¿El cerebro tiene género?: deconstruyendo la mirada neurosexista
Ni las mujeres se basan en procesos intuitivos y analíticos, ni los varones en percepción y acción. Desde hace algunos años, nuevos estudios sostienen que no es tan así y que las investigaciones biologicistas están atravesadas por estereotipos de género.
Foto: pixabay.com
Durante los últimos dos siglos, el cerebro solo tuvo una manera de comprenderse: desde el estudio biologicista. En ellos, las investigaciones remarcaban diferencias relacionadas al peso cerebral de hombres y mujeres, y asociaban determinadas características a un sexo en específico. Sin embargo, con el avance de la mujer en la sociedad y en ámbitos científicos, sumando las nuevas olas de feminismo, la forma de ver el cerebro cambió. Nuevos estudios indican que “no existen diferencias marcadas en los cerebros de hombres y mujeres”. Desde la neurología y biotecnología, especialistas destacan estereotipos de género.
En las muestras anteriores a 1880, los estudios indicaban que el tamaño total del cerebro de los hombres era de 1 370 gramos, mientras que el de las mujeres era de 1 235 gramos, es decir, una diferencia de 135 gramos. Esta fue una de las principales razones, claramente obsoleta, desde la cual se asociaba una mayor inteligencia en el hombre, por poseer un cerebro estructuralmente más grande.
En este sentido, la supuesta diferencia de cerebros entre hombres y mujeres fue tema de abordaje durante la última década. Pero en 2019, Gina Rippon, neurocientífica y feminista británica, puso énfasis en que los cerebros de hombres y mujeres no son esencialmente diferentes. “No hay un solo aspecto del cerebro en estructuras clave o proporciones de materia blanca/ gris y patrones de conectividad, lo que sea que miremos, que se haya descubierto que diferencia de manera concreta el cerebro de una mujer del cerebro de un hombre, excepto uno: en promedio, los cerebros de los hombres son más grandes”.
“Pero los hombres son, en promedio, más grandes que las mujeres. Los corazones, pulmones, hígados y riñones también son más grandes que los de las mujeres. Una vez que se corrigen esas diferencias de tamaño, casi todas las supuestas diferencias de sexo que se habían encontrado anteriormente tienden a desaparecer”, explicó Rippon en uno de los debates que intentó responder si el cerebro tiene género.
En tanto, para Lucía Ciccia, doctora en Estudios de Género, licenciada en Biotecnología e investigadora asociada de CIEG- UNAM, históricamente el discurso científico ha justificado biológicamente las relaciones de opresión. “En el campo biomédico las categorías varón/mujer se consideran como categorías biológicas, y existe un aspecto jerárquico, en donde la categoría varón está considerada como superior a la categoría mujer”.
“Entonces, este aspecto jerárquico se refleja en la omisión de la hembra y la mujer. En el mercado, la única droga que cuenta con dosis diferencial entre sexos se llama Zolpidem, y existe porque en 2013 exigieron una dosis diferencial por la muerte de dos mujeres que se quedaron dormidas manejando. Este es el impacto de la omisión de las mujeres de los ensayos preclínicos”.
En este contexto, Ciccia destaca que actualmente, desde terrenos biologicistas, se mantiene esa legitimidad. “La biología es parte de un proceso histórico y la lectura de los sexos no siempre fue dicotómica, pero hoy se parte de esta división como un presupuesto fundamental, y el cerebro es el mayor exponente que muestra que es inválido caracterizar de manera dimórfica a este órgano”.
“El sexo se entiende como una constitución biológica que antecede al género, entonces se explican estas diferencias en términos de algo innato. Sin embargo, podemos invertir el orden como lo propone el feminismo de los ’90 y en la teoría queer, y pensar que el género antecede al sexo. Así estamos interpretando que nuestras prácticas sociales pueden constituir diferencias biológicas”, explicó la biotecnóloga.
Pero entonces, ¿tiene género el cerebro?
La neurocientífica e investigadora de Conicet, Silvia Kochen remarcó a este portal que existe una línea en la neurociencia que se denomina ‘neurosexismo’, y se trata de una posición casi anticientífica. “No se basa en ninguna evidencia científica y habla sobre cerebros de hombres y mujeres, llevándolo a una situación como si fuera algo natural. Pero en realidad, cuando uno nace tiene menos del 10 % de la sinapsis neuronal y el resto se va desarrollando a lo largo de la vida”.
De esta manera, la interacción con el medio y la educación resulta esencial para la construcción del cerebro, y las experiencias de la vida cambian las estructura y la función del mismo. “Por lo tanto, hay una construcción social y cultural que va generando las distintas conductas de hombres y mujeres”.
En este sentido, con la llegada del siglo veintiuno, aparecieron las resonancias magnéticas cerebrales que permitieron estudiar de manera no invasiva y “provocaron una situación revolucionaria en la neurociencia”. Sin embargo, al igual que se le asignó, durante el siglo diecinueve, diferencias al cerebro por tener diferentes pesos, con las resonancias magnéticas pasó algo similar. “Se empezó a decir que las mujeres podíamos hacer tales o cuales cosas, y siempre menos que los hombres”.
“Cuando te ponías a investigar veías lo que llamo ‘círculo no virtuoso’: aparece un estudio del cerebro que, si lo mirás bien, está metodológicamente mal y es un fraude científico, en definitiva, pero lo que provoca es mucha divulgación en los medios. Después hay que hacer mucho trabajo para demostrar que eso es falso. Pero se sigue repitiendo, no es algo que termina y que ya no se usa más”, indicó Kochen a Unidiversidad.
Para la investigadora, la lucha que está llevando a cabo el movimiento de mujeres está contribuyendo a deconstruir la mirada neurosexista. “Está ayudando a triunfar sobre una mirada discriminadora que utiliza la ciencia para decir mentiras y reforzar estereotipos falsos sobre las mujeres”.
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