Por bloques parlamentarios únicos del FIT
El autor es senador electo por ese frente y dirigente del PO.
25 DE JUNIO DE 2015
El doctor Claudio Maíz, profesor de Literatura Hispanoamericana II (siglo XX), de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNCUYO, expresa su recuerdo del escritor fallecido el 13 de abril.
Eduardo Galeano (Eduardo Germán María Hughes Galeano –tal su nombre completo–, 1940-2015) es probable que, en el espacio de lengua hispana, componga junto al colombiano Gabriel García Márquez y su compatriota Mario Benedetti la trilogía más popular que haya tenido la segunda mitad del siglo XX. Ha sido especialmente la juventud la que ha convertido a estos escritores en representantes de bellas ilusiones y grandes utopías movilizadoras, sin las cuales los pueblos no avanzan ni se renuevan.
Un clásico ensayo de la literatura latinoamericana como Las venas abiertas de América Latina (1971) es quizás el equivalente a la novela Cien años de soledad (1967) del escritor colombiano, en lo que respecta a la enorme difusión que tuvieron. Galeano dio al público un libro-objeto (no lo decimos en el sentido de un objeto de arte sino como algo que adquirió una materialidad manifestada en el tránsito clandestino, cuando los gobiernos dictatoriales impedían su venta, en préstamos amistosos o en referencias obligadas de las discusiones políticas).
Para entender mejor esta materialidad de libro, leamos a Galeano mismo en esta cita después de los primeros siete años de haber aparecido Las venas…: “Este libro había sido escrito para conversar con la gente. Un autor no especializado se dirigía a un público no especializado, con la intención de divulgar ciertos hechos que la historia oficial, historia contada por los vencedores, esconde o miente. La respuesta más estimulante no vino de las páginas literarias de los diarios, sino de algunos episodios reales ocurridos en la calle. Por ejemplo, la muchacha que iba leyendo este libro para su compañera de asiento y terminó parándose y leyéndolo en voz alta para todos los pasajeros mientras el ómnibus atravesaba las calles de Bogotá; o la mujer que huyó de Santiago de Chile, en los días de la matanza, con este libro envuelto entre los pañales del bebé; o el estudiante que durante una semana recorrió las librerías de la calle Corrientes, en Buenos Aires, y lo fue leyendo de a pedacitos, de librería en librería, porque no tenía dinero para comprarlo”.
A esta altura no interesan los motivos que lo llevaron a decir, poco antes de morir, que era incapaz de releer Las venas…, ya que el libro había cumplido su destino y trazado su propio trayecto independizado, complementado de quien lo había escrito. Pero, claro, Galeano no fue hombre de un solo libro o dos, como el mexicano Juan Rulfo. Ahí está la trilogía Memoria del fuego (publicada entre 1982 y 1986) para demostrarlo, además de más de una veintena de libros entre periodísticos y de creación.
Escritor prolífico, siempre al alcance en todas las librerías, razón por la cual huelga hacer un detalle de sus títulos. Compañero de ruta de Mario Benedetti, ambos uruguayos, como se sabe, sufrieron cárcel y exilio. Los dos compartieron uno de los emprendimientos literarios más fascinantes de la historia intelectual uruguaya, como fue haber escrito en la revista Marcha, donde también tuvo un papel fundamental Ángel Rama, una de las mentes más lúcidas del Uruguay de los años 1960.
Lo que sí parece importante es destacar un hilo rojo que recorre su obra literaria y es la preocupación por la memoria. Una memoria que alcanza los lindes a veces míticos, otros históricos, otros orales y legendarios. Todos saben que la memoria no es lo mismo que la historia; es por eso que Galeano se propone ir al rescate de aquello que la historia no recoge o no le interesa, pero forma parte de un acervo popular. Lo destacable es que los géneros literarios que utiliza para lograrlo no pasan por las novelas históricas, como podría suponerse, sino por el relato breve, la parábola, la expresión sintética, condensada, a veces poemática.
La crítica literaria siempre pone bajo sospecha a los escritores que alcanzan mucho reconocimiento mediático, popular o que se caracterizan por el elevado número de ventas de sus libros. Algo parecido sucede con el escritor uruguayo. Los que están en las antípodas de su pensamiento lo han denostado (los Vargas Llosa, padre e hijo); los que comparten su pensamiento de izquierda lo hubieran preferido más militante. Pero donde parece que su aceptación es inconmovible es en las filas juveniles. Una especie de juvenilismo acompaña su obra y lo torna en escritor de culto entre las diversas juventudes que lo han ido leyendo (cada período tiene su propia juventud).
Palo porque bogas, palo porque no bogas: los jóvenes han sido cuestionados por indiferencia política durante los noventa o por su compromiso en los últimos tiempos. Pese a todo, la obra de Galeano siempre encontró en algún joven curioso y desconcertado por los acontecimientos del mundo un lector interesado y dispuesto al cambio.
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