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23 DE DICIEMBRE DE 2024
Por Roberto Follari, epistemólogo, docente y doctor en Psicología.
Foto ilustrativa publicada en infomiba.com.ar
El peronismo finalmente salió a la calle. Y ganó. No sólo mostró que esa calle no puede ser exclusivamente de una derecha cegada por la ilusión breve de ser mayoritaria. El peronismo mostró sobradamente que la calle es su territorio, que allí pone mucho más gente. Como siempre en la historia argentina.
La presión mediática le había hecho creer a la derecha que el país le era propio. Algunos creían que el peronismo era –según ellos- un mal en extinción. Pero ese peronismo salió a la calle sin convocatoria oficial, de manera inorgánica y parcialmente espontánea. Para algo era un 17 de octubre. Contra la vulgata del “anti”, no fue por una decisión vertical, ni necesitó voluntad de líderes. En Capital Federal fue Moyano en la mañana, nadie visible por la tarde. En Mendoza, esquivos llamados por algunas redes. Bastó para mostrar superioridad en la calle. Y apoyo sin fisuras al gobierno.
No hubiera sido buena fecha para el peronismo si se hubiera limitado a la convocatoria oficial a una celebración en las redes, ésa que fue frustrada por un ataque virtual masivo desde fuera del país. Esperable, sabiendo desde qué espacios del mundo se organiza la derecha planetaria. Pero funcionó lo que alguien escribió en su coche: ”Hackeame la red, que te salgo en el auto”. Y el movimiento popular mostró cuál es su mejor cancha.
Caravanazo sin insultos, con cuidado mayoritario del distanciamiento, con disciplina y orden. A años luz de la gritería exaltada que se desata en el Obelisco. Caravana que va por la positiva, que sabe a quién apoya. Que no se limita al denuesto, ni pretende humillar al personal de salud que se juega cansadamente, día a día, en la lucha contra la pandemia.
El stablishment todavía no deglute el golpe. La falta de palabra, el intento por silenciar lo sucedido, marcan esa absurda sorpresa que lo asola cuando confirma que en el peronismo son más. Un peronismo que hace sólo 11 meses les ganó en primera vuelta la elección, tras sacarles 15 puntos de ventaja en las PASO. Sólo la impunidad de la tv pudo hacerles creer que son los dueños del país, que el otro sector –mayoritario- no existe. La ilusión repetida del final del peronismo se reveló torpe, una vez más.
Mientras, Macri sale a los medios a recordarles a los argentinos que su gobierno fue un fracaso. Pretende reivindicar una gestión que perdió la posibilidad de reelegirse con todo el dinero del FMI a su servicio, con casi toda la tv del país a su favor, con los insólitos y groseros favores de Bonadío y un casi completo Comodoro Py.
El domingo vino el uno/dos, como se decía en viejos relatos de boxeo. Triunfo impecable y arrasador, en primera vuelta, del MAS en Bolivia. A casi un año del golpe, las huestes de Evo Morales retoman el gobierno de su país. El golpe de finales de 2019 fue inútil: el MAS regresó y ganó las elecciones –como ya las había ganado el año anterior-, esta vez con casi 10 puntos más de porcentaje. Abrumador. La derecha debió guardarse las trampas electorales (evidentes, por ejemplo en el maltrato a legisladores argentinos que fueron de observadores) para otra ocasión.
Argentina tendrá ya no un adversario, sino un gobierno aliado en la frontera Noroeste del país. Pero además, quedó demostrado: no basta tirar abajo un gobierno democrático y popular para pretender que “se acabó la rabia”. El perro no muere tan fácil. Para desterrar los gobiernos populares, quedó evidenciado –como tras 1955- que no basta voltearlos: hay que gobernar mejor que ellos, hay que tener un proyecto de país.
Proyecto del cual la derecha argentina ha desertado hace mucho, para cambiarlo por el cotilleo grotesco de las redes sociales, por la chismografía antiperonista de muchos autollamados “periodistas”. Con el “anti” no se levanta una Nación. Con los insultos al peronismo no se edifica un proyecto. Desde el macrismo gobernaron, y lo hicieron mal. No tienen autocrítica, no son otra cosa que espejo invertido del peronismo. Hablan de Cristina antes de haber puesto el cerebro en funcionamiento. Balbucean, carecen de ideas, y sus intelectuales son ecos pálidos del chismorreo mediático. Con tal decadencia, seguirán avocados a voltear algún gobierno. Pero Bolivia lo demuestra: así, parados en el “anti”, jamás podrían durar. Ni hallar la altura estratégica que requiere gobernar un país.-
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