Don San Martín, ¿a usted qué le parece?

Esta modalidad de reportaje/entrevista trans-textual se volvió frecuente desde hace unos años. Ante esto, y considerando la ignorancia y/o la distracción y/o el extendido hábito de no citar fuentes, el autor se ve obligado a explicitar sus antecedentes para no ser tildado de “plagiudo” y evitar ser incluido en el tan exitoso lote de escribas que hacen, por ejemplo, reportajes a héroes patrios.  Mis trabajos con esta modalidad comenzaron en 1967 con Oliverio Girondo.

Don San Martín, ¿a usted qué le parece?

Cultura

Unidiversidad

Rodolfo Braceli

Publicado el 17 DE AGOSTO DE 2011

La siguiente conversación es y no es ilusoria. Yo le pregunto y San Martín me responde con frases suyas textuales, pero sacadas de contexto y puestas al servicio de un diálogo actual. Esas frases las escribió en proclamas, cartas, testamento, circulares a cabildos. ¿Lo mío es una arbitrariedad? Sí, pero estoy habilitado por otra arbitrariedad que consiste en matar a nuestros próceres dos veces: cuando mueren y cuando los inmovilizamos en la estéril quietud del bronce. Con esta segunda muerte los condenamos a la perfección, es decir, con perdón de la palabra, los aniquilamos. ¿Para qué caraxus queremos próceres si no entramos en confianza con ellos? Los argentinos somos huérfanos doble pechuga: hacia atrás no sabemos vincularnos y hacia delante sentimos que el futuro es puro abismo. Dejémonos de joder. Ya mismo le damos una buena patada a la solemnidad y otra al espanto, que nos une tanto.

( … )

–Aquí me tiene, don José, con ganas de conversar un buen rato. Hace tiempo que lo noto muy callado.
–“Se me queja” usted “de mi silencio. Ahora bien, qué quiere que le diga, que estoy bueno, que estoy aburrido y que siento los males de nuestra patria.”
–Lo sacaré del aburrimiento en cuanto lo ponga al tanto de la renovación de los males patrios.
–“Mi querido amigo, yo no sé si es la incertidumbre en que dejo al país”, pero “tengo un peso sobre mi corazón que no sólo me abruma sino que jamás he sentido con tanta violencia.” 
 –Francamente, don José, no sé por dónde entrarle a esta charla. Nuestra patria ha sido violada, está deshilachada. No quisiera espantarlo tan temprano con pálidas y...
–“A uno lo curten en términos que nada le hace impresión.”
–Tendrá que estar muy curtido cuando lo entere sobre el Orden usado para el horror, sobre la impunidad enarbolada como heroísmo, sobre la corrupción y...
 –“Buena va la danza.”
–Andamos meta y meta tocar fondo: deuda externa de putamadre, jubilados parias, chicos hambrientos, la electricidad, el gas, los teléfonos y el petróleo rifatizados...
–Y “las contingencias del correo.”
–Al correo también lo rifatizaron. Y los sábados no atiende. Sus dueños engordaron en la decadencia.
–“Hasta ahora no he visto más que proyectos en pequeño, pensemos en grande.”
–¿Y si fracasamos de nuevo?
–“Que sea con honor.”
–De acuerdo. Pero, ¿cómo empezar?
–“Prohíbase bajo la pena de confiscación de bienes todo uso de plata labrada. Y comamos con cuchara de cuerno.”
–Frivolidad cero. Otro ajuste de cinturón para los bien comidos y leídos.
–“Si no tenemos dinero, carne y un pedazo de tabaco no nos han de faltar. Cuando se acaben los vestuarios nos vestiremos con las bayetitas que trabajan nuestras mujeres. Y si no andaremos en pelota, como nuestros paisanos los indios.”
–Los moralistas pondrán el grito en el cielo.
–“Seamos libres y lo demás no importa nada.” “Yo y vuestros oficiales os daremos el ejemplo en las privaciones y trabajos.”
–Usted el ejemplo ya lo dio. Pero colegas suyos se distrajeron en cuanto a las privaciones y trabajos.
–“Acabo de ser informado.” “Yo os hablo con franqueza. Visto que años de ensayos no han producido más que calamidades, dejémonos de teorías.”
–Metió el dedo en la llaga: los argentinos, pasados de definiciones, estamos anegados de palabras. Sólo nos tientan las hazañas... aborrecemos lo sencillo.
–“Dejémonos de teorías: los hombres no viven de ilusiones, sino de hechos... Si en lugar de ser libre estoy oprimido, ¡libertad!”
–Don José, la libertad la hemos tenido sólo en ratos espasmódicos... Sin haber aprendido la libertad hoy nos embarga el cansancio. Estamos vacíos de futuro.
–“Temo que cansados de la anarquía suspiréis al fin por la opresión y recibáis el yugo del primer aventurero feliz que se presente, quien lejos de fijar vuestros destinos no hará más que prolongar vuestra incertidumbre.”
–Otra vez da en la tecla: se multiplican los que sueñan con la Mano Dura…
–“Años tristes y espantosas experiencias deben hacer pensar a nuestros compatriotas.”

