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05 DE NOVIEMBRE DE 2024
El acto del domingo 9 de diciembre, en conmemoración por el Día de los Derechos Humanos, transcurrió en paz y con alegría. Fue una verdadera fiesta congregada en las distintas provincias del país con una fuerte participación de la ciudadanía, cuyo epicentro feliz se produjo en la histórica Plaza de Mayo.
Foto: NA
Por supuesto, con excepción del diario Página 12, la jornada no despertó más que una suma de lecturas cínicas por parte de los medios de comunicación privados e “independientes”, que vieron el desarrollo de la jornada como un desasosiego “populista”. Basta leer los comentarios de muchos lectores del diario Clarín para constatar el odioso y agresivo sentido común que convoca -y promueve- ese medio, de total desprecio hacia la enorme causa que representa para las personas el respeto de los Derechos Humanos. Comentarios que se vieron repetidos indisimuladamente en gran cantidad de dichos y expresiones cuasi racistas de muchos manifestantes del 13S y el 7N.
El festejo convocó a un crisol de actores, gente de a pie y muchas organizaciones que se encuadran con mayor o menor énfasis dentro de ese arco heterogéneo, policlasista e intergeneracional que se hace llamar kirchnerismo.
Lo llamativo de la celebración fue que ocurrió tres días después de un importante revés a las expectativas del Gobierno nacional respecto de la implementación de la Ley de Medios, sufrido por parte de los cuadros judiciales en favor de las megacorporaciones mediáticas.
Con cautelar o sin ella sobre la Ley de Medios, de cualquier manera, desde el gobierno abrieron el juego para que la gente se concentrara a casi tres meses de la primera de tres protestas opositoras apoyadas -si no convocadas- por Clarín y medios afines a su doctrina.
La cadena de actos nacionales se produjeron cuando aún sonaban los ecos de zozobra de los titulares del multimedio, cantando victoria por haber logrado aplazar una vez más la aplicación de la Ley sancionada hace tres años en el Congreso de la Nación, con el voto de los legisladores de todos los partidos.
Para quienes sufrieron políticamente las dos últimas décadas del siglo XX, representa una novedad que en la Argentina se convoquen multitudes para celebrar el día de los Derechos Humanos. Sobre todo, es novedoso que las mismas sean apeladas desde el Estado, luego de dos decenios y ocho gobiernos que mantuvieron, en términos generales, un ominoso silencio con respecto a los crímenes de lesa humanidad cometidos durante la última dictadura.
Ante este escenario, resulta imprescindible recordar que, en gran medida, el velo que se mantuvo respecto de las aberraciones de la dictadura se produjo durante las dos primeras décadas democráticas. Los medios en general, obviaron, durante ese tiempo, cualquier tipo de referencia ligada, por ejemplo, a la necesidad de impartir efectiva justicia y condenas contra los criminales y genocidas. Los 24 de marzo pasaban inadvertidos en sus agendas, más preocupadas en general por cubrir los conflictos que se producían entre personajes de la farándula o en divulgar obedientemente la bajada de línea del Fondo Monetario Internacional.
Sin embargo, cuando el gobierno de Néstor Kirchner impulsó las causas contra genocidas, se vieron obligados a cubrir la agenda de lo que sucedía. Durante los primeros años, los editoriales de los grandes medios sostuvieron la hipótesis (y aún lo hacen) de que no se trataba más que de otra política demagógica realizada por parte de un gobierno autoritario, desarrollada para seducir a los sectores de izquierda más contestatarios. O, en todo caso, para encubrir la verdadera agenda de crisis constante que ese discurso mantiene, desde entonces, en sus pasquines.
Como se podrá constatar a continuación, por tomar el caso de Clarín, se pasó de la omisión sistemática del tema a una cobertura atravesada por una serie de teorías desarrolladas por sus intelectuales "orgánicos", que van desde la inadmisible apropiación de los derechos humanos por parte de un sector político, hasta la exégesis demagógica de los derechos universales.
Desde esta columna se sostiene que un fenómeno de participación como el experimentado el 9 de diciembre de 2012, es el resultado de una construcción política que se produjo a pesar de la oposición mediática. Por tal razón, se alude a la memoria reciente, a lo ocurrido hace poco más de 15 años, para demostrar cómo Clarín, un ejemplo paradigmático de medio privado concentrado latinoamericano, y autoproclamado defensor de la libertad de expresión, ha trabado el desarrollo de la memoria en este país –por acción y omisión de sus editoriales- de manera sistemática.
