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20 DE DICIEMBRE DE 2024
Por Luis Abrego, periodista, docente de la carrera de Comunicación Social y secretario de Extensión de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNCUYO.
Foto: Prensa de Gobierno de Mendoza
Por Luis Ábrego, para Prensa de Gobierno de Mendoza.
Publicado el 07 DE MARZO DE 2021
La Vendimia 2021 propone en una inédita apuesta audiovisual, seis miradas que en su diversidad relatan el complejo fenómeno que gira en torno del trabajo, la historia o el amor. Una interesante resignificación de los tópicos de la mendocinidad.
Historias de Vendimia es un potente relato coral que avanza sobre el híper narrado objeto de la celebración de la vid y el vino y que si bien se basa en un puñado de sus tópicos tradicionales, los actualiza y resignifica en lo que tal vez sea la apuesta más innovadora de la Fiesta Nacional en las últimas décadas.
En todo caso, el producto cinematográfico logra hacer buen foco tanto en historias mínimas (Creadores del oasis, Hechizo, Somos) como en aquellas donde la épica las transforma en leyenda (San Martín). Y su acierto, pese a la disparidad narrativa de estilos, ritmos y objetivos que guían cada uno de los seis episodios, está en reflejar la complejidad de Vendimia como fenómeno cultural, social, político, económico, histórico. Y habrá que decir que desde ahora, también de género, como bien plantea Inmigrantes o Aconcagua.
La tarea, a cargo de 6 directores y directoras audiovisuales y sus respectivas parejas creativas con extensa experiencia en el lenguaje vendimial, no deja de ser audaz. Pero cada pequeño capítulo de los que componen el todo, encuentra una resolución que va acorde con la oferta estética que se propone. Aunque el resultado no sea el mismo.
No es menor decir que el estándar técnico del conjunto propone una unidad invisible que refuerza aquel supuesto que en el inconsciente remite a Vendimia y que aquí, tampoco falta a la cita: desde los viñedos a los inmigrantes, pasando por las amenazas climáticas, la gesta de San Martín o la Virgen de la Carrodilla.
Pero uno de los méritos de esta singular producción es que esos íconos tan visitados por el género vendimial son abordados ahora como parte de otros relatos, subtextos, conjunciones de tiempo y espacio en las que los hitos sobrevuelan el paisaje, se incorporan, se funden. De manera tangencial o solapada. Como quien mira al horizonte y sus formas con la inmanente Cordillera de fondo.
Al respecto, los escenarios naturales son en Historias de Vendimia la mejor puesta que nunca jamás tuvo esta fiesta. Impacta la belleza del paisaje mendocino en todas sus dimensiones: el desierto, el oasis cultivado, la montaña que deja escapar hilos de ríos, las nieves eternas, las represas artificiales para acumular el agua que escasea. Pero también sus bodegas, sus caminos rurales, sus postales del pasado que aparecen para todo aquel que quiere simplemente ver.
En tales maravillas geográficas, las coreografías ganan despliegue y cobran vida con sus vestuarios y movimientos que contrastan con la aridez, el verde o el agua, según corresponda. Pero siempre se destacan no como complemento, sino como soporte de la historia que se está contando, potenciando las líneas argumentales.
En contraste, hay en el filme un ajustado cásting para actuaciones sobrias que remarcan direcciones certeras en línea con la pauta de estos micro-relatos que obligan a concentrar esfuerzos de toda índole, con diversidad de planos y suficiente despliegue tecnológico para el mejor aprovechamiento de las escenas, por ejemplo, en las tomas aéreas de los entornos naturales.
Especialmente Inmigrantes y San Martín tienen muy buenas reproducciones de época, e intensas secuencias en locaciones disímiles que no afectan la continuidad narrativa, ni la credibilidad de sus contextos. Desde la cosecha a la producción, pasando por el tamiz enológico o el relax de una fiesta electrónica. Los usos y costumbres alrededor del vino están aquí presentes como insumo de referencia o guiño discursivo.
