Dime qué tan verde eres y te diré cuánto venderás: qué hay detrás del "greenwashing"

El marketing verde se impone. Desde un simple producto del súper hasta una producción a escala global, todo se tiñe de sustentable rumbo a la transición energética. Buscamos cuáles son estas estrategias para “vender” y nos preguntamos quién debe fiscalizar.

Dime qué tan verde eres y te diré cuánto venderás: qué hay detrás del "greenwashing"

Foto: Pexels

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Ezequiel Derhun

Publicado el 28 DE JULIO DE 2023

Nos paramos frente a la góndola y dudamos: dos productos lucen similares, pero uno destaca, con una leyenda en letras verdes, que parte de las materias primas que se utilizaron es de origen natural. Además, hay un pequeño dibujo de un oso caricaturizado que, con una sonrisa, muestra que ese producto tiene firmado un compromiso con el cuidado del planeta. Todos lugares comunes, nada está certificado y, sin embargo, llevamos el producto “verde”. Hay greenwashing y todo indica que funciona.

Las estrategias de marketing verde, ecoimpostura y lo que llamamos “greenwashing” no son nuevas; al contrario, parecen cada vez más cotidianas. De todas maneras, no deja de llamar la atención lo poco reguladas que están estas prácticas engañosas. 

Si bien no hay una definición de manual, al "greenwashing" podemos explicarlo como una comunicación abusiva y engañosa que tiene el objetivo de crear una imagen ilusoria, que apunta a sostener la responsabilidad ecológica de una organización o una empresa.

El greenwashing puede ir desde un simple producto de góndola de supermercado a un peligroso nivel de escala global. Sobre todo ahora que el cambio climático marca la cancha. A fines de 2022, en el marco de la COP27, el secretario general de la ONU, António Guterres, afirmó: “El uso de falsas promesas de neutralidad en emisiones de carbono para encubrir la expansión masiva de los combustibles fósiles es reprobable. Es un engaño absoluto. Este encubrimiento tóxico podría empujar a nuestro mundo al precipicio climático. La farsa debe terminar".

Entonces, en plena transición energética, ¿qué tan confiable es una empresa, gobierno u organización que nos “vende” que inició su camino verde para ser sostenible en el tiempo? En principio, no pareciera justo pasar todo por el mismo tamiz y mezclar pequeños emprendimientos con poderosas multinacionales, aunque muchas veces utilicen la misma estrategia. 

Una demanda y pocas certificaciones

“En un mundo tan artificializado, es lógico que empiece una demanda por lo natural”, dijo Jorge Ivars, sociólogo e investigador del Conicet, a quien consultamos para que nos ayude a entender qué hay detrás de conceptos como el greenwashing y lo que la ONU denominó "ecoimpostura". Ivars tiene su lugar de trabajo en el Incihusa, en el CCT Mendoza, y su trabajo hace foco en los complejos agroindustriales olivícolas y hortícolas de Mendoza y San Juan. Se define como “sociólogo rural” y conoce bien la cadena de producción en el cordón verde del Gran Mendoza.

“En cuanto a las certificaciones agroecológicas u orgánicas, hay productores pequeños, medianos y grandes que trabajan para industrializadoras o grandes cadenas. Según los nuevos estándares relativos a la organización de los mercados mundiales, vos tenés que cumplir ciertas normas: buenas prácticas agrícolas, buenas prácticas de manufactura y ciertas normas para garantizar la inocuidad. Por ejemplo, el período de carencia de los agroquímicos”, contó el sociólogo, para destacar la importancia de estos “sellos” que deberían respaldar una producción que cuida el medio ambiente y preserva condiciones naturales en el producto final.

El planeta debe resistir el calentamiento global para sostener el actual estilo de vida. Foto: Pexels

Para Ivars, a partir de esta demanda sostenida por lo orgánico, se da un fenómeno particular, ya que las certificaciones para determinar qué es y qué no es orgánico están en manos de empresas privadas, distantes de la mirada del Estado, más allá de que son muy estrictas. “Creo que hay cierta seriedad en la certificación de lo orgánico”, sostuvo. Sin embargo, remarcó que, “en un mundo así de artificializado”, es difícil controlar esos protocolos.

Entonces, cabe preguntarse qué tan certera es la certificación de un producto orgánico. “Es relativa”, manifestó Ivars, y puso como ejemplo el uso del agua, que en Mendoza tiene una complejidad particular. Hizo hincapié, justamente, en que no hay un control estricto del período de carencia por el uso de agrotóxicos y la calidad del líquido vital para el agro.

