Desmedicalizar para desmanicomializar

Edición UNCUYO reproduce el texto aparecido en Argenpress.info.

Desmedicalizar para desmanicomializar

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Sociedad

Unidiversidad

Juan Pablo Banfi en Desheredados de la Razón, y Colectivo de Arte, Comunicación y Salud en la Sala G.

Publicado el 20 DE ENERO DE 2014


Medicar es un acto médico. En cambio, la medicalización alude a los factores políticos, sociales y económicos que intervienen en la producción, distribución y venta de las grandes industrias de conocimientos (y condicionamientos) de la ciencia médica y farmacológica. Ciencia y Farmacia hegemónica que se prepondera en la praxis. Medicalizar para someter al sujeto.

La medicina siempre ha ejercido un poder normalizador o de control social –dividiendo los conceptos en salud y enfermedad, normal y patológico– estableciendo un orden regular, que ha venido incrementándose desde la modernidad con la conquista de un estatuto científico, profesional y político.

La medicalización es un término que se viene usando desde hace muchos años para demostrar los efectos en la medicina, desde la globalización, de tratamientos y servicios de salud del sistema capitalista. En este sistema lo único que importa es la ganancia.

El monopolio médico-científico-técnico da lugar a las formas y modelos de atención donde la única “salvación” es la biología como determinante del proceso salud-enfermedad, trabajando solo desde la parte orgánica. Se conocen pero se desestiman los múltiples atravesamientos que condicionan a la salud más allá de lo orgánico, dañado o alterado.
     
De esta manera se deja de lado una subjetividad construida en la relación con el otro en el interior de una cultura, con sus incidencias a causa del sistema social. Así se pone el acento en el sujeto como responsable y único garante de su salud en vías del consumo de elementos para garantizarla.

En el encierro hospitalario, paradójica y realmente, el tratamiento no llega, ya que allí adentro se atenta contra la persona en cuestión. Reducida a una historia clínica, a un número de ganancia para las empresas farmacéuticas que dominan la cultura y la concepción de la salud en general, el negocio está en la enfermedad y no en potenciar la prevención y el tratamiento de salud.

Solo unos pocos “libres” y dispuestos, que por tener recursos y un sostén afectivo con un andamiaje social para contribuir a una vida sin expulsión, afrontan la difícil tarea de reinsertarse en una sociedad expulsiva de la diferencia.

Desde estas instituciones se proponen una linealidad estratificada, de acciones y posibilidades, y con ello se sigue contribuyendo a una mirada acotada de la realidad, de la salud y sus posibilidades, más allá de la enfermedad controlada y excluida.

El síntoma y su atención, el fármaco y el sistema hegemónico de salud globalizado; la ciencia psiquiátrica, las instituciones de encierro y el lucro de la enfermedad desde las empresas farmacéuticas, realizaron el cóctel óptimo para la patologización de la vida cotidiana, para definirla desde el manual diagnóstico de enfermedades mentales. El DSM es un Manual de Estadística y Diagnóstico de los Trastornos Mentales que utiliza la psiquiatría hegemónica para el tratamiento de enfermedades y diagnosticar trastornos para aplicar la correspondiente medicación. Este manual está elaborado por empresas farmacéuticas que condicionan el ojo científico para diagnosticar según lo que el mercado necesita.

El desarrollo de la psiquiatría en el control de la vida humana, la medicina y la pastilla, fueron ganando culturalmente terreno en la sociedad de consumo que, centralizado en una tríada de poder-saber-negocio, siguieron contribuyendo a borrar los derechos humanos de las personas internadas en el manicomio.

Sin poder por ahora dar vuelta el sistema en el cual nos encontramos, las posibilidades actuales se basan en ampliar la mirada desde los profesionales y el intercambio con otros saberes para garantizar un derecho, y no seguir contribuyendo a un servicio y al lucro directo de los fabricantes de fármacos, ciertos profesionales e incluso el Estado mismo.