La música asume los necesarios cambios de ritmo dentro de cada episodio, pero también eleva con magnificencia o sutileza las bellas imágenes que con paleta naturalista, costumbrista o simplemente moderna, los directores crearon para cada ocasión. Hay folclore cuyano y ritmos andinos, pero también música tecno y tango. Hay sonidos naturales y voces que se enlazan con los cerros, mientras otras se pliegan a las fiestas del fin de la cosecha o del vino nuevo. En el campo o en la ciudad.
La Vendimia de los mendocinos sobrevuela y condensa las historias, conduce de algún modo el tono diverso de cada episodio y unifica sensaciones desde puntos de vista independientes que, sin embargo, cobra unidad en la sucesión de los capítulos.
Por momentos, todo el potencial de Mendoza se resume entre los conceptos, y son los artistas quienes resetean el aletargado género vendimial para provocar con su impronta el celebrado desembarco de nuevas generaciones o simplemente, para contar desde el presente lo mejor de todo aquello que pasó (o nos pasó); con apelaciones a la dignidad, la solidaridad, el respeto al entorno y los valores fundacionales forjados en la cuna de la libertad.
Historias de Vendimia es un tremendo compendio sobre la mendocinidad, pero no desde la caricatura o el trazo grueso, sino desde el corpus cultural que allí anida y que la diferencia en su identidad de otros lugares del país. Es un fresco de la idioscincracia, de nuestras rutinas domésticas, del sacrificio de quienes producen en la viña, pero también de quienes disfrutan el vino en cualquier circunstancia. Es, a la vez, la comprensión de nuestros miedos y la fortaleza a la que se aferran nuestras creencias en esta parte del mundo. Siempre cruz de sal a las malas vibras.
En sus imágenes y sus palabras está lo artesanal, pero también lo industrial del mundo del vino. La física y la química de lo natural. Lo simbólico y lo terrenal que es capaz de asociarlo tanto a la ofrenda precolombina como al brindis cool. Todos elementos que están bien maridados entre los episodios.
A lo largo de esos seis capítulos, Historias de Vendimia rinde un homenaje panorámico a la cultura de la tierra, con miradas diversas pero actuales, en gran parte convergentes, que despiertan toda clase de emociones para quien conoce el código mendocino (y que a su vez motiva y desafía al foráneo a descifrarlo). Una película gestada desde la complicidad del lugar compartido para recrear desde allí, la estirpe de un pueblo que no hizo más que nutrirse de otros pueblos y sobrellevar así el sacrificio de la transformación y la epopeya. De la naturaleza y de la historia.
Uno por uno
En Creadores del oasis, Gaspar Gómez junto a Claudio Martínez y Alicia Casares reflejan con exquisitez visual, el desafío de revertir el desierto desde los ojos de una niña, hija de una trabajadora rural. “Todo lo que ves es de agua” repite Fernando Barrientos desde una de las canciones que acompaña, tal vez como un deseo de lo que en realidad no existe.
El temor de una helada tardía altera lo que parecía ser una apacible cosecha y es allí, donde se aúnan esfuerzos para salvar el trabajo de un año, incluso con el auxilio de trabajadores golondrinas. El fuego que atempere las viñas reemplaza al agua en el altar de la esperanza. En todo caso, los oasis son eso: fuerzas naturales que compiten por imponerse.
Impecable factura para un episodio de realismo mágico alrededor de la incertidumbre y la impotencia de perder todo en el afán de sostener un oasis.
Con Inmigrantes, Valentina González junto a Alejandro Conte logran tal vez uno de los episodios más redondos y potentes por ritmo narrativo y pulsión dramática. El corto es neorrealismo italiano pero en Mendoza. Colorido, festivo pero profundamente crudo para relatar las injusticias sociales de quienes llegaron al país para darle a la industria vitivinícola la escala que hoy tiene.
La acertada recreación de época en la posguerra propone el conflicto ético de incorporarse a un esquema de explotación o forjar una venganza proletaria que repare los abusos y provea, en cuenta gotas, algo de felicidad para tantos expatriados en nuestra tierra. Pese a las tragedias, la vida, y con ella el trabajo, es un instante que merece rebeldía para enfrentarlo sin arrepentimientos.
En Aconcagua, de Camila Menéndez y Vilma Rúpolo, la naturaleza se iguala a la mujer como dadora de vida. La vida del agua que luego es vino. La vida que los pueblos originarios celebraban en las cumbres y que aquí toman forma de amazonas en la Cordillera.
