David Tobares y José Martín: dos historias de voluntarios de la UNCUYO en el operativo contra la Covid
Estudiantes de distintas facultades e institutos de la Universidad se sumaron a la convocatoria del Gobierno para atender la emergencia sanitaria en la pandemia. Dos de ellos cuentan sus experiencias; uno, como operario en el "call center", y el otro, como vacunador.
Foto: UNCUYO
La pandemia de la COVID-19 sigue dejando historias que vale la pena repasar. Entre ellas, las de estudiantes de la UNCUYO que se sumaron como voluntarios al operativo provincial en plena emergencia sanitaria. Hubo alumnos y alumnas de Medicina, Enfermería, Trabajo Social y Ciencias Económicas que vienen de ser obtener el reconocimiento por parte del Ministerio de Salud “por su compromiso y sensibilidad para trabajar con la comunidad durante la difícil situación”.
Dos de ellos, David Tobares (estudiante de Trabajo Social) y José Martín (Medicina), contaron sus experiencias trabajando en distintas tareas relacionadas con sus carreras: primero, como voluntarios, y luego, como pasantes a cargo del Ministerio de Salud de la Provincia.
De vocación, servidor público
En la historia de David Tobares (42 años) hubo capítulos de muchas dificultades, desde joven, con postergaciones y algunas circunstancias que lo llevaron a la cárcel. En 2013, mientras cumplía su condena, decidió inscribirse para cursar la carrera de Trabajo Social como parte del Programa de Educación Universitaria en Contexto de Encierro (Peuce) que lleva adelante la UNCUYO desde 2008. Cuando quedó en libertad, continuó estudiando, y hoy está a 10 materias de recibirse y obtener su título.
En esa instancia, a mediados de 2020, David decidió anotarse como voluntario para colaborar en el operativo provincial por la pandemia de COVID-19. “Yo lo vi como una forma de devolver las cosas que la facultad me había dado, de regresar el favor”, dijo el hombre, que es padre de tres hijos y hoy trabaja como operador en la Dinaf. La función que le asignaron fue en el call center a cargo de los “bloqueos”, es decir, de hacer el seguimiento de los contactos estrechos de cada contagiado, en una época en la que aún no había vacunas y el coronavirus comenzaba a extenderse peligrosamente en la sociedad mendocina. “Yo debía llamar al círculo cercano de cada contagiado, bloqueando para que no salieran y no circulara más rápido el virus”, explica.
David siempre tuvo una vocación por el servicio social, por ayudar a los otros. Cuenta que durante su etapa en contexto de encierro, ayudaba a otros internos que “no sabían leer ni escribir, mucho menos firmar” un escrito para pedir, por ejemplo, su libertad condicional cuando estaban en condiciones de solicitarla. Hoy, además, dedica parte de su tiempo a asistir a familias con muchas necesidades en la zona de Puente de Hierro, Guaymallén. En la Dinaf, tiene a cargo a menores de edad que están judicializados, con historias de vida mucho más difíciles que la suya. “Yo, desde chico, aprendí a pelearla: me crie siendo discriminado, entonces hoy no quiero que los que son discriminados sufran lo mismo”, reflexiona.
Primero como voluntario y después como pasante, David cumplió durante un año tareas en el call center del Ministerio de Salud, una experiencia que hoy valora como muy positiva: “Aprendí a tratar con historias de vida de distintos lugares, de todos los estratos sociales. Me enseñó cómo poder entablar una conversación o un vínculo, demostrarle (a esa persona) que uno está para tratar de ayudar en lo que pueda. Y me terminaban agradeciendo”.
El rol que cumplieron en los comienzos de la pandemia fue clave en momentos en que la información sobre el virus era escasa y el miedo social era muy grande. “La gente estaba muy asustada, muy angustiada. Uno tenía que transmitir tranquilidad, brindarles acompañamiento y explicarles la situación. Y hacerles entender que no eran los únicos contagiados. La gente tenía miedo de decir que estaban contagiados y hasta miedo de guardarse para que otros no pensaran que estaban contagiados”, recuerda. Agrega algunas situaciones particulares en las que ellos debían cumplir un rol de contención de la persona al otro lado del teléfono: “Algunos se sentían hasta culpables porque habían salido a comprar el pan y no tenían a nadie que los asistiera, o personas mayores que se descargaban con vos llorando”, relata David, que hoy se muestra agradecido con la oportunidad que le dieron la UNCUYO y el Gobierno provincial para colaborar en un tarea que le dio más herramientas para su formación como futuro trabajador social.
