Después de explorar, solo queda crecer y evolucionar
La elección directa que acaba de concluir en la UNCUYO es en realidad el primer hito de una historia que se inició en agosto de 2013, cuando comenzó a gestarse la reforma del Estatuto universitario.
La tarea de regenerar la política universitaria parece a esta altura, al final del primer proceso electoral abierto y directo, un ejemplo de una idea llevada a cabo, aun con los riesgos de contaminarse con los vicios de la política partidaria.
Esa consecuencia no deseada, pero en apariencia inevitable, no debería volverse relevante en este proceso; tampoco las conclusiones escépticas, como que las elecciones directas hicieron que los candidatos se tuvieran que embarrar con lo cotidiano de la práctica partidaria con toda la carga negativa que tiene la expresión.
Está bien. Aceptemos que los movimientos de alianzas y arreglos soterrados, tan característicos de la rechazada praxis política, se vislumbraron en las citas electorales. Más en la segunda que en la primera.
Está bien. Aceptemos que hubo demoras para conocer los resultados oficiales en la primera vuelta, lo que hizo que se notara la falta de experiencia en un terreno hasta ahora inexplorado. Pero entendamos al mismo tiempo que hemos presenciado la primera evidencia de un desarrollo que apunta a la evolución. Y que el sistema es perfectible, en la medida en que quienes lo ejecuten estén dispuestos a avanzar hacia ese destino intencionado: reposicionar a la Universidad como usina de ideas y ejemplo para la comunidad que integra la misma casa de estudios.
Es decir: este sistema está aplicado por una sana y humana intención de hacer crecer una institución educativa de alto rango.
Es decir: este sistema está atado a la decisión de quienes conduzcan a la Universidad, para que luego de la primera experiencia comience a dar síntomas de buena salud en la práctica de la democracia. Sobre esto hubo un destello en el primer paso, con el trabajo celoso y formal de una Junta Electoral que se tornó incluso exasperante en el control de los procedimientos pero que, convengamos, dotó al proceso de una transparencia suficiente como para garantizar la legitimidad de la elección.
En el cedazo quedan valiosas piedras por pulir. Ahora hay que revertir la tendencia. Quedó la sensación de que los candidatos se tuvieron que salpicar con la práctica tradicional de la política electoral. Entonces, es un deber de la Universidad iluminar el genuino ejercicio democrático con sistemas de participación cada vez más transparentes y seguros para que la UNCUYO cumpla con su cometido, que es trocar los vicios en virtudes, esa alquimia que solo los preclaros y bien intencionados (hombres y mujeres) pueden concretar. La comunidad mendocina estará agradecida.
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