                   ( … )

–Tengo necesidad de contarle que por estos pagos hubo una desguerra en Malvinas, hubo torturas, violaciones al compás de la picana, miles de  muertos sin sepulturas...
–“Ay, paisano mío...”
–Entramos a un tema jorobado. Tenemos que hablar de sus colegas. Dígame, ¿por cuáles delitos considera usted que un militar debe ser descalificado?
–Entre otros “por hacer uso inmoderado de la bebida”.
–Se lo perdió a Galtieri; no se imagina lo valiente que era en su despacho y enarbolado por el whisky. Dígame: ¿Por qué otro motivo un militar no merece uniforme?
–“Por no admitir un desafío, sea justo o injusto... Por cobardía en acción de guerra”...
–En Malvinas hubo oficiales que hambreaban los soldados, militares que volvieron sin un rasguño y hubo, después, cientos de jóvenes soldados que eligieron el suicidio.
–“¡Pobre y desgraciado país!”
–General, ¿admite por algún motivo la tortura o el derecho de represalia?
–“Jamás. Ni con la suerte de las armas puesta en mis manos”.
–Aquí, partir de 1976, se torturaba invocando la patria. ¿Imagina usted a colegas suyos aplicando la picana a cuerpos de hombres y mujeres?
–“Alto”.
–¿Imagina a mujeres violadas abortando a patadas?
–“Alto aquí”.
–¿Imagina a criaturas robadas, tomadas como botín de guerra?
–“Una tal felonía ni el sepulcro la puede hacer desaparecer”... “Ay, paisano mío... Es con verdadero sentimiento que veo el estado de nuestra desgraciada patria. A la verdad, cuando uno piensa” en “tanta sangre y sacrificios se le llena el alma del más cruel desconsuelo”, “desgraciado país”.
–Después de lo que yo cumplo en contarle, ¿qué me dice, don José?
–“Hay que afirmar la libertad del país.”
–Abundan los que gritan que la libertad es la madre de todos los vicios.
–“Hay que afirmar la libertad. Cualquiera que sean las dificultades, es preciso tener un grado de coraje superior a ellas.”
–Puesto en dirigente político, ¿usted qué haría con esta coyuntura?
–Yo no “aprovecharía de esta coyuntura para engañar a ese heroico, pero desgraciado pueblo, como lo han hecho unos cuantos demagogos que lo han precipitado en los males que le afligen.”
–¿Qué más le diría a la dirigencia?
–“Que con la experiencia de lo pasado mediten sobre la situación presente”
–Defraudados por aquellos que elegimos, ¿por qué será que los demagogos emergen una y otra vez?
–Porque “el que se ahoga no repara en lo que se agarra.”

                   ( …)

–¿Qué hacer para vadear esta pesadilla que nos impide parirnos?
–“Libre la patria, respetar toda opinión. Los hombres distamos de opinión como de fisonomía” Lo dicho: respeta toda opinión y sólo desea la paz y unión; sí, mis paisanos, estos son mis sentimientos.”
–¿Y dónde mamar eso, dónde aprender a respetar?
–En “los sagrados libros”.
–Pero los libros, según Rico Tipo, sirven para incubar la duda, esa jactancia de los intelectuales.
–“Los sagrados libros forman la esencia de los hombres libres.”
–Libros... libres... Ahora recuerdo que en marzo de 1817 los diez mil pesos oro que el ayuntamiento de Chile le obsequió usted los donó para crear la biblioteca nacional de ese país. Esa fortuna le hubiera salvado el porvenir. ¿Por qué no la destinó para aumentar el presupuesto de las Fuerzas armadas?
–Recobradas “la razón y la justicia, la ilustración y el fomento de las letras es la llave maestra para abrir las puertas de la abundancia y la felicidad de los pueblos... Yo deseo que todos se ilustren en los sagrados libros que forman la esencia de los hombres libres.”
–Ante la prepotencia de ejércitos antidemocráticos, ¿qué puede hacer una biblioteca?
–“La biblioteca es más poderosa que nuestros ejércitos...”
–¡¿Cómo dijo, don?!
–Que “la biblioteca es más poderosa que nuestros ejércitos”...
–General ciudadano, ya descorcho un Malbec del Luján de Cuyo... Desde los escombros,  ¡salud!
–“Querer detener con la bayoneta el torrente de la opinión universal es como intentar la esclavitud de la naturaleza. Los triunfos efímeros de las armas, descubrirán su impotencia contra el espíritu de la libertad. La patria no hace al soldado para que la deshonre con sus crímenes, ni le da armas para que cometa la bajeza de abusar de estas ventajas ofendiendo a los ciudadanos con cuyos sacrificios se sostiene.”
–Don José, otra vez ese rumor sordo... ¿Lo escucha ahora?
–“Es la tempestad.”

