De jóvenes desvalidas a heroínas empoderadas: cómo evolucionaron las princesas de Disney
Empezaban solteras, terminaban casadas. Hoy enfrentan problemas, superan crisis, cometen errores y se hacen cargo de las consecuencias. Isabel Toledo y Andrea Morán analizan para El Correo a las protagonistas de Disney: de pasivas y resignadas a curiosas e inconformistas, hasta ser decididas, independientes y autosuficientes.
Las princesas de Disney ya no son damas desvalidas que solo esperan al amor de su vida. Imagen: "Ralph, el demoledor"
Disney lleva un siglo marcando terreno en los consumos culturales de las infancias. Sin embargo, en cien años, las cosas pueden cambiar y, de hecho, cambiaron, como demuestra el portal de noticias El Correo. Las princesas cuya principal cualidad es ser bellas, que son dóciles, que están aisladas del resto y esperan pasivamente el príncipe que les resuelva sus problemas parecen ser cosa del pasado. La evolución comenzó en los 80 y 90, con personajes femeninos curiosos e inconformistas; desde hace ya veinte años, son mujeres independientes, decididas y autosuficientes.
La trascendencia de las princesas de Disney ha sido tal que, a pesar de haber salido todas de películas distintas, hoy son –todas juntas– una franquicia. La integran trece personajes: Blancanieves, Cenicienta, Aurora, Ariel, Bella, Jasmín, Pocahontas, Mulán, Tiana, Rapunzel, Mérida (la única originaria de Pixar), Moana/Vaiana y Raya. Las periodistas que realizaron la investigación, Isabel Toledo y Andrea Morán, agregaron Megara, de Hércules, y Elsa y Anna –de Frozen–, y analizaron cómo evolucionaron sus cualidades, su aspecto, su carácter, su entorno y su relación con la figura masculina.
Hace décadas, Disney viene cambiando, al punto de incluso reírse de sus estereotipos. En su película Ralph, el demoledor (2018), la protagonista se encuentra en una habitación con todas las princesas –desde la primera (Blancanieves, 1937), hasta la última (Moana, 2016)– que no le creen su condición de realeza. Para verificar, Rapunzel le pregunta: “¿Todos dan por hecho que tus problemas se solucionan cuando aparece un hombre grande y fuerte?”
Las princesas de Disney en orden cronológico. Imagen: https://www.elcorreo.com/
Pasivas y resignadas
En el primer grupo están Blancanieves (1937), Cenicienta (1950) y Aurora, de La bella durmiente (1959). Las tres viven en la sombra, aisladas de la sociedad y escondidas para poder sobrevivir. Las villanas de las películas son mujeres malvadas (una reina, una madrastra y una bruja) que sienten envidia por la bondad y la belleza de las jóvenes. En esta primera etapa, las princesas son relegadas al espacio doméstico y se entregan a tareas como la limpieza o la costura.
Cuando Blancanieves se refugia en el hogar de los siete enanitos, esto es lo primero que les ofrece a cambio de quedarse en su cabaña. Cenicienta, por su parte, está resignada a ser la criada de su propia familia, aunque cada mañana se despierta soñando con una vida mejor. Un baile será suficiente para que el príncipe y ella se enamoren. La historia de Aurora gira en torno a la búsqueda del amor verdadero. Maldecida desde la cuna, escondida y engañada para protegerla, será el beso del príncipe el que rompa el hechizo. Otra princesa que comienza el cuento soltera y terminará casada.
En los tres cuentos sobrevuela la idea de la providencia, como si ellas estuvieran abocadas a un destino inevitable y del que serán liberadas por un príncipe. Una vez reunida, la pareja vivirá feliz para siempre.
Curiosas e inconformistas
La bella durmiente fue un fracaso de taquilla, así que Disney tardó treinta años en recuperar a las princesas. Regresaron a fines de los 80, cuando la segunda ola del movimiento feminista ya se dejaba notar. Los personajes femeninos de La sirenita (1989), La Bella y la Bestia (1991) y Aladdín (1992) irrumpieron con nuevos aires y más ambiciones, aparte del amor: tienen ilusión y ganas de aprender cosas y conocer el mundo.
Con Ariel, la cinematográfica acuñó el concepto de canción "I want" (‘yo quiero’), un número musical donde la protagonista canta sobre lo que quiere en la vida. En su caso, ya no es casarse, sino escapar del fondo del mar, pisar tierra firme y volverse humana. Mientras Bella está fascinada por la lectura y aunque Gastón, su pretendiente, le dice que leer no es cosa de mujeres, la Bestia la sorprende enseñándole la gran biblioteca que posee en el castillo. Compartir su pasión por la literatura les hará sentirse más cerca el uno del otro.
Jasmín, de origen árabe, es la primera princesa que no es blanca. Aunque la ley la obliga a casarse con un miembro de la realeza, se enamora de Aladdín, un joven ladronzuelo. Al igual que Ariel y Bella, ella también se rebela contra la autoridad para elegir su propio desenlace. En cuanto a ellos, en este período siguen siendo fundamentales en la historia, pero la figura masculina ya no es perfecta. El mejor ejemplo es la Bestia, un personaje atravesado por rencores que descarga violencia. Los varones incluso necesitarán, a veces, ser salvados por las princesas, toda una novedad. El flechazo instantáneo de las películas anteriores es sustituido por un enamoramiento mucho más realista.
