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20 DE DICIEMBRE DE 2024
Cómo las publicaciones de cada época se convirtieron en órganos de expresión de grupos que buscaron promocionar sus ideas literarias, políticas, económicas, artísticas y filosóficas.
Marcela Aranda Facultad de Filosofía y Letras
Publicado el 17 DE AGOSTO DE 2019
¿Qué buscamos al hojear una revista? ¿Entretenernos? ¿Informarnos? ¿Actualizarnos? Una revista es un artefacto cultural con intención social, da testimonio de una época y contribuye a la memoria colectiva. Quien bucea científicamente en la historia está al acecho de datos reveladores, inéditos y las revistas los ofrecen, como sitios donde estudiar el pasado que sirva a dar respuestas al presente
La tradición publicista en América Latina se inicia a fines del siglo XVIII. Dio cuenta de la actividad política, social, económica, cultural y artística; pero también de nuestras lecturas estratégicas sobre temas relativos a la realidad nacional, continental e internacional. Las revistas se editaban regularmente en ciudades capitales (Buenos Aires, Lima, Montevideo, Santiago de Chile), y su radio de circulación y difusión excedió las fronteras nacionales, definiéndose ‘americanas’ debido al vasto horizonte de sus inquietudes y quehaceres intelectuales.
Esa circulación de ‘ideas’ se potenció deliberadamente en espacios de sociabilidad intelectual: salones, cafés, sociedades científicas, partidos políticos, revistas, mercados literarios, mundo de la publicidad y bohemia. Porque hombres y mujeres ‘de ideas’ existen desde siempre junto al poder político y económico, por cuanto existe poder ideológico en la conducta humana. Y las revistas son órganos de expresión de grupos que buscan promocionar sus ideas literarias, políticas, económicas, artísticas y filosóficas, llamar la atención sobre su originalidad, provocar la discusión de sus características principales y atraer a lectores cuya simpatía se requiere para una determinada actitud intelectual y política.Por ejemplo, sin el reconocimiento de escritos iniciáticos como La Gazeta(1810-1821) de Mariano Moreno, La Aurora de Chile(1812-1813) de Camilo Henríquez o El Mercurio Peruano(1791-1795) de la Sociedad de Amantes del País, pierde densidad la discusión de la organización político-social americana antes y después de la independencia.
El siglo XX fortaleció esta cultura ‘letrada’ porque la urbanización, el crecimiento e importancia de la clase media, el desarrollo económico latinoamericano ligado al capitalismo mundial, la institucionalidad republicana liberal y la democratización de la educación, junto al impacto de las guerras mundiales, la revolución rusa y el creciente imperialismo de Estados Unidos, generaron campos de confluencia y tensión entre intelectuales y afirmaron diferentes tradiciones políticas, filosóficas, culturales, artísticas.
Las revistas irrumpieron en esos instantes de crisis y transformación, generalmente interpelando el contexto histórico vigente. Por ejemplo, Nosotros(1907-34),Martín Fierro(1924-27), Hechos e Ideas(1935-41), Mundo Nuevo(1966-68), Crisis (1973-76) y Punto de Vista(1978-2008) no fueron solamente ‘vehículos’ de textos, imágenes y publicidad. Quienes escribieron en ellas lo hicieron desde una adscripción social, enmarcando valores, ideas, creencias y expectativas puestas en juego en el momento ‘personal’ de la escritura.
Interpretar el proyecto editorial de las revistas facilita desentrañar la trayectoria de sus directores y editores, las redes de colaboradores (principales, secundarios y referentes especialmente convocados) nucleados alrededor de empresas culturales, la jerarquía de temas y su constelación de notas menores, comentarios y reseñas, el formato y las secciones, su financiamiento y los canales de distribución, la respuesta de los lectores, etc. Se las conoce como revistas ‘culturales’ porque abordan directa o indirectamente cuestiones políticas, pues el arte, la literatura, la ciencia son, también, hechos políticos. Por eso ellas promocionaban capítulos de libros de autores nacionales y extranjeros, cursos y conferencias; realizaban encuestas y homenajes; consagraban cánones estéticos o epistemológicos a expensas de otros reconocidos; delineaban y/o afirmaban un campo intelectual nacional o regional en ciernes.
La idea de ‘compromiso intelectual’ distingue a estos proyectos editoriales. Los directores de Nosotros (Alfredo Bianchi y Rodolfo Giusti) perfilaron un intelectual mediador frente al cambio de siglo, caja de resonancia del movimiento político y cultural circundante. Evar Méndez y Oliverio Girondo experimentaron en Martín Fierro las nuevas formas artísticas y literarias dentro del campo nacionalista, preludio de las vanguardias de 1920. El crítico literario Emir Rodríguez Monegal confrontó las dificultades de ser un intelectual en la periferia durante los 1960s, convirtiendo a Mundo Nuevo en horizonte cosmopolita receptor de las creaciones latinoamericanas. Desde Crisis, Eduardo Galeano, Juan Gelman, Ernesto Sábato y Julia Constenla definieron al intelectual revolucionario, heredero de las luchas populares sesentistas y empeñado en modificar una realidad política, social y cultural desfavorable. En su primera etapa, Eduardo García hizo de Hechos e Ideas el custodio de las tradiciones republicanas del radicalismo triunfante en 1916 (y jaqueado en los treinta). Los fundadores de Punto de Vista (Beatriz Sarlo, Carlos Altamirano, María Teresa Gramuglio, Elías Selman, Ricardo Piglia) abonaron el campo para que los intelectuales (mayormente universitarios), ejercieran su vocación al servicio de una cultura en recomposición: primero, asfixiada por la falta de libertades y garantías individuales en los setenta y, una década después, acompañando la recuperación democrática.
Estas revistas dialogaron comprensivamente con hechos de su tiempo y se involucraron con sus demandas ideológicas y culturales. Pero su compromiso con las tradiciones culturales disponibles en cada época fue complejo: crítico en distintas intensidades (Nosotros, Crisis, Punto de Vista), autoproclamado vanguardista (Martín Fierro), afanoso de ser alternativa regeneradora (Hechos e Ideas), o transitando un áspero camino de autorreconocimiento frente al legado cultural de la guerra fría (Mundo Nuevo).
Las publicaciones periódicas en América Latina deben estudiarse en la perspectiva de solidaridad que las hermana: tienen una historia en común y su presente las acerca en sus experiencias vitales. Si la historia se interpreta como laboratorio de la política, el contenido de las revistas es un laboratorio donde se experimentan propuestas estéticas y posiciones ideológicas que, como instrumentos de la batalla cultural, se definen en función de los problemas que hicieron centrales pero también de aquellos que eligieron silenciar.
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