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Las enfermedades neurodegenerativas, invariablemente incurables, afectan a pacientes y familiares por igual. Una guía para reconocerlas.
Por: Jorge Fernández Rojas
“Anda circulando una versión de que estoy enfermo y es verdad. Míster Parkinson me está pisando los talones, pero aquí estoy”. Carlos “Indio” Solari, 12 de marzo de 2016, Hipódromo de Tandil.
Este trabajo periodístico de Edición U se inspira en la confesión pública que el emblemático rockero de 67 años nacido en Paraná, Entre Ríos, hizo ante su grey ricotera en la ciudad del sur bonaerense hace 44 días. Ni bien el artista admitió su padecimiento, los medios salieron a hablar de una de las enfermedades neurodegenerativas que silenciosamente tuercen y retuercen la vida de los pacientes y de sus familias.
Luego vinieron las consultas entre comunicadores y entrevistados estudiosos de estas calamidades. Todo impulsado por la revelación pública del Indio, que hizo que el tembloroso señor Parkinson se ubicara como foco de estudio junto a otras enfermedades.
“No sé qué me pasa, no sé por qué me estoy olvidando de escribir”, se quejó un hombre de 60 años con Alzheimer al que pude escuchar en medio de una conversación familiar. Este tipo de testimonios se decantaron en las reuniones de los periodistas que llevaron adelante la investigación y recopilación de entrevistas a los expertos consultados para intentar entender estos males esteparios, que sigilosamente salen a cazar células neuronales para matarlas.
Por eso ponemos en la superficie estas dolencias que marcan el camino de muchas personas en el planeta. En particular, en Mendoza, y sólo como ejemplo, se han detectado 80 mil casos de Alzheimer mezclados entre el millón y medio de mendocinos.
Alzheimer, Parkinson y Hungtinton son las enfermedades observadas en este despliegue de análisis informativo que busca mostrar las consideraciones y descubrir los laberintos impuestos por la degeneración de las neuronas, que terminan condicionando la existencia tanto de los pacientes como de sus entornos sociales, que soportan los cambios negativos y paulatinos. El equilibrio, el movimiento, el habla, la respiración y las funciones del corazón son parte de estos chalecos neurológicos que oprimen.
Lo curioso es que después de leer este informe, sustentado en el conocimiento profundo y multidisciplinario de profesionales que aporta la UNCUYO y otros especialistas que contribuyen con sus acciones para mitigar estas dolencias, es posible que nos quedemos con un registro mucho más redimensionado que antes de leer estas páginas.
Entre los datos que se pueden extraer de estos artículos publicados y ordenados se puede llegar a concluir que estas enfermedades también atacan el ánimo psicosocial de una parte de la población que convive con el resto de modo discreto. Es como si una de las tantas “procesiones” que marchan por dentro de la sociedad vinculara a las personas enfermas y a sus relaciones con el camino inexorable hacia la muerte, “degenerando” también la vida cotidiana.
A la vez, como si estas líneas fueran un prospecto de este informe que el lector está por conocer, es posible que una de las huellas sea la reacción de la lógica autoprotección y, finalmente, de la comprensión colectiva para quienes padecen a Míster Parkinson y los otros males.
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