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El límite entre el deseo del ser humano de sentirse reconocido y la presión permanente que implica responder a los estándares sociales es uno de los caminos más directos hacia el estrés. La influencia de las redes sociales y el capitalismo.
La publicidad, las redes sociales y los medios tradicionales son factores que inciden en la concepción del éxito como “triunfo visible” (Foto: Victoria Gatián)
Milagros Martín Varela
Publicado el 24 DE SEPTIEMBRE DE 2017
La pregunta “¿Qué nos estresa?” podría responderse de muchas maneras. Querer ser o considerarse "exitoso" puede llevarnos a una situación de estrés y, para muchas personas, puede decirse que es fácil caer en la sensación de fracaso y frustración. Es que existe una constante presión desde lo individual y lo colectivo por apelar a una concepción de éxito que, desde la perspectiva del filósofo y docente universitario Omar Gais, es digna de debatir y repensar.
El docente y estudioso de las Teorías de la Comunicación explica cómo el deseo de visibilizar logros que probablemente no sean para la plenitud propia, sino para el aplauso y los "likes" virtuales de otros, lleva a confundir ese anhelo con una necesidad y a emprender un camino hacia la idea del “éxito estresante”.
¿Qué es el éxito?
La palabra "éxito" podría ser entendida de varias maneras, pero hoy tiene un sentido acorde a la cultura de la época y que yo creo que es –al menos– criticable. Hoy en día, la palabra “éxito” quiere decir triunfo visible, mostrable y perceptible por los demás. En este sentido, los medios de comunicación tradicionales y las redes sociales juegan un papel muy fuerte.
¿Qué sería lo criticable de esa concepción del éxito?
En principio, que excluye otras ideas de triunfo y de fructificación personal, en las cuales la velocidad y el vértigo para llegar a tales o cuales lugares no son componentes deseables, sino que, por el contrario, pueden ser una dificultad, un problema. Los medios empujan en el sentido del vértigo, de la velocidad, y a esta idea de hacerlo visible.
¿Cuál es el origen de esa necesidad de mostrarse?
Yo veo que hay dos cuestiones, entre las que hay una frontera finísima, muy delicada, y son el narcisismo y la necesidad de reconocimiento. Creo que la necesidad de reconocimiento la tenemos todos: todos queremos importar socialmente al otro, recibir de los demás la imagen de que uno es valioso, lo que considero absolutamente legítimo. Hasta ese punto, podría uno perfectamente mostrarse para recibir el reconocimiento de otro. Pero la frontera es muy finita con la exhibición de la sociedad del espectáculo, o de la sociedad de la sensación, según algunos autores. Me parece que las redes sociales generan en muchísima gente el deseo, que no debería confundirse con la necesidad, de mostrarse de una manera obscena. La etimología de esta palabra es discutible: algunos dicen que el significado es fuera de escena, lo que no se debería mostrar. Claro que esta expresión, lo que no se debe mostrar, es casi incompatible con la cultura del presente que, a través de los medios como vehículo privilegiado, incita a mostrar todo. La cultura del presente que viene siendo hedonista desde antes de las redes. De manera que esta sociedad hedonista no es un producto de las redes, pero la difusión y el funcionamiento de ellas lo ha potenciado notablemente.
¿Qué rol tiene la publicidad en esa concepción del éxito?
La publicidad en general, quizás especialmente en la televisión, tiene una normatividad escondida. No se presenta como normativa, no dice explícitamente “esto debe ser así”, pero muestra una imagen de mujer, otra de joven ejecutivo exitoso, otra de trabajador, que contiene esos modelos que no se presentan como normativos, pero lo son.
¿Y qué es lo que se muestra como fracaso?
Yo diría que es una idea que se descuelga de la de éxito. Se opone a ella porque se considera que el que no cumple con los parámetros, fracasa. Pensar en la tristeza y otros estados de ánimo típicamente humanos como fracasos es no sólo estúpido, sino además dañino, pero el funcionamiento de la cultura del presente contiene esto. Sería interesante hacer resistencia al mostrar que, efectivamente, ahí no hay fracaso.
Esta idea de éxito, ¿empuja hacia el individualismo?
El tema del individualismo es espinoso. Las sociedades contemporáneas son individualistas, es un principio de la modernidad, pero decir que un individuo puede subsistir aislado es una tontería, de manera que el ejercicio de la socialidad es imprescindible. Sin embargo, los funcionamientos de las plataformas de tecnología empujan en un sentido de individualidad, y uno está sumergido en el mundo del teléfono en medio de la gente. Realmente se produce un despegue del contexto: estás fuera del lugar y del momento que estás viviendo offline (fuera de línea). En el juego online/offline manda la primera, que permea a la segunda. Entre otras cosas, esto se produce por el juego de las plataformas del principio de popularidad. Se pierde, con ese accionar de las redes, la visión de una sociedad que considera al otro no como un rival, no como un aprobador, un dispensador de likes, sino como un igual, un otro valioso al que reconocemos. La modernidad europeo-occidental, que después se expande –aunque no del mismo modo– a otros lugares, estatuye el individualismo.
¿Qué otros factores o instituciones, dejando un poco de lado a los medios, cree usted que presionan para este “éxito estresante” o que imponen esa dirección?
Un factor muy fuerte es la economía, lo mercantil, lo dinerario, la ambición de ganancia. Se ha percibido que ahí hay una fuente importante y, para llegar a eso, se invita a hacer lo que sea necesario para conseguirlo. Yo creo que, en el fondo, la cuestión es la economía. En ese sentido, los medios serían vehículo, nada más. Ahora bien, se podría pensar como una fuente semiautónoma, con algo de autonomía de la cultura, que es otro factor importante. Son dos fuerzas poderosas: la economía capitalista y la cultura, con esta forma última, hedonista, narcisista, autocomplaciente, de expansión del deseo e incapaz de reconocer que hay restricciones que hay que aceptar. De esas dos agencias, se pueden desprender las instituciones, como la educación, las religiones, en cierto punto, y la política, en un sentido.
Para usted, esta visión sobre el éxito y todos lo que se desprende de ella, ¿nace con el auge de una sociedad del espectáculo?
Creo que sería muy anterior el deseo de mostrarse, específicamente de exhibirse, como un ganador. Pienso en la sociedad tradicional, en la comunidad, algo que suele oponerse al término “sociedad”, más o menos en el paso del siglo XIX al XX. Yo diría que de ningún modo tiene la fuerza y el empuje que tiene hoy el deseo de mostrarse, pero dudo profundamente de que en esas comunidades escondidas no hubiese existido esa pretensión de algunos de portar el paradigma de la belleza, por ejemplo, y mostrarlo. Me parece que eso es prácticamente humano. No habría que adjudicar el nacimiento del éxito exhibible a las redes; sí –evidentemente– hay un empujón gigante, pero quizás sea propio del ser humano.
¿Se puede reaccionar ante estas concepciones de éxito,y de fracaso, y esta invitación al individualismo?
Realmente no puedo ni quiero creer que podamos enceguecernos al punto de eliminar la compasión hacia el otro. Considero que la esperanza está en que podamos acompañar los sentimientos de los otros, sean cuales fueren. Yo no creo que eso esté elidido, eliminado de la condición humana. Mi experiencia con alumnos es limitada y, hablando desde un ámbito específico, es optimista y esperanzada. Me parece que los jóvenes, si no han tenido contacto con un pensamiento de este orden, se abren a las posibilidades, escuchan, de algún modo los moviliza. Todavía hay cierta conciencia de que existe la posibilidad de crear un proyecto de vida que no tiene por qué ajustarse a los parámetros del éxito estresante.
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