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La socialización del arte de Asfáltico.
Nicanor Albornoz, becario de Prensa de la Facultad de Artes y Diseño
Publicado el 22 DE NOVIEMBRE DE 2015
El término Arte Urbano, también conocido por su traducción inglesa street art, hace referencia a todo el arte que se desarrolla en las calles, frecuentemente de manera ilegal. Suele englobar tanto al grafiti como a diversas formas de expresión. El movimiento ganó popularidad desde mediados del los años 90 con algunos exponentes como Banksy, John Fekner, Shepard Fairey, Blek le Rat.
Por otro lado, el Muralismo, movimiento iniciado en México a principios del siglo XX con los grandes artistas David Alfaro Siqueiros, Diego Rivera y José Clemente Orozco, ha ganado espacio a lo largo de los años como creaciones para el arte popular y colectivo. Incluso, como forma de expresión ideológica o manifestación de protesta.
En ocasiones, estas obras llevan el nombre de movimientos o grupo de artistas (los llamados “colectivos”), pero rara vez portan un nombre y apellido real. Abiertos al debate por su factor de vandalismo y cultura, invaden los espacios urbanos con técnicas de arte que van desde el uso de aerosol hasta stickers y látex.
Mendoza no ha sido ajena a la proliferación de estas nuevas expresiones en el ámbito público. En baldíos, paradas de micro, cualquier espacio público, uno puede encontrar intervenciones de lo más variadas e imaginativas. Uno de los colectivos de artistas más fáciles de hallar es Asfáltico.
Dedicado a intervenir el espacio público a través del arte, utilizando como medio de expresión la pintura y, como soporte, las paredes, lo integran José Pavez, Adrián Zotto, Luciano “Tano” Motta, Kevin Suárez, Ignacio Fernández y Esteban “Látigo” Warro. Su trabajo surgió inicialmente mediante un proyecto Mauricio López, llevado a cabo por Extensión de UNCUYO a mediados de 2012, cuyo objetivo era llevar la disciplina mural a las escuelas, principalmente a las de zonas periféricas, para proponer al arte como forma de integración y socialización. Desde entonces, y culminado el proyecto, continuaron el trabajo en conjunto con otra estética y otro lenguaje, más vinculado al street art.
«Cuando pintamos lo hacemos con la intención de acercar el arte a la mayor cantidad de personas posible, sin hacer diferencias entre clases sociales, edad o género. Creemos que el arte es un derecho y que no hay que limitarlo sólo a la élite. Buscamos interrumpir la monotonía rutinaria para que el encuentro entre el transeúnte y el muro sea fortuito», dicen. Para sus integrantes, cualquier reacción es válida mientras genere algo en el espectador y los murales no pasen desapercibidos. Con un imaginario de personajes híbridos, mutantes y antropomorfos que adoptan hábitos cotidianos, los seres de Asfáltico buscan confundirse con el sujeto social más allá de su monumentalidad, rasgos o mixturas.
Contrario a los espacios institucionales y sus propuestas, como museos y galerías, el nuevo estilo del street art vive de manera gratuita frente a los ojos de transeúntes. Pone en duda el sentido del arte como para unos pocos y lo trae a las bases. No hay otro interés que el de expresarse sin límites sobre muros de casas abandonadas, puentes o espacios públicos.
Sin embargo, en ocasiones el Estado impulsa este tipo de movimiento mediante políticas, como el caso de Godoy Cruz, en Mendoza, que realiza encuentros temáticos anuales convocando a artistas reconocidos del medio. Este año, Asfáltico participa del encuentro.
Acostumbrados a buscar espacios que se pueden presentar en cualquier momento, estos artistas saben perfectamente que el entormno de la ciudad contribuye a la naturaleza efímera de la obra, a veces por condiciones climáticas y del medio ambiete como la polución, y otras por acciones vandálicas. Sin embargo, lo consideran parte del proceso natural de la obra.
Otro punto a tener en cuenta a la hora de plantearse un nuevo trabajo es la reacción de la gente: «Pocas veces hemos tenido problemas con los vecinos y casi nunca con la policía. Generalmente sucede apenas uno se pone manos a la obra, pero si nos atrapan con el trabajo avanzado suele pasar todo lo contrario y los agradecimientos no tardan en aparecer. Aunque nunca falta aquel que pasa a alta velocidad y nos grita: '¡Vayan a laburar!'. Muchas veces la obra genera cariño en los propietarios de la pared o los vecinos, que intentan cuidarla, pero la verdad es que la calle es la calle y por más que a muchos les guste lo que hacemos, siempre van a estar los que no, y basta que uno solo se anime y agreda el mural. Son los gajes del oficio y aceptamos los términos y condiciones callejeros al momento de intervenir».
Por Nicanor Albornoz, becario de Prensa de la Facultad de Artes y Diseño
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