Eduardo Sacheri no desilusiona. La gente de todas las edades que fue a escucharlo a la
Feria del Libro, donde presentó su última novela,
Ser feliz era esto, se encontró con un hombre parecido a sus personajes, un hombre con el que compartieron dos horas, casi como en el living de una casa, preguntando, escuchando, contando historias.
Sacheri compartió mesa y un diálogo fluido con el periodista Miguel García Urbani. Frente a ellos, en una de las salas del
Espacio Cultural Julio Le Parc, se sentó un público variopinto en edades, tamaños y profesiones.
Sacheri habló de todo, o por lo menos de todo lo que incluye su mundo, ese mismo que está plasmado en sus textos: el fútbol, la familia, los amigos, la muerte, el arte, las mujeres. Y del anonimato que perdió cuando la película El secreto de sus ojos, basada en una de sus novelas, ganó el Oscar.
Arrancó contando cómo se le ocurre una nueva historia. En su caso, el proceso siempre arranca con una imagen. La de Ser feliz era esto se le ocurrió cuando estaba en San Luis y pensóque menos mal que tenía a su esposa, porque si no, su vida de viajes constantes sería muy difícil para sus dos hijos. Y el siguiente pensamiento fue cómo sería su vida si su hija y él estuvieran solos.
Ese fue el punto de partida y después empezó a inventar, porque confesó que su vida es bastante aburrida como para escribir sobre ella. Así nació la historia de Lucas, un hombre que descubre que tiene una hija adolescente, Sofía.
Sacheri se enfrentó a una voz nueva, la de una adolescente. Acostumbrado a bucear con comodidad en los personajes futboleros, contó que fue un desafío, una provocación para sí mismo, la de alejarse del relato conocido y ponerse en la voz y en la cabeza de Sofía. Para construirla afinó el oído y recurrió a sus dos fuentes más cercanas: sus alumnos de las escuelas bonaerenses donde da clases de Historia y su hija, Clara.
El autor de cuatro libros de cuentos y de cuatro novelas le describió al público lo que llama “la etapa complicada de la novela”. Esa etapa es igual a meses y meses de chocar, de no descubrir a los personajes, de no conocerlos. Escribe diez, veinte y hasta treinta páginas, las tira a la basura y abandona todo por un tiempo, un tiempo en el que, confesó, su familia no la pasa muy bien, porque soporta sus estados de ánimo. Y otra vez a empezar, a tirar páginas, hasta que un día, un personaje dice algo que Sacheri se cree, hay un diálogo verosímil. Y ahí las cosas y su humor empiezan a cambiar.
El escritor habló sobre Lucas, uno de los personajes centrales de la novela. Contó que se propuso describirlo como un hombre que no estaba cómodo en el lugar donde estaba, aun cuando los demás supusieran que sí porque le iba bien en su profesión, o en su vida personal. Esa sensación de incomodidad, dijo, la siente mucha gente, y si alguien no los sacudes se quedan en ese lugar, del que no es tan fácil salir, porque si lo fuera todos viviríamos felices.
Sacheri contó que uno de sus peores temores al escribir la última novela fue caer en un cliché: un padre y una hija que se conocen, se llevan mal y después de un tiempo se llevan bien. Él quería contar una historia de dos personas que se encuentran y se llevan bien, como algo inexplicable, como pasa con un amigo, con un amor.
Urbani comentó que en muchas de sus obras aparecía el tema de la muerte y le pidió una reflexión. La muerte está, dijo Sacheri, la veamos o no: tanto la propia como la más dolorosa, que es la de quienes amamos. Y aseguró que el arte, el cine y los libros nos distraían de la muerte, nos sacaban por un momento de nuestras peores obsesiones. También confesó que el tema seguramente tenía que ver con su papá, que murió de cáncer cuando él era chiquito.
"¿Cómo aprendiste a escribir?", le preguntó Urbani. Sacheri contó que todo arrancaba con una disposición natural a escuchar a los demás, a enterarse de la vida de los otro;, será por eso que “odia” a la gente que no se calla y a la que hace las preguntas pero no escucha la respuesta, porque se desespera por hablar. De chiquito, él le pedía a su papá que le contara el mundo y a su abuela, que le contara la historia de su familia. También colaboró su fascinación por Julio Cortázar, que empezó a los 16 años, y el descubrimiento de Osvaldo Soriano, que le mostró que se puede escribir del mundo de acá a la vuelta.
Cuando su mujer estaba embarazada de su primer hijo, empezó a escribir y no se detuvo. Logró gran notoriedad cuando la película El Secreto de sus ojos, basada en su novela La pregunta de sus ojos, ganó el Oscar. Sacheri compartió con el público los pro y los contra de ser reconocido: perdió el anonimato del cual disfrutaba, de tomar un café tranquilo, complicó la vida familiar, porque pasa muchos días de viaje, pero también le abrió muchas posibilidades de trabajo, y eso para él resultó fundamental.
Preguntas y respuestas
Después de los aplausos, empezaron las preguntas del público y la presentación se convirtió en un verdadero diálogo.
Un hombre le preguntó cómo influía el fútbol en su escritura. "Me sirve", contestó, "para lo mismo que me sirve en la vida: para entenderla". Contó que para llegar a esa conclusión se preguntó cómo se hizo un lugarcito en la escuela nueva, cómo rompió el hielo en una charla, cómo conoció a sus amigos. La respuesta para todo fue el fútbol. Y ahí comenzó un diálogo con otro hincha de Independiente, que se paró cuando Sacheri nombró al club de sus amores.
Ese fue el pie para que el escritor compartiera una parte de su historia. Dijo que había empezado a ver fútbol en el 72, guiado por su padre que también era hincha de Independiente. Como no podían ir a la cancha porque les quedaba muy lejos, el padre colgaba trapos, remeras y banderas rojas, pero el pequeño Eduardo tardó en entender que ese era el color de la camiseta, para él era blanca y negra, así como la veía en la tele.
Otro hombre le comentó que uno de sus mejores amigos había utilizado uno de sus textos para seducir a una mujer. Sacheri bromeó con que le debía derechos de autor y recordó aquella frase de El Cartero en la que uno de los protagonistas decía que la poesía no era del que la escribía sino del que la necesitaba.
Un chico le pidió que le contara cómo unía su profesión de escritor con la de profesor de Historia en escuelas secundarias bonaerenses. Dijo que al principio eran muy pocos los alumnos que sabían que escribía, pero después del Oscar la cosa cambió. “¿Es usted el de El Secreto de sus ojos?”, le preguntan los alumnos ni bien entra por primera vez a un curso, y él les contesta, un poco en broma y un poco en serio: “No, acá soy el de Historia”. En otras escuelas, los chicos y chicas le piden que les hable de los famosos que conoce, en especial de Guillermo Francella.
Más allá de esas anécdotas, Sacheri contó que disfrutaba la relación con sus alumnos, el humor, la empatía, y que siempre trataba de circunscribirse al aula, porque le gustaba la autonomía que se generaba dentro de esas cuatro paredes.
Sacheri no desilusionó a su público. Terminó la charla pero siguió hablando, firmando libros, conversando con todos, casi como en el living de una casa.