El barrio celeste se tiñó de rojo sangre
“Azócar es celeste”, afirman las paredes de ese barrio gutierrino sacudido por la muerte de Claudio Manuel Medina, asesinado allí el domingo por la noche, cuando el clima era de festejo absoluto.
La plaza del Barrio Azócar, el día después del asesinato de Medina.
Azócar es un barrio pequeño del distrito de Gutiérrez, en Maipú. Se creó hace unas pocas décadas, consta de cuatro manzanas y se ubica al norte del camino a Coquimbito. A diferencia del Chavarría, al otro lado del carril Gómez, vibra de juventud. La mayoría de los taxistas y remiseros no lo conocen y rara vez aparece en las noticias. Está formado por unos pocos comercios (casi todos son pequeñas despensas) y muchas casas que fueron mejorando en los últimos tres años.
Los micros le pasan por el costado, al igual que ciertas reglas, que pierden sentido en ese territorio. Los vecinos que empapan veredas de tierra a baldazos de agua tomada de la acequia viven junto a lavadores domingueros compulsivos, que derrochan agua corriente en el cuidado de sus autos. Las restricciones horarias para lo que sea resultan meramente orientativas.
Las mañanas en el Azócar son tranquilas, silenciosas, de niños en las escuelas y adultos ocupados en tareas cotidianas. El atardecer despierta esa actividad ruidosa que caracteriza a un barrio joven: chicos y chicas jugando en la calle, partidos de fútbol organizados en cualquier esquina, autos estacionados con las puertas abiertas y la cumbia sonando a todo volumen. Madres apenas adultas paseando con sus hijitos y decenas de personas haciendo compras de última hora. El aroma a tierra mojada de los jardines recién regados se mezcla con el olor a porro que se escapa por las ventanas.
La plaza como eje
El centro de la vida barrial está en la plaza. Ubicada en la esquina de Huarpes y la continuación de San Lorenzo, tuvo su momento de gloria durante la década pasada y fue rescatada en los últimos dos años por la gestión municipal y el esfuerzo de un grupo de vecinos. Uno de los canteros es el punto de reunión de algunos jóvenes. Ahí se juntan todas las tardes a pasar el rato, con algunas cervezas y un ocasional fernet, preparado gracias a la solidaridad vecinal que facilita el hielo.
La seguridad de este barrio, por el que normalmente se puede circular a cualquier hora, es un logro de la última década. Se cuenta que hasta hace unos años era bastante peligroso debido a unos pocos personajes pesados, que fueron cayendo muertos o presos. Hoy son los varones de algo más de 20 años los que se ocupan de alejar de sus esquinas a quienes puedan traer problemas, conscientes de que la presencia policial les significaría un problema y un estigma.
La alegría perdida
Estos jóvenes son los que se han reunido a lo largo de los años frente a la plaza para hacer la previa de cualquier partido que disputara Gutiérrez. Camisetas celestes, bombos y entusiasmo marcaban el punto de encuentro. Ese mismo punto de la calle Huarpes era el lugar del festejo, la noche del domingo, del ascenso del “Cele” al Federal A, tras la victoria por 3 a 0 (por penales) contra Huracán Las Heras.
Casi no hubo tiempo para la alegría. Apenas pasaban de las 21.00, el grupo de hinchas vestidos de celeste llegaba de la cancha de la calle Boedo y la plaza estaba colmada de niños y niñas. Alguien disparó varios tiros desde una moto, gritó algunas amenazas y siguió su camino.
La peor parte se la llevó Claudio Manuel Medina, de 23 años, que, según cuentan sus amigos, vivía en San Luis, viajaba a Mendoza para seguir la campaña de su club y no sobrevivió al balazo. Quedaron heridos otros tres hinchas y se dañó la tranquilidad de un barrio que hasta este domingo no conocía ni había imaginado jamás esa clase de violencia.
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