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El sistema fronterizo tuvo diversas transformaciones hasta convertirse en el corredor bioceánico más importante de Sudamérica. Redescubrir su historia invita a entender los vínculos que unen Argentina y Chile.
Edición U / Nicolás Nicolli
Publicado el 27 DE NOVIEMBRE DE 2016
Ni la altura ni las eternas curvas frenan el tráfico de pasajeros a Chile por el Sistema Fronterizo Cristo Redentor. Es correcto que la razón sea la comodidad en la temporada estival, pero para entenderlo es necesario remontarse muchos años atrás, cuando las redes de conexión distaban de ser las mismas de hoy pero compartían la misma esencia.
El camino del Imperio Inca, los primeros recorridos de los europeos y las crónicas de los viajeros han sido piezas fundamentales para delinear la travesía que hoy conocemos. Para Daniel Grilli, profesor de Historia y director del archivo de fotografía histórica en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional de Cuyo, resulta importante trasladarse a los esplendores de la industrialización, cuando los galpones de chapas oxidadas y las vías erosionadas del costado de la ruta tenían vida. Es que cada vez que viajamos por la Ruta 7 nos encontramos con una infinidad de sitios cargados de incógnitas, mitos y orígenes desconocidos, que hace no más de tres décadas funcionaban como herramientas del mendocino para vencer las colosales montañas y los intensos inviernos.
Uno de los vínculos más fuertes con el vecino país se dio a partir de 1910, cuando miles de pasajeros colmaban los vagones del Tren Trasandino para descubrir qué había detrás del cordón cordillerano porque, además, ¿quién podía darse el lujo de viajar en otro tipo de vehículo? A pesar del éxito inicial, el ferrocarril internacional tuvo que enfrentar diversas complicaciones naturales (aluviones, nevadas, crecidas de ríos) y monetarias (mantenimiento de las unidades), que derivaron en su clausura allá por 1979.
En esa época, el túnel Caracoles era el corredor fronterizo por excelencia, donde los conductores más intrépidos y arriesgados transitaban por el mismo camino del ferrocarril. Los actuales complejos de Los Libertadores (Chile) y Horcones (Argentina) no figuraban ni en los planes más visionarios. Las Cuevas, la localidad argentina más cercana al límite, fue sede del control aduanero hasta 1980, cuando comenzó a funcionar el túnel Cristo Redentor. Así, heredó la importancia histórica del cruce y se impuso como el corredor bioceánico más importante de Sudamérica, que une desde la localidad atlántica de Santos (Brasil), pasando por Montevideo y Buenos Aires, hasta el puerto pacífico de Valparaíso. Increíblemente, su ubicación a 3200 metros de altura sobre el nivel del mar y sus 3080 metros de longitud no son impedimento para que el 80 % de la carga terrestre circule por allí.
Ocho horas en promedio suelen esperar los argentinos para cruzar a Chile y, a pesar de las promesas de mejoras que nunca llegan, la paciencia parece imbatible. No se trata solamente de una ruta adaptándose a los valles y a las engorrosas laderas de la Cordillera de los Andes. Los lazos trasandinos son tan naturales que los hábitos de la actualidad siguen fortaleciendo la historia de dos naciones que, a pesar de las dificultades, le hacen frente al cordón cordillerano.
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