Último programa de "Apuntes": recorrido por sus tres años
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20 DE DICIEMBRE DE 2024
La autora es historiadora. Autora de "Las heroínas silenciadas de las Independencias hispanoamericanas".
Juana Azurduy (1780-1862)
Hace 200 años, el Imperio español en América estaba inmerso en la lucha independentista que había comenzado el 25 de mayo de 1809 en Chuquisaca (Alto Perú) y que, como si de una mecha de pólvora se tratase, se había extendido rápidamente a todo el territorio continental. En aquel proceso, que desembocó en la emancipación de casi todas las colonias españolas en el continente (entre ellas, la independencia de las Provincias Unidas del Río de la Plata proclamada el 9 de julio de 1816), participó toda la sociedad colonial –hombres y mujeres criollos, mestizos, indígenas y negros– pero, finalizado el conflicto bélico, a la hora de repartir honores y laureles, los sectores marginados fueron relegados.
La mujer, independientemente del grupo social al que perteneciese, no existía en el espacio público. Era considerada por la sociedad decimonónica, regida por los valores del sistema patriarcal y la moral de la Iglesia Católica, como un ser inferior, menor de edad, subordinado a la voluntad masculina, circunscrito a la esfera privada. Por lo tanto, su contribución a la independencia fue relegada a mero elemento accesorio de la actuación masculina y minimizada u olvidada por la historia.
Hoy, desde una perspectiva desprovista de condicionamientos patriarcales, el papel de la mujer en aquellos acontecimientos se revela decisivo, como ya lo apuntaron Bolívar y Martí al afirmar que sin ellas no hubiese sido posible la independencia. Así lo demuestra su presencia en todos los escenarios, desde las tertulias donde se discutían los ideales ilustrados y se organizaban las conspiraciones revolucionarias hasta el campo de batalla donde, empuñando las armas, lucharon como un soldado más, a veces vestidas de hombre para ser aceptadas en el combate, dando muestras de una valentía y un coraje que la mentalidad coetánea consideraba virtudes únicamente masculinas.
Valiéndose de su supuesta debilidad y apatía política, destacaron como espías, organizaron redes de información en las que actuaban como correos, difundieron las ideas emancipadoras mediante la palabra, la redacción de manifiestos y el poder de seducción entre las tropas realistas, acompañaron a las tropas patriotas instalando los campamentos, preparando los avituallamientos, cocinando, atendiendo a los heridos y enfermos, enterrando a los muertos, transportando alimentos, ropa y material bélico, reparando y cargando las armas. También contribuyeron con la donación de dinero y joyas para la causa independentista, brindaron refugio a los insurgentes perseguidos, asumieron el sustento familiar ante la ausencia de los hombres integrantes de las tropas, desempeñaron rangos militares e intervinieron como estrategas políticas y militares.
En suma, arriesgaron y dieron sus vidas sin ninguna pretensión personal, sólo por la defensa de un ideal: la libertad. Por ello, es necesario reivindicar la dignidad de todas ellas para que, después de dos siglos, dejen de permanecer en el olvido y se conviertan en protagonistas de la historia.
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