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20 DE NOVIEMBRE DE 2024
Roberto Follari, epistemólogo, docente y doctor en Psicología.
"Las universidades tienen el prestigio del que gozan porque se lo han ganado", detalla Roberto Follari. Foto: Unidiversidad
“No estamos contra la Universidad”, dice el vocero Adorni, pero es la renegación propia del actual Gobierno nacional. “Estamos para destruir el Estado desde dentro”, dijo el presidente Javier Milei sin que se le preguntara. “Hemos hecho el más grande ajuste de la historia”, otra jactancia reiterada. ¿Y cómo se hace el ajuste? Dejando de financiar lo que se financiaba, siendo un caso la universidad. Y destruyendo a la universidad –parte descentralizada del Estado– desde la dirección del Estado.
De modo que es obvio que se está desfinanciando a las universidades nacionales, así como a todos los niveles de la educación: la eliminación del Fonid fue clara en esa dirección. Sin embargo, para desfinanciar hay que dar alguna razón por la cual la sociedad pueda creer que ese desfinanciamiento es aceptable. ¿Cuál es el pretexto? Decir que en la universidad no se gasta bien, que hay despilfarro, etc. Un cuento recontrarrepetido. Como el Gobierno quiere desfinanciar todas las áreas del Estado (excepto seguridad y espionaje, con fines represivos previsibles), ha inventado un “método universal” de desfinanciamiento. Consiste en denunciar, a priori y sin investigación alguna, supuestas irregularidades y malversaciones. “Hay irregularidades”, se propala, sin prueba ni demostración. Y listo: luego se pueden cerrar comedores populares, oficinas públicas diversas como el Inadi, achicar presupuestos a destajo. Todos son irregulares menos ellos, aunque se haya denunciado proliferación de cargos en la misma secretaría de Adorni, súbitamente mutada a nivel de ministerio.
Por ello, no puede tomarse en serio ninguna de las cifras exhibidas por el vocero en su habitual charla de las mañanas, curioso espacio de diatribas y paralogismos varios. Según él, hay cientos de miles de estudiantes que “no se sabe” dónde están. Lo cierto es que en todas las universidades del mundo –incluso las privadas– hay inscriptos que luego no comienzan sus carreras. Ello nada tiene que ver con los presupuestos universitarios, pues es obvio que el porcentaje de esos estudiantes es relativamente constante a través de los años, de modo que se lo toma en cuenta siempre del mismo modo, si es que en algo el número de estudiantes fuera una variable para la asignación presupuestaria.
Pero en el Gobierno no saben de epistemología. Creen que los números hablan, y no asumen que los números valen tanto como los criterios con los que se los trae a cuento, así como por su exactitud y precisión. Dos cuestiones por completo ausentes en algunas desvariadas “estadísticas” del Gobierno, como aquella monserga del 17.000 % de inflación –la inflación de diciembre la disparó el actual Gobierno con la devaluación, pero, aun así, era mucho menor– o el nuevo discurso según el cual, si seguía la situación del Gobierno anterior, se hubiera ido ¡¡al 95 % de pobreza!! Son números grotescos, pronto nos dirán que se hubiera ido al 105 % de pobreza. Todo porque –según el mismo Indec– el actual Gobierno ha subido casi 11 puntos la pobreza en solo 7 meses, y ha casi duplicado la indigencia, llevándola al 18 % de la población.
No se puede tomar en serio ese manejo de números, y mucho menos el repetido cuento de las irregularidades, usado para practicar el ajuste permanente y reiterado. Las universidades son instituciones serias. Como en todas, hay incumplimientos o falencias que superar, pero vaya si los hay también en el Gobierno que pretende juzgarlas. Es que advertir esa situación no tiene nada que ver con achicar presupuestos. Si hay falencias, se detectan para ir superándolas. De eso se trata, disciplina de la cual las universidades saben bastante.
El otro argumento de Adorni, preguntando “de dónde saldrán los recursos”, se responde: del erario público. Si allí faltara, hay sectores privilegiados de la sociedad que podrían tributar más: en cambio, se les hace un blanqueo sin exigencia alguna, acorde a que solventan cada vez menos del gasto social. Y por otro lado, la religión del Déficit Cero la profesa el Gobierno, no tenemos por qué hacerlo nosotros. Las universidades saben que el gasto social es necesario y que hacer de la cuestión fiscal una línea rígida es solo una decisión unilateral tomada por quienes hoy gobiernan circunstancialmente el país.
Las universidades argentinas podemos estar orgullosas de lo que hemos producido. Una nación con varios premios Nobel en ciencias (no hay otra en Latinoamérica); con ingreso amplio y democrático, que ha permitido y permite el ascenso social a grandes sectores de la población; con formación de profesionales que son altamente valorados en cualquier geografía del planeta, incluso en aquello que algunos llaman “Primer Mundo”. Con ingenieros, médicos, abogados, psicólogos, sociólogos, economistas, artistas, odontólogos que se esparcen en variadas zonas del país y colaboran en mejorar la vida de los que habitan nuestro suelo. Caminos, puentes, energía, invenciones, satélites, salud física y psíquica, encuestas necesarias, hasta producción de vacunas.
Las universidades tienen el prestigio del que gozan porque se lo han ganado. Se mostró en las amplísimas manifestaciones del mes de abril. Aun en ciudades pequeñas donde no hay reparticiones universitarias, hubo marchas en defensa de la educación superior. Y no fue casualidad: fue fruto de lo que cada día se hace en aulas, boxes, laboratorios, bibliotecas. El quehacer de las ciencias es callado y a veces pausado, pero es incesante y, a largo plazo, da frutos de los que toda la sociedad se beneficia.
No es válido el asedio presupuestario a las universidades: configura una agresión a la sociedad toda que salió una vez, y seguramente ha de salir de nuevo masivamente a defenderlas. Y menos aún es aceptable el irracionalismo que pretende arrasar con la ciencia y el conocimiento, que aboga por el terraplanismo y parecidas supersticiones. La razón y el conocimiento sistemático son fruto de un largo proceso en la historia de Occidente, y no estamos dispuestos a sacrificarlos en aras del griterío, los memes, la furia de las redes o el atajo del insulto.
Apostemos a la razón con compromiso social. Apostemos al conocimiento situado y con servicio para las mayorías. Las universidades están en esa apuesta desde hace décadas, y las agresiones presupuestarias o mediáticas no van a mellar su prestigio bien ganado, así como el apoyo social que han sabido conseguir.
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