El vacunatorio como escuela de medicina
A José Martín (24 años) le quedan un puñado de materias para recibirse de médico. No solo será el primer doctor de su familia, sino el único que eligió un camino completamente alejado de la actividad productiva en las fincas de Tupungato, entorno donde se crio junto a sus tres hermanas. “Siempre me gustaron las ciencias naturales y desde que tenía 12 años decía que quería ser médico, pero fue un conflicto cuando terminé la secundaria, porque mi familia se dedica a la agricultura”, dice.
Al principio, su padre y su madre no miraron con mucha satisfacción el camino elegido por José: “Me dijeron que iba a ser difícil el ingreso, que iba a estar muchos años estudiando, que no iba a ser muy rentable”. Por eso, se decidió por enología, carrera que pronto descubrió como ajena. Entonces volvió a atender a su anhelo: medicina. Se preparó, rindió y entró a la Facultad de Ciencias Médicas al año siguiente.
Hoy, el más chico de la familia, “el que estaba destinado a la finca” –dice con una sonrisa–, pasa sus días entre el estudio y el trabajo en el vacunatorio de la Facultad de Ciencias Médicas (Centro Universitario de Salud Familiar y Comunitario, Cusfyc). Allí llegó a mediados de 2021, tras haberse anotado como voluntario en la convocatoria realizada desde la UNCUYO tras el requerimiento del Gobierno provincial. Eran los tiempos de la masificación de las vacunas contra la COVID-19, por lo que era imprescindible personal capacitado para cumplir esta tarea.
En el Cusfyc, aplicó por primera vez una vacuna, un aprendizaje inesperado. Es que, hasta el comienzo de la pandemia, José sabía poco y nada del virus que estaba paralizando a la humanidad: “Solo lo que estudiamos en microbiología, que existe la familia de los coronavirus, pero tuvimos que empezar a conocer más del tema. Como estamos en este ámbito de la salud, de pronto pasamos a ser la fuente de información de la familia: todos me preguntaban a mí. Te ayuda mucho la carrera y también la madurez que uno va adquiriendo para no creer todo lo que escuchás, todo lo que leés. Circuló tanta información falsa en ese tiempo que había que discernir si eso era real o no”.
Así como aprendió todo lo posible del virus, también se capacitó como vacunador. No solamente para aplicar vacunas, sino también sobre los procedimientos que hay que seguir para asegurar la trazabilidad de cada dosis que se pone. “Es una gran responsabilidad”, admite, pero lo valora como un gran aprendizaje para su futuro profesional, a pesar de los sinsabores que, a veces, le dejó el trato con algunas personas: “Hay veces que la gente no entiende que uno está trabajando. Reclaman ponerse una vacuna en particular y piensan que uno no lo hace porque no quiere. Y no es una decisión nuestra. También hay personas, la gran mayoría, que nos han tratado extremadamente bien, que nos ha traído regalos. Gente muy agradecida”.
José no lleva el conteo de cuántas vacunas ha colocado en los 9 meses que lleva como pasante en el operativo de vacunación provincial, cuatro horas por día, tanto en el vacunatorio de la facultad como en el del Parque Benegas durante dos semanas y en otro montado en el verano en el Hotel Turismo de Tupungato, su tierra. En todos estos lugares, además de vacunar, tuvo que hacer docencia sobre las vacunas en medio de la desconfianza que parte de la población sentía –y algunos sienten todavía– ante ellas. ¿Cómo hizo para lidiar con esto? Dando información. “Uno trata de educar, es la única manera para afrontar esa situación”, cierra José, que hoy continúa cumpliendo su importante rol en el Cusfyc de la UNCUYO.
Fuente: UNCUYO
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