Según el Movimiento Argentino para la Producción Orgánica (MAPO), los productos orgánicos en nuestro país se encuentran identificados en su rótulo con el sello “Orgánico Argentina”. Este logo surge a través de la Resolución 1291/2012 e identifica a los productos que garantizan su calidad orgánica. Esta certificación es la que permite el rotulado “orgánico”, “ecológico”, “biológico”, “eco” o “bio”. Siguiendo al MAPO, hoy hay un control estricto a cargo de Senasa y las empresas certificadoras nacionales.

Tipos de "greenwashing"

Según la newsletter "Infinito punto verde", que firma Elisabeth Möhle para Cenital, se pueden identificar distintos tipos de greenwashing. Entre las estrategias para seducir a consumidores y consumidoras, podemos encontrar: 

- Afirmaciones falsas: por ejemplo, decir que el papel utilizado es 100 % reciclado, aunque nada lo certifica;

- Etiquetado falso o engañoso: si bien hay distintas empresa certificadoras, estos sellos no son de uso común, por lo que un producto puede sumar una certificación falsa;

- Ausencia de prueba: hoy, no hay manera de chequear que una organización es 100 % sostenible;

- Nociones difusas: es el típico ejemplo de la etiqueta “amigable con el medio ambiente”, definición de una enorme zona gris donde no se termina de entender qué es ser “amigable”. Tal vez, en la fábrica productora separan residuos y sostienen que con eso alcanza para tener un proceso productivo sostenible, pero no aclaran si en los otros procesos utilizan químicos contaminantes, por ejemplo.

- Historia incompleta: un ejemplo de esta estrategia es decir que es biodegradable, pero no qué parte del producto lo es;

- Aportes irrelevantes:  si yo soy de un sector que usa mucha energía para su proceso productivo, el principal foco de mis acciones de reducción del impacto ambiental debería estar puesto ahí, pero podría engañar a un consumidor poco informado poniendo un sello de uso eficiente del agua;

- Trade off oculto: incluir acciones que, presuntamente, protegen al medioambiente, pero terminan perjudicando. Por ejemplo, pasar de entregar bolsas de cartón, que pueden reciclarse, a entregar bolsas de tela vegetal porque el mercado indica que es mejor hacerlo así;

- Promesas a futuro: prometer que en “equis” cantidad de años una empresa será “carbononeutral”.

¿Control ciudadano o mayor presencia del Estado?

Estamos en transición. Periódicamente escuchamos, vemos o leemos sobre cómo llevar adelante la transición energética para empezar a olvidarnos de la energía con base en hidrocarburos. Según el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC), hay que limitar el calentamiento a 1,5 grados centígrados. Para alcanzar este objetivo, la comunidad global debe, en un esfuerzo sin precedentes, disminuir las emisiones de carbono al menos en el 45 % para 2030 y llegar a cero-emisión en 2050. 

Mientras vivimos esta transición, cabe preguntarnos quién debe fiscalizar si un producto “ecoamigable” cumple o no con lo que dice “vender”. No es una tarea simple. No está claro hoy hasta qué punto llega el brazo del Estado y hasta dónde son las organizaciones del sector civil o la ciudadanía quienes deben tomar cartas en el asunto.

El mundo demanda cada vez más productos orgánicos. Foto: Pexels

Para Jorge Ivars, hay ejemplos en los que la fiscalización por parte del Estado funciona bien, como puede ser el caso del INV. Sin embargo, no existe la misma rigurosidad para la producción olivícola. Hoy, hay más certezas de encontrar en el mercado un vino orgánico certificado que un aceite de oliva con esa característica. Allí hay una demanda concreta, porque el mundo está buscando productos orgánicos certificados.

Le preguntamos al investigador del Incihusa qué rol observa por parte del Estado y del poder ciudadano. “¿Es control ciudadano? ¿Es control estatal? Será un poco de todo, me cuesta responder esa pregunta. Sí he visto algunas formas comunitarias en las que se organizan para llegar a una certificación agroecológica, en la que los productores organizados se controlan entre ellos. Hay como buenos intentos para que se controlen entre ellos, para generar cierto grado de trazabilidad y legitimar la producción agroecológica, la producción a pequeña escala”, detalló el investigador de Conicet.

“Veo que hay una creciente concientización. El control ciudadano podría empujar un poco al Estado para que empiece a controlar”, manifestó Ivars. Por último, destacó que, a pesar de que el panorama en torno a las estrategias de greenwashing “es un poco desalentador”, ve que hay personas, productores pequeños y grandes, “que tienen intenciones de hacer algo diferente, algo bueno”.

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