de la obra para profesionales y estudiantes avanzados de las carreras de la Facultad de Artes y Diseño. La selección del equipo de dirección recayó en la propuesta de Lucía Giaquinta y Marcela Lucero que consistió en recrear los ambientes de cada escena a través de periactes -prismas que muestran un tema diferente en cada una de sus caras y giran sobre su eje en los cambio de escena- a los costados del escenario de la sala Chalo Tulián de la Nave UNCUYO. Un equipo de doce realizadoras bajo la coordinación de la escenógrafa Gabriela Bizon fueron las encargadas de su construcción. La escenografía se complementó con proyecciones de Motia Studio, a cargo de Paula Daher, Julia Posada y Gimena Federicci.
Esta versión de “El lago de los cisnes” se centró en la historia de amor entre el príncipe Sigfrido -interpretado por Prozzi y Renzo Rivera- y la princesa Odette - interpretada por Ivana Chavarri y Sofía Tristán-, quienes ven truncado su idilio por las malas artes del malvado brujo Von Rothbart -interpretado por Federico Castro y Fernando Barbanente- que pretende a la princesa para usurpar el trono de su fallecido padre. Para alejarla de Sigfrido, Von Rothbart convertirá a Odette en cisne e intentará suplantarla con su hija Odile.
La primera escena del acto uno, el cumpleaños de Sigfrido y la presentación de Odette, se dio en una ambientación que nos da una sensación diáfana de alegría, en los jardines de palacio recreado a través de columnas y arcos en las periactes, desafortunadamente decoradas con flores plásticas y el sostén de una proyección que no acompaña el diseño lumínico. Los personajes se presentan con la Reina Madre -Maricé Sanchez- y se destacan las coreografías solistas de Benno -Renzo Rivera y Lucas Morale -, el amigo de Sigfrido; la princesa Odette y las doncellas de palacio - Lucía Salinas, Cecilia Vazquez y Melisa Rinaldi-.
En la segunda escena, la aparición de Von Rothbart aporta dramatismo con el despliegue visual de su vestuario -diseñado por Guerra y Barroso y confeccionado por Victoria Fornoni-, en la persecución a Odette y luego en su transformación como cisne a través del conjuro del brujo. Aquí se da paso a uno de los mejores pasajes de la obra, pues Sigfrido busca a su amada en el bosque donde ha sido hechizada y la encuentra como “princesa cisne” rodeada de su “corte”. Los cisnes danzan alrededor del príncipe en perfecta sincronización, donde resaltaron el pas de quatre de Melisa Rinaldi, Cecilia Vazquez, Agustina Domínguez y Asunción Domínguez con una de las melodías más icónicas de la obra.
El clima de este cuadro se caracteriza por el carácter lúgubre del bosque en contraste con la armonía luminosa de los cisnes. La laboriosidad del diseño innovador del bosque creado por Giaquinta y Lucero -con tonos metálicos y materiales no convencionales- no estuvo del todo aprovechada en la fuerza lumínica propuesta por Traferri.
En el acto siguiente, la acción vuelve al palacio, en cuyo salón se debe elegir a la prometida de Sigfrido. Rodeados de tonos cálidos y madera, en la ambientación más lograda de la puesta, desfilan los invitados extranjeros de la reina. Danzas españolas, napolitanas, húngaras, entre otras, se despliegan buscando seducir al príncipe, quien se muestra indiferente por su juramento de amor a Odette. Sin embargo, el malvado Von Rothbart se ha hecho presente con su hija Odile, transformada en Odette, para engañar a Sigfrido. Confundiéndola con su enamorada, ambos se cortejan pero el príncipe descubre a la impostora cuando la imagen de un cisne baila sobre el salón.
El escenario se transforma ante nuestros ojos -gracias a los periactes- y de la calidez del palacio pasamos nuevamente al bosque de los cisnes donde el príncipe ha ido a buscar a Odette para salvarla. Esta es una de las escenas que muestra la impronta de Maximiliano Guerra en la puesta, donde - basado en la coreografía de Marius Petipá, de 1895 - el rol de Sigfrido es más heroico en su lucha con el brujo que definirá el destino de los amantes.
Tal vez la puesta no tenga más innovaciones que las del giro argumental. Al tratarse de un clásico, Guerra no apuesta a grandes rupturas, realiza una obra discreta y lo suficientemente ensamblada para un proceso de producción corto y que sólo contó con una semana en cartel. “El lago de los cisnes” mantiene sus formas para llegar a un gran público que responde -como lo hizo hace dos años con “Romeo y Julieta”- con avidez a la propuesta. El desafío es -entonces- el de satisfacer la inquietud de los espectadores con mayor cantidad de producciones, o al menos mayor permanencia en las salas. Los recursos artísticos y humanos, tanto mendocinos como en coordinación con hacedores destacados, están al alcance y ejemplos como esta obra demuestran calidad y potencia.
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