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23 DE OCTUBRE DE 2024
Horacio Ratier conforma, en la visión de Puiggrós, casi un paradigma del educador argentino, con y pese sus contradicciones.
La novela utiliza el archivo propio del personaje y, en varios tramos, el texto es una suerte de clasificación de ese caos íntimo y público.
El nuevo libro de Adriana Puiggrós habla sobre educación, lo que no sería ninguna novedad, en tanto la diputada es una autora de una lista importantísima de textos sobre el área. Un breve repaso sobre sus libros trae a la memoria obras indispensables para entender, en el contexto histórico y en la actualidad, ese punto que edifica la cultura de una nación. Algunos de ellos superan el mero enunciado: “Imperialismo y educación en América Latina”, “Democracia y autoritarismo en la educación argentina y latinoamericana”, “Imaginación y crisis en la educación latinoamericana”, “Qué pasó en la educación argentina. De la conquista al menemismo”, “Carta a los Educadores del siglo XXI”, o “Rodolfo Puiggrós. Retrato familiar de un intelectual militante”, donde escribe acerca de su padre, y también de su legado.
Pero no es el caso de su trabajo más flamante, editado por Galerna, es decir, “El inspector Ratier y los maestros de tierra adentro”. O no lo es, si se lo mensura en relación a los anteriores libros. En principio, porque éste se define como una “novela biográfica”. Y en verdad es un escrito que no respeta fronteras de géneros, como si la pluma de Puiggrós hubiera deseado máxima libertad, mayor frescura, para ubicar y rastrear el caso infrecuente de un maestro tierra adentro.
Es que Horacio Ratier conforma, en la visión de Puiggrós, casi un paradigma del educador argentino, con y pese sus contradicciones. La novela utiliza el archivo propio del personaje y, en varios tramos, el texto es una suerte de clasificación de ese caos íntimo y público. Papeles sueltos en apariencia inconexos le dan a la novela sus mejores momentos, allí donde se cruza la ficción y la no ficción, o para decirlo mejor, lo que fue con lo que podría haber sido.
“Para el rasero, eso quieren. Dejar el campo social liso como una seda, expurgado de diferentes, eso obsesionaba a ese conservador José María Ramos Mejía y a los positivistas del Centenario. ¿Dominarán definitivamente el país esa cultura racista, clasista, despreciativa de quienes se salen del molde? Es difícil predecir qué sujeto debe encabezar el listado de injusticias que aumenta a medida que se la aleja de la Capital Federal, de la corrección política ¿Quién encabezará el listado de desplazados?”.
La cita abre el capítulo diez. El pensamiento es parte de lo que Puiggrós pone en la mente de Horacio Ratier. Pero, ¿quién es Ratier? Durante años se desempeñó como inspector de escuelas, en la Argentina profunda, esto es, Patagonia, el Litoral, la pampa húmeda, y en su escala llegó a ser vocal del Consejo Nacional de Educación, en 1958. Lo que más interesa en este texto es focalizar en la radiografía del sistema educativo argentino a partir del año 30, utilizando la figura de un verdadero héroe casi anónimo de ese mismo sistema.
Además del archivo desclasificado del propio Ratier, la autora realiza diversas citas, y entre ellas la del intelectual mendocino Arturo Roig, quien fuera amigo de su padre Rodolfo. Ambos pensadores, en su método de análisis, sobrevuelan este texto, minucioso y creativo en dosis semejantes. Acaso aquí radica el mayor mérito del libro de la actual presidente de la Comisión de Educación en la Cámara de Diputados: la historia que cuenta, lejos de tecnicismos, resulta agradable y hasta metafórica, revitalizando un debate que tampoco parece ser muy nuevo: el acceso a la educación y la función del Estado.
El camino y las convicciones de Ratier, hasta en sus contradicciones, muestra un recorrido alternativo en la tarea educadora. Al final, y por la intervención de una pléyade de personajes, el libro pareciera una sinfonía, donde cada una de las voces complementa un trabajo innovador, de rescate generacional, de recreación histórica, al fin, de un modo de vivir y construir una nación. No hay duda que a partir de esta novela, la figura del inspector de escuelas, encuentra una parada obligatoria dentro de ese laberinto que suele ser el sistema educativo. Puiggrós lo sabe y en consecuencia ha creado una obra que, a pesar de las innovaciones, mantiene el sello de una intelectual inquieta, siempre sólida, pero con mayor soltura a lo habitual.
Su autora acaso lo explique mejor: “En menciones incompletas y silencios del archivo nacieron algunos de los personajes que acompañan a Ratier en este texto; son imaginarios en lo referente a su identidad, pero probables en el contexto del discurso pedagógico de su época”.
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