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23 DE DICIEMBRE DE 2024
Por Roberto Follari, epistemólogo, docente y doctor en Psicología.
Así llamó a uno de sus libros el filósofo católico francés Gabriel Marcel, hace más de 50 años: “Decadencia de la sabiduría”. Seguro no sabía cuánto más podían el conocimiento y el saber cotidiano seguir cayendo, en una época posterior que él no llegó a conocer y que algunos llamamos “posmoderna”. Época de liviandades, de conciencia frágil, de hiperestimulación tecnológica y virtual, de pensamiento que se fue al mazo.
Es que eran tiempos en que se daba la repetida idea de abandonar la civilización, para regresar a una imposible inmediatez con la Naturaleza. Es la historia del personaje de “Los pasos perdidos”, del gran Alejo Carpentier, que se iba a las fuentes remotas del Orinoco a buscar una especie de vida sin mediación cultural. Intento imposible, pero que llenó el imaginario de millones de personas en todo el saturado espacio urbano de diferentes sitios del planeta.
Freud ya lo había estampado en su excelso ensayo “El malestar de la civilización”: la cultura se cobra caro la renuncia a los impulsos que ella exige para sostener la convivencia social. Los impulsos son apagados por la civilización, como bien había sospechado Nietzsche.
De modo que la tentación de “trasmutar todos los valores”, de transgredir la cultura, pareció siempre –el hippismo lo mostró claramente- un objetivo deseable. Vamos hacia la naturaleza viva, hacia la des-culturización.
Pero lo posmoderno mostró que se puede recobrar la sensibilidad y lo estético, lo vital y lo impulsivo, en su peor forma. La inversión del intelectualismo moderno derivó en un empobrecimiento radical del pensamiento, en una caída hacia la nada del pensar. Cuanto más ignorancia mejor, parece ser consigna de la época.
Sin dudas que en esto el periodismo televisivo se lleva las palmas. Parece un campeonato por mostrar quién es capaz de proferir afirmaciones más absurdas, de contrariar lo más abiertamente la lógica, de argumentar siempre sin ton ni son. De negar los hechos, de inventarlos, de deformarlos, tergiversarlos. Qué importa. En pos de servir a la decisión de los dueños del medio, la de la propia ideología o al interés del propio bolsillo, lo que puede verse y escucharse no da límite al escándalo. Lo insuperable es superado a cada nuevo minuto, a cada nuevo programa, a cada nuevo mensaje.
No somos ahora una sociedad que diferencie lo válido de lo que no lo es. En otras épocas hubiera producido vergüenza ser interrogados en un acto público, y no saber de qué se trata. No poder explicar por qué se está allí. Hoy pasa todos los días: se sale a defender a la Corte Suprema sin saber cuál es su rol, cómo se llaman sus componentes, qué es lo que ha ocurrido con ella. No se sabe qué es un “per saltum” ni cuándo debiera otorgarse, pero se exige que la Corte lo valide.
Es que tenemos a Sarmiento puesto del revés. Todos hemos sospechado de su maniquea oposición entre civilización y barbarie, dejando esta última cristalizada en las figuras del indio y el gaucho. Sin dudas hay barbarie en los que sostienen la civilización, como se vio con el genocidio practicado a los indios en la trágica Conquista del Desierto.
Ahora, los “civilizados” han decidido hacer de la permanente barbarie su método y su práctica. Por cierto, siguen diciendo que obran en nombre de la civilización, de la bandera, y de una república de la cual ni idea tienen sobre qué significa. No son republicanos como lo fueron los heroicos españoles antifranquistas, ciertamente. Y no son muchos en la calle, pero sí hay muchos que los aplauden desde la tv en sus casas. Ignorancia, insultos, desconocimiento de los hechos, satanización burda del peronismo, al que hacen supuesta fuente de todos los males. Y decisión irrevocable de dejar el pensamiento en suspenso: es la nueva barbarie que la derecha ideológica hoy promueve en la Argentina. Y no solamente aquí.
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