Hacer memoria: la política editorial de Clarín durante la democracia
La ediciones del 24 de marzo que van desde 1998 al 2000 no poseen columna editorial firmada por el medio que esté referida al Golpe de Estado ocurrido durante los 70. En términos generales, durante esos tres años, el flamante multimedio se limitó a brindar, de manera marginal, informaciones referidas a distintas actividades conmemorativas.
El 24 de marzo de 1998, Clarín dedica a la temática un sólo y nimio párrafo en su sección de política, aunque permite –sin embargo- una nota de opinión (a título de superyó) del sociólogo Francisco Delich, que apenas roza el asunto.
En 1999, no aparece ni una referencia en la sección de opinión, que es donde se plasma la postura editorial del medio; pero sí, por ejemplo, una nota que tiene como título “Los norteamericanos no son los verdaderos enemigos”. En esa edición, rezagaron a la sección de sociedad algunas informaciones referidas a los actos de la memoria que se producirían en el país. Cero perspectiva de derechos humanos, con información escasa y chata.
En el año 2000, huelga cualquier comentario en la sección Opinión, y se limita a dedicarle al recuerdo del mayor genocidio experimentado por la Argentina, un párrafo aún más reducido que el del año anterior, donde se informa acerca de algunos actos que se producirían ese día a lo largo del país.
En 2001, a 25 años del golpe, Clarín sí tiene una nota editorial firmada, en donde no se menciona en absoluto la necesidad de juzgar a los genocidas y, por supuesto, nunca se hace alusión al propio desempeño del medio durante el terrorismo de Estado.
La edición de 2002 continúa el estilo de los años anteriores; solo hay una nota firmada por Susana Colombo, que hace alusión a las actividades de las organizaciones de derechos humanos que se desarrollarían ese día.
Año 2003; título de tapa: “Es muy dura la resistencia Irakí”, en alusión a la invasión perpetrada en aquel país por los EEUU, quienes, rememorando una de las notas mencionadas anteriormente “no son los verdaderos enemigos”. Ninguna alusión al 24 de marzo en la tapa del diario; apenas una notita, casi de color, breve, donde se cuenta la concentración de 4.000 personas en la Plaza de Mayo en repudio al Golpe.
El 2004 contó con una nota firmada por Ricardo Kirschbaum y otra de Rosendo Fraga, advirtiendo los peligros del sectarismo del kirchnerismo a la hora de conmemorar los derechos humanos. Van Der Kooy también mete la cola y cuestiona lo abrupto de la decisión del entonces presidente, de convertir a la Esma en un museo. Siendo política ya de Estado, la temática atraviesa por primera vez todo el medio, a desgano.
A partir de ese entonces, se comienza a vislumbrar en la sucesión de los aniversarios el deterioro de la relación de Kirchner con Clarín, hasta llegar al punto del abierto enfrentamiento que todos conocen.
La distancia que fue separando al Gobierno del medio fue ideológica. Clarín, como se demuestra a través de unos pocos ejemplos en esta nota, y como se ha develado durante los últimos años, fue un cómplice activo de la dictadura, no sólo durante su transcurso, en el que se enriqueció, junto al diario La Nación, a través del arrebato de Papel Prensa a los Graiver; sino que mantuvo esa complicidad durante la democracia, a través de una omisión sistemática en su política editorial de temas relacionados a la dictadura.
La perspectiva histórica del diario está teñida de la complicidad y los beneficios que obtuvo de la misma, que luego se afirmaron en una postura conciliadora con sus viejos aliados genocidas, antitética con la posición que adoptó el Gobierno basada en el juicio a los criminales de la dictadura.
Basta releer sus líneas a través del paso del tiempo, para comprobar su conducta y sentir cuán imperiosa es la necesidad de abrir el espectro comunicacional argentino. Invitado está el lector que dude de lo que dicen estas líneas, a hacer un repaso de la postura de Clarín en distintos puntos clave para corroborar que el contenido de esta nota no surge de la repetición del discurso oficial, sino de más de 20 años de haber crecido y haber experimentado, en carne propia, el paradigma cultural instalado por los multimedios.
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