Es tal vez, el más “vendimial” de los episodios y por ende, es el de más compleja interpretación en esa multiplicidad de representaciones necesarias para sostener un mensaje potente pero no lineal como el resto.
Así, de la mano de una joven que busca una conexión más profunda con su tierra, ella descubre rituales ancestrales que una mujer criancera le ofrece para facilitar su tránsito a esa tierra mágica donde el vino nace de las piedras. O donde las ofrendas a la Pachamama son también un alegato de género. La impronta étnica incluye entonces una aguda representación que enlaza desde el principio del todo con la agenda feminista que irrumpió con fuerza irreprochable en las sociedades contemporáneas en los últimos años.
Desde esa perspectiva, la naturaleza también es escenario de lucha y de reivindicación social para quienes asumen en este tiempo la tarea de hacer oír una voz silenciada, como la de los pueblos originarios antes o las mujeres, más recientemente.
En Hechizos, de Leandro Suliá, Alejandro Grigor y Héctor Moreno, el dinamismo cobra protagonismo para dar fuerza a una historia de amor contemporánea que se dispara desde la cabeza de dos influencers. Así, con este contexto cargado de tecnología, lenguaje joven y redes sociales, se enlaza la tradición de Vendimia con su proyección en el tiempo.
El vino, es el hechizo que logra unir a dos jóvenes, habitués de bodegas por trabajo o por placer y genera su desdoblamiento para que la rutina enoturística o vitivinícola pueda también ser la puerta a la gran aventura de la vida.
Hay aquí muy buenos cuadros coreográficos y hasta la inclusión de pasos de tango que dan la dimensión del vino como emblema de argentinidad en el mundo. Un relato acotado y efectivo que sin mayores pretensiones recrea con soltura el universo joven y su vínculo con el vino.
San Martín, de Natanel Navas y Pedro Marabini es una apuesta por la épica cinematográfica, pero también por la ética en la función pública. La historia se centra en la gesta libertadora y si bien el eje es San Martín y sus desvelos, los reconocimientos pasan por aquellos héroes casi olvidados que hicieron posible su travesía.
Así, el episodio se encarga de homenajear, entre otros a Álvarez Condarco, el molinero Tejeda, Pedro Vargas o las Patricias Mendocinas. Es un capítulo que recrea esa Mendoza profundamente sanmartiniana que parece haber olvidado aquellos valores de decencia, entrega y sacrificio.
Con una acertada recreación histórica del cruce de los Andes y un impactante despliegue de vestuario, hay un San Martín que emociona desde las cumbres andinas, pero también en la incertidumbre de lo que vendrá para su propia vida, tras la hazaña.
Un episodio histórico, bien realizado, capaz de recordar con acierto y humanidad al prócer, pero también de reactualizar su legado político y su compromiso ciudadano.
Finalmente, Somos, de Ciro Novelli, Walter Neira y Guillermo Troncoso, es el relato simbólico de un hombre y una mujer que como Adán y Eva se descubren en el paisaje agreste de Mendoza para dar inicio juntos a una larga vida desde el deslumbramiento inicial hasta la adultez.
Vinculados ambos al trabajo en la viña tienen un hijo en el que depositan todas las esperanzas de un mundo nuevo, un mundo mejor. Una vida digna que en la alegoría empezará a fluir desde el vino nuevo que se celebra tras el fin de la cosecha.
Las creencias religiosas se enlazan aquí también con la imaginería popular para dar vida a una típica fiesta de campo, entre cuecas y gatos que la pareja, ya abuelos, disfruta junto a sus familiares, amigos y trabajadores.
Es tal vez, el más folclórico de los episodios. O en todo caso, el más cuyano de ellos. Una historia simple que cumple, en cuanto refleja con acierto y la profundidad que permite un corto, el sentir popular frente a la vida, con sus esperanzas y desazones, pero también el momento del descanso asociado a la fiesta de pueblo que nadie quiere perderse.
Casi con pretensión documental, aunque ficcionalizado, no aspira a más logro que el testimonio de una vida entre tantas y resume con empeño esa trayectoria que no es extraordinaria, pero que es irrepetiblemente única.
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