Decididas
Pocahontas, Megara, Mulán, Tiana y Rapunzel dejan de perseguir el amor, uno de los grandes cambios que introduce esta nueva tanda de princesas, aunque continuarán encontrándoselo –¿de casualidad?– por el camino. La fórmula del final romántico se ve agrietada, pero todavía sobrevive. Sin embargo, una vez más, hablar de la evolución de los personajes femeninos no es suficiente. En esta etapa, las figuras masculinas son menos idílicas, van ganando imperfecciones: ante mujeres locuaces y atrevidas, a veces los hombres –y la sociedad toda– se quedan sin palabras.
Pocahontas (1995) es la primera princesa nativa americana. Se enamora de John Smith, un colono inglés, pero no se marchará con él porque el respeto por su pueblo y su entorno están por encima del romance. Mientras las princesas anteriores tenían una brújula moral, la personalidad de Megara (Hércules, 1995) no tiene precedentes: es desconfiada, malhumorada y tiene un sentido del humor sarcástico. Ella es la verdadera heroína de su historia.
Mulán (1998) es activa, luchadora y tenaz. Vive en una sociedad totalmente machista en la que la honra es casarse y ser buena ama de casa. Sin embargo, para cuidar a su padre, que tiene una salud claramente desmejorada, ella decide disfrazarse de hombre, integrarse en el ejército y defender su país. No necesita ayuda para salvarse a sí misma. Tiana (La princesa y el sapo, 2009) es la primera princesa afroamericana y de clase trabajadora: sueña con abrir un restaurante. Disney decide dar vuelta el cuento y, cuando besa al sapo, ella se convierte en rana.
En 2011 estrenó Enredados y, con esa película, de nuevo la figura de la princesa encerrada y aislada, pero Rapunzel no sueña con que alguien llegue a rescatarla. Se dedica a leer y pintar y, en cuanto encuentra ocasión, se enfrenta a sus miedos y logra escapar de la torre.
En las cuatro protagonistas se detectan la inquietud y el esfuerzo. Otra novedad destacable de esta etapa es la presencia de las amigas. Tradicionalmente, las princesas tan solo contaban con la compañía de animales o seres mágicos, pero los personajes de Nakoma en Pocahontas o de Charlotte en La princesa y el sapo representarán un gran cambio y, sobre todo, un importante punto de apoyo.
Independientes y autosuficientes
En esta última etapa, el amor de pareja no está ni se lo espera. Desde 2012, las princesas más recientes tienen otras preocupaciones; casarse o lograr la compañía de un hombre no es una de ellas. De ahí que, en su lugar, se aborden otras temáticas que Disney había desatendido hasta ahora: se priorizan los vínculos familiares –por ejemplo, entre las hermanas Elsa y Anna de Frozen, o entre Mérida y su madre en Valiente–. También hay espacio para la conciencia social en Moana o para la reflexión sobre la necesidad de trabajar en equipo, como ocurre en Raya y el último dragón.
El amor romántico solo aparece en Frozen con la figura de Kristoff, pero de una manera natural, alejada de lo clásico. Apoya y ayuda a Anna siempre que ella lo necesita, pero se mantiene en un segundo plano. Y es un varón torpe, que se muestra nervioso cuando quiere mostrarle sus sentimientos. A los príncipes clásicos nunca se los veía dudar, daban por hecho que ellas caerían rendidas a sus pies. En los últimos años, Disney se ha propuesto derruir los estereotipos de género y estas princesas ya hacen de todo, salvo soltar suspiros románticos. La fantasía ha dejado paso al género de aventuras y acción.
Mérida (Valiente, 2012) pasa sus días practicando tiro con arco y montando a caballo. Es luchadora, obstinada y algo impulsiva. Quiere controlar su propio destino y, así como príncipes de otros lugares compiten para desposarla, ella participa de una competencia para defender su mano.
Frozen (2013) aborda la historia entre dos hermanas y el amor que se tienen. Una de ellas, Elsa, afirman en la publicación de El Correo, se ha convertido en un ícono LGTBIQ+, aunque en ningún momento de las dos películas de la saga se declare homosexual. La canción "Libre soy" habla de conocerse a sí misma y aceptar su poder. Anna peca de inocente y es engañada por el príncipe Hans, que acaba siendo el villano del cuento. Nunca antes había sucedido: el eterno salvador se convierte en el principal enemigo.
En 2016 irrumpe Moana. Es una navegante experta, con la silueta de una heroína de acción, a diferencia de las princesas anteriores, que tenían cintura de avispa y medidas imposibles. Tiene que surcar el océano Pacífico para salvar a su pueblo. En Raya y el último dragón, Raya es una intrépida guerrera que acepta la difícil misión de devolver al mundo la armonía entre humanos y dragones, pero, para ello, tendrá que aprender a confiar en los demás.
Hoy, poco queda de aquel ser bondadoso e inmaculado que nació con Blancanieves. Disney ha ido renovando el sustrato narrativo de sus películas para dejar atrás a las jovencitas en apuros y adaptarse a las demandas sociales. Ahora, las princesas presumen de virtudes que van más allá de su belleza física y también tienen defectos: la obstinación de algunas y la impulsividad de otras las conducen a tomar decisiones equivocadas y a enfrentar las consecuencias.
En cada estreno, encontramos personajes más maduros y complejos que, a lo largo de cada historia, evolucionan sin que el amor sea su meta. ¿Hacia dónde se dirigen, entonces? La crisis de identidad o la forma en la que pueden reivindicar su pasión son los conflictos internos que las definen. Mujeres, al fin y al cabo, que buscan su lugar en el mundo.
Fuente: El Correo
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