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20 DE DICIEMBRE DE 2024
Roberto Follari, epistemólogo, docente y doctor en Psicología.
Imagen de la última marcha federal en defensa de las universidades nacionales. Foto: Unidiversidad
La fiebre auditatoria del Gobierno nacional contra las universidades no tiene nada que ver con lo que pasa en ellas. El relato de “Hay irregularidades”, “Hay ñoquis”, etc., se aplica siempre y a cualquiera, sin ninguna investigación, examen ni conocimiento de la realidad del Inadi, del Incaa, de los comedores sociales, de las universidades. Es un verso repetido y monocorde: “Hay que auditarlos”.
Cabría auditar los viajes internacionales del presidente Milei, algunos sin propósito oficial alguno; o los contratos tercerizados del ministerio de Pettovello vía la Organización de Estados Iberoamericanos para la Educación, la Ciencia y la Cultura (OEI). No digamos los modos en que se financió la campaña del partido gobernante, las firmas para avales –están judicializadas en Mendoza–, el cobro explícito para obtener una candidatura y parecidas yerbas. Si es por corrupción, recordemos en Mendoza a una excandidata a intendenta que participó de un asesinato premeditado con fines de robo, o el ahora olvidado caso del diputado pedófilo de Misiones (partidario de “niños envaselinados”).
Además, es sabido que el Presidente se autoelogia diciendo que ha promovido el más grande ajuste de la historia mundial. Es decir que ha achicado tajantemente el gasto público. Lo curioso es la renegación: cuando se le dice que, en coherencia con eso, ha disminuido el presupuesto para las universidades, el Gobierno lo niega. ¿Se puede saber cómo se practica un ajuste draconiano sin bajar el presupuesto en áreas estratégicas como educación? ¿Se puede saber cómo alguien que “viene a destruir el Estado desde dentro” –dichos del presidente– no está destruyendo las universidades, acorde a su propio planteo ideológico?
La secuencia es simple. “Vamos a achicar: cerrando oficinas, echando gente y/o disminuyendo la inversión en lo que quede en pie”. ¿Cómo justificar esto socialmente? “Decimos que hay corrupción, que hay gasto excesivo”. Ya está. Se sale a hablar de ñoquis, corrupción, delincuentes, etc., sin tener la más mínima idea. Porque los denuestos e insultos no provienen de ninguna pesquisa: son la base para achicar y ajustar, nada más. Son la “metodología general para el ajuste”.
Así, el griterío por auditorías es usada como amenaza política. Carece de toda función efectiva de análisis y mejora o corrección de lo existente: es solo una herramienta propagandística para ajustar, que es, por cierto, el único propósito de la gestión toda de este Gobierno nacional. Si se pregunta qué programas gestiona este Gobierno, qué es lo que hace, solo se podrá hablar de algunas acciones en el campo económico. Fuera de ello, no hay gestión. La supuesta gestión se limita a achicar, cerrar oficinas, echar trabajadores, acabar con programas, eliminar áreas gubernativas. Eso es todo. Y se cierra a brocha gorda, a troche y moche, al voleo. Por eso, las “acusaciones” contra las universidades no pasan de genéricos insultos y vacuas referencias, no tienen dato alguno que corrobore sus suspicacias.
Las universidades no pretendemos ser perfectas –ninguna institución humana lo es–, pero sí somos instituciones serias, que cumplimos nuestra función y que, por ello, gozamos de un prestigio bien ganado ante la comunidad nacional e internacional, que no podrá ser socavado con adjetivos de ocasión e insultos primitivos.
Para mostrar el nivel de absurdo al que pueden llegar algunos “argumentos”, el Presidente se felicitó por haber… ¡¡puesto un ministerio para Educación!!! Tanto le interesa la educación –es eso lo que adujo– que inventó el Ministerio de Desarrollo Humano para que atendiera el rubro. El razonamiento es delirante: ¡¡¡fue este Gobierno el que eliminó el ministerio de Educación!!! Y puso las funciones educativas dentro de un ministerio genérico que se ocupa a la vez de acción social, educación y salud, es decir que es como boliche campestre de “ramos generales”, y se ocupa de todo a la vez, con lo que no se ocupa de nada con suficiente detalle.
Otros argumentos son igualmente endebles: Milei dice que no van pobres a la universidad –como si a él le interesara la situación de los pobres, mientras sus “héroes” están entre los más ricos–, y eso es flagrantemente falso: el 48 % de los estudiantes universitarios provienen de hogares pobres. Cuando se dice que las universidades gastarían mucho, es bien sabido que nuestros docentes atienden muchos alumnos, que los de tiempo completo ganan bastante menos, por ejemplo, que en el Brasil, y que solo un porcentaje menor al 20 % son de dedicación exclusiva, por lo que la mayoría de los sueldos son la mitad o la cuarta parte de lo que estos ganan. Tenemos muy buenos equipos docentes a costos módicos.
Ni hablar de la agresión proferida –perpetrada– por el ministro “Toto” Caputo, convertido dentro del mileísmo ya no solo en un desastroso funcionario para la economía nacional (como ya lo fue con Macri), sino además, ahora, en un irrespetuoso descontrolado. Un hombre limitado como él –no se le conoce una sola declaración o acción singularmente inteligente– se permitió injurias aluvionales hacia las universidades en el coloquio de IDEA. Sabiendo que estaba entre amigos –grandes empresarios no siempre respetuosos de sus obligaciones para con la Nación–, lanzó que en las universidades “sabemos que afanan”. Son delincuentes, afanan, insistió. ¿Algún ejemplo concreto? No. ¿Algún caso para mostrar? Ninguno. ¿Alguna prueba de tamaño exceso verbal? No tiene. El hombre ha perdido todo límite, alentado desde los personeros de trolls y manejo de redes sociales en el entorno presidencial. Esperemos que la acción judicial pertinente sea iniciada a la brevedad en contra del extraviado ministro nacional.
Ministro tan diestro ahora para las falsas acusaciones como lo fue antes para conseguir préstamos que han arruinado al pueblo argentino. ¿Cómo se atreve a agraviar el responsable de haber tomado la enorme deuda –casi impagable– que la Argentina contrajo con el FMI? ¡¡¡Eso sí que le costó al Estado argentino!!! Allí está –como un estudiante señaló en la TV nacional– el “de dónde sacar el dinero” para financiar a las universidades. De esa deuda brutal, de la que los argentinos no vimos siquiera un peso. ¿Cómo pretende enjuiciar justamente Caputo? La pérdida de los límites éticos es signo de la época.
Los alumnos han reaccionado. Hay clases públicas, tomas, marchas. Hay acciones fuertes y pacíficas, que intentan mantener el dictado de las clases básicas para que el estudiantado no se perjudique, pero que a la vez se sostienen en medidas de fuerza públicamente visibles. El Gobierno se ha ganado un adversario en las universidades nacionales: la violencia queda en manos de los represores policiales –como pasó en la violación del espacio universitario en Caleta Olivia– o de civiles que le están asociados (como pasó en Quilmes, con infiltrados que usaron gas pimienta). Pero no se para la lluvia con un cartón ni se tapa el sol con un dedo. La gran ola de indignación por la falta de presupuesto no se parará con los gritos de los que atacan a las universidades pero no se dejan auditar a sí mismos.
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