Profesionales acríticos del engranaje que ocupan, se acoplan, algunos sin saber a qué contribuyen, a garantizar un buen tratamiento o a generar con él una ganancia que atrasa toda posibilidad de salud en sentido amplio.

Qué pasa en los manicomios

Usted entra al manicomio y entra por loco. Muchos locos dentro del manicomio, además, son extraídos de un seno social de marginalidad y cargan sobre sí muchas cuestiones no directamente relacionadas con la salud, pero que repercuten tajantemente sobre ella.

Tanto la pobreza que se ve dentro de los manicomios, como la que genera mucha “locura” en una sociedad armada para que la gente produzca y consuma, hacen que el manicomio juegue con esa “locura” de la sociedad enferma. Es así como la pobreza se naturaliza y no se ve como parte o causante de muchos males mentales.

Una vez que usted entra, si no tienen un espacio que aloje, fuera del manicomio, contención, trabajo o formas para buscarse la vida en el exterior, las posibilidades son pocas o escasas para no recaer en la pobreza y la locura de la misma. Existen dos opciones: queda en situación de calle o se queda internado en el hospicio. Vale aclarar que, si elige la segunda opción, continuará tomando medicación hasta que le consignan un nuevo espacio de vida o muera en tantos años de cronificación institucional.

El fármaco en la vida diaria tapa los problemas, no los soluciona. Sólo tranquiliza, atrasa, calma, pero no soluciona el problema de raíz. Si el presupuesto, la infraestructura, los recursos humanos, las miradas y mentalidades despiertas y abiertas, estuvieran y se entrelazaran, los fármacos dentro de los manicomios no harían falta.

Hay muchas experiencias que suplantan a los efectos del fármaco, como las herramientas artísticas, los trabajos grupales, los espacios colectivos, el alojamiento con otras disciplinas para trabajar por la mejoría de tal persona, terapias alternativas a las farmacológicas, los acompañamientos terapéuticos, muchas formas de aplicar la psicología y el psicoanálisis. Esas herramientas aportan desde sus especificidades, y se potencian con la perspectiva y el hacer con otras.

La diferencia está en los efectos, sus tiempos y las formas de sostenerlo. En la superficie se pone a rodar la tolerancia y al acostumbramiento, la responsabilidad y la implicación, tanto de trabajadores como personas allegadas a “los padecientes”.

En un contexto marginal y marginado como el manicomio, la nueva Ley Nacional de Salud Mental, sancionada en 2010, centrada en los derechos humanos, deja una base para generar el cambio. Estos espacios supuestamente terapéuticos tienen que comenzar a visibilizar a las personas como personas y, con ello, sus derechos humanos vulnerados.

Ante la falta de recursos humanos, donde dos o tres enfermeros tienen que tratar y trabajar con 40 personas internadas, quedan acotadas las posibilidades para que el encierro garantice tranquilidad. Entonces la medicación compensa a las personas que piden otra forma de vida, un tratamiento acorde y una posibilidad de salud fuera de la cronificación institucional.

Para desmanicomializar los manicomios, y las lógicas manicomiales fuera de ellos, la medicina se tiene que centrar en trabajar en la salud y generar espacios saludables. Es directamente trabajar por la emancipación, autonomía y cambio de toda la estructura global que genera, de forma continua, las posibilidades que garantizan lucrar con la enfermedad en lugar de permitir la salud de forma amplia y mutua.

Las formas holísticas, naturales, integrales, interdisciplinarias, intersectoriales, los tratamientos humanos, acordes a la necesidades de la persona que sufre, para garantizar el derecho de salud/salud mental, son las causas que generan una desmedicalización.

La desmanicomialización concreta será entonces un cambio de mentalidad y praxis, para que las personas con “padecimientos mentales” sean una excusa de inclusión para una superación colectiva en el reconocimiento y trato con el otro, para una sociedad mejor en otra realidad sin lógicas manicomiales.

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