                 ( … )

–Usted habla de honor. ¿Cómo explicar a una banda de militares que cobardemente se  escondieron en el deshonor de la Ley de Obediencia debida?
–Otra vez “me llena del más cruel desconsuelo”. Otra vez “mi bilis se exalta”
–¿Cómo definiría a los obedientes indebidos?
–“Hombres feos, hombres feos... lagañas”.
–Le propongo que supongamos barbaridades, porque las barbaridades son nuestro pan.  Por hache o por be, nos quedamos sin este presidente y entramos en Apocalipsis. Entonces  la patria hoy le exige que usted agarre la manija y sea presid...
–“No faltará quien diga que la patria tiene derecho a exigir de sus hijos todo género de sacrificios. Esto tiene sus límites.”
–Pero, ¿qué limites puede tener el reclamo de la patria?
–“A ella, se le debe sacrificar la vida e intereses, pero no el honor.”
–El honor, le repito, moneda sin cotización... Usted no se imagina la cantidad de desmemoriados que le pedirían que arroje la Constitución al calefón, y que venga con mano dura a poner Orden...
–“¿Será posible que sea yo el escogido?”
–Supongamos que sí, que usted es el escogido. ¿Acepta ser el sumo Presidente?
–“No. Jamás, jamás”... “Yo soy ya viejo para militar y hasta se me ha olvidado el oficio de destruir a mis semejantes: por otra parte tengo una pacotilla (y no pequeña) de pecados mortales cometidos y por cometer.”
–Pero  no sea así, don. La república agonizante lo llama para tomar las riendas.
–“Mil veces preferiría correr y envolverme en los males que la amenazan, que ser yo el instrumento de tamaños horrores.”
–Cierre los ojos, don José. Imagine. Una multitud clama, desbordando como nunca la Plaza de Mayo... “¡Se siente... se siente... don José está presente!”. Apretados están los impacientes, los desmemoriados, los estafados, los desgajados. Arrecia el clamor. Vénganos. Usted no sólo es Martín, es san Martín. Necesitamos un sumo padre.
–Le dije: “el que se ahoga no repara en lo que se agarra... Se trata de buscar un salvador que reuniendo el prestigio de la victoria... y más que todo un brazo vigoroso, salve a la patria de los males que la amenazan: la opinión presenta es candidato, él es el general San Martín. Para esta aserción yo me fundo en el número de cartas que he recibido.”
–¿Vio? No es delirio mío. Usted lo dice: el candidato otra vez es usted.
–“¿Será posible, sea yo el escogido para ser el verdugo de mis conciudadanos?”
–Siendo así nomás la cosa: ¿qué nos responde, general?
–Que no quiero “llorar la victoria con los mismos vencidos.” “La patria no hace al soldado para que la deshonre... Cada gota de sangre que se vierte por nuestros disgustos me llega al corazón. Paisano mío, dediquémonos únicamente a la destrucción de los enemigos que quieren atacar nuestra libertad. Unámonos.”
–En tal caso, ¿podremos contar con usted?
–Seguro. Pero no como “verdugo de mis conciudadanos. Mi sable jamás se sacará de la vaina por opiniones políticas.”
–Conforta saber que, sin uniforme y sin caballo blanco, es uno más, con nosotros.
–Soy “un viejo mancarrón”, “un general que, por lo menos, no ha hecho derramar lágrimas a su patria.”
 –¿Y si, porfiados, decidiéramos ofrecerle que ejerza un salvador gobierno de facto?
–“Alto aquí. Voy a embarcarme... Adiós, mi querido amigo.”
–No se nos vaya de nuevo. Ya basta de exilio y de puerto con niebla. Ya basta de Ezeiza. Que el tango sea una canción y no una forma de vida. Don José, quédese.
–“Paisano mío...”
–Quédese y descanse. Viva aquí su eternidad. Mientras, nosotros trataremos de una buena vez de aprender a ser hombres, a ser ciudadanos.
–Eso es: “seamos libres y lo demás no importa nada.”
–¿Escucha otra vez el rumor, don José, aunque la ventana está cerrada?
–“Es la tempestad que lleva al puerto”… “No alcanza el tiempo para lo que hay que hacer”... “Manos a la obra, mi buen amigo.”