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23 DE DICIEMBRE DE 2024
Por Roberto Follari, epistemólogo, docente y doctor en Psicología.
Nuestro pensamiento lineal imagina; cuanto mejor hacemos, mejor nos va. Pero con el obligado confinamiento (que será mas que cuarentena, mas que 40 días), hay efectos paradojales. Claro que es mejor que nos quedemos en casa, y que entonces los contagios sean más lentos y menos numerosos. Pero cuanto más lento avanza la enfermedad, más lento será su ocaso. A mejor cuidado, más longitud de la peste. A mejor conducta por quedarse en casa, más tiempo habrá que quedarse en casa. Y más aún quienes estemos incursos en la "edad de riesgo".
Desde Harvard, hicieron su "modesta" contribución a la incertidumbre: esto llegará hasta el año 2022, aseguraron diáfanos. O sea: como si nos dijeran que seguirá hasta el infinito. Y es que la sociedad en su conjunto no puede estar encerrada indefinidamente, porque la economía se quebraría. Pero con este virus selectivo como los criminales de la "guerra del cerdo" de Bioy Casares, los de más edad estarían discriminados. De modo que los más jóvenes en algún momento saldrán, en la medida en que pueden contagiarse con poca probabilidad de muerte; los mayores, tienen redoblada certeza de un final que no comienza. Se prolongará su encierro sépase hasta cuándo.
Allí ya no habrá periodistas venales que indiquen "qué mal está la economía": si la ganancia de las empresas se renueva ellos estarán felices, y si los más viejos están bien o no, siempre les ha importado nada. Ya no habrá empresarios, políticos de derecha y lobbistas insufribles como Milei o Espert, gritando para que acabe la cuarentena y para que así retorne el conteo de ganancias. Reiniciado tal conteo, los mayores encerrados los tendrán sin cuidado.
De niño me ocupaba, por las noches cuando tenia poco sueño, de imaginar el infinito como tiempo sin final. Quizá el infinito sea un sin/tiempo, o una especie de simultaneidad abismática. Pero pensado como tiempo sin compuerta final, es suficiente para dar lugar a un vértigo angustiante, a una caída en el vacío.
Es ese el sentimiento que aparece en este transcurso sin seña de cuándo acabará, un eterno presente sin final a la vista. El encierro es imprescindible, y torpes son los que llaman -por intereses económicos o políticos, y a veces por simple estupidez- a salir a la calle deportivamente, a terminar el cuidado por razones de comodidad o de éxito económico.
Pero sin dudas que no tener horizonte claro de final, y ver un futuro desdibujado ante los ojos, es inevitablemente angustiante. Por supuesto, encierros mayores han vivido muchos: cárceles y dictaduras lo atestiguan. Pero este tiempo en suspenso (es decir: con casi todo suspendido) nos trastoca cualquier rutina, y nos desarma las motivaciones.
Final que no comienza, comienzo del confinamiento que nunca termina, sin dudas que el presente nos confronta a desarrollar una ética de la templanza y de la espera. Al acabar la cual algunos saldrán -o saldremos- indemnes, pero sólo serán aptas las palabras finales que Di Benedetto puso en boca de sus personajes en Zama, que no se habían visto en años:
- No has crecido
-Tú tampoco.
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