Cómo impacta en la vida de los menores que sus cuidadores estén en la cárcel
Según un informe de la UCA, tienen muchas más probabilidades de tener un mal desempeño escolar, de realizar trabajo infantil y de sufrir violencia. Mirá las infografías.
Foto: Pixabay
Niños, niñas y adolescentes que tienen a su padres, madres o adultos cuidadores privados de su libertad (Nnapes) tienen muchas más probabilidades de tener un mal desempeño escolar (el 75 %), de ser víctimas de violencia verbal (el 39 %) o de realizar trabajo infantil (el 58 %) que otros chicos y chicas de familias sin experiencia carcelaria y de su mismo nivel de ingresos, según un informe de la Universidad Católica Argentina (UCA). Las cifras surgen del estudio "Las múltiples vulnerabilidades que afectan especialmente a los niños, niñas y adolescentes con su padre, madre o algún referente encarcelado (Nnapes)", presentado el miércoles por el Barómetro de la Deuda Social de la Infancia de la UCA junto a la oficina regional para América Latina y el Caribe de Church World Service (Cwslac).
"Lo que se puede advertir es que son niños muchos más vulnerables en términos de pobreza e indigencia –pero también de déficit educativo y trabajo infantil– que chicos que nunca tuvieron a sus padres encarcelados, aun en las mismas condiciones de pobreza o de desventaja social", dijo a Télam la responsable del estudio, Ianina Tuñón.
Respecto de estos indicadores, las y los niños con madre o padre en la cárcel están incluso "bastante peor respecto a los que alguna vez tuvieron a alguno de sus padres presos" pero no los tienen actualmente. Esto indica que "cuando superan esta situación, de alguna manera se ven más protegidos" y sus condiciones de vida "tiende a equipararse a las de los pobres que nunca experimentaron esta situación", lo que demuestra que "el efecto encarcelamiento es muy importante". Se calcula que la población de Nnapes, en relación con el total de niños, niñas y adolescentes (NNA) del país entre 0 y 17 años, se mantiene estable entre el 1,3 % y el 1,7 % desde 2014.
Con base en esta información, se puede decir que aproximadamente 217 000 niños, niñas y adolescentes viven en hogares donde algún miembro de la familia se encuentra encarcelado, cifra que asciende a 700 000 cuando también se tiene en cuenta aquellos chicos y chicas que atravesaron por esta experiencia en el pasado pero ya la superaron.
El análisis realizado permite la comparación entre estos dos grupos, pero también con los chicos pobres o no pobres que nunca enfrentaron esta problemática familiar. Así, se observa que el 70,1 % de los hogares en los que viven los Nnapes se encuentran por debajo de la línea de pobreza y la probabilidad de ser pobres es el 40 % mayor para estos chicos y chicas en comparación con quienes nunca tuvieron a sus padres o madres presas.
Esa vulnerabilidad se confirma al ver que el 85 % de ellos y ellas viven en hogares pertenecientes a los estratos más bajos, valor que desciende hasta el 78,3 % para el caso de los chicos y chicas que están por debajo de la línea de pobreza pero pertenecen a hogares que nunca tuvieron un integrante en prisión.
También se observa que las configuraciones familiares de los Nnapes tienden a ser en mayor medida monoparentales (el 42,8 % contra el 25 % entre los que no atravesaron experiencias carcelarias en el hogar) y sus hogares están conformados como familias extensas, es decir que viven con abuelos, tíos u otros familiares (el 47,1 % versus el 31,7 %).
La población de Nnapes, sobre todo entre quienes transitan la primera infancia y la adolescencia (educación inicial y secundaria), registra mayor propensión a tener déficit educativo que quienes vivieron esta situación con anterioridad o que no lo hicieron nunca.
Así, las probabilidades de no asistir a la escuela o hacerlo con sobreedad se incrementa el 75 % entre los chicos y chicas con alguno de sus padres, madres o referente encarcelados, en relación con otros niños, niñas y adolescentes igualmente pobres pero que nunca transitaron una experiencia penitenciaria. "El déficit educativo está correlacionado con la pobreza pero también con la discriminación, porque estos chicos tienen que lidiar con una situación familiar que no es fácil explicar ni vivenciar sin que tenga consecuencias negativas para ellos. Esta problemática específica los coloca en una posición de desventaja para alcanzar mayores niveles de equidad (a partir de la escolarización)", dijo Tuñón.
Sin embargo, esta situación se revierte significativamente en el caso de los niños, niñas y adolescentes que se vieron afectados por una ausencia familiar por cuestiones penales en el pasado pero ya no en la actualidad: el déficit educativo se reduce el 30 % entre los chicos de 13 a 17 y en el 70 % para niños de entre 5 y 12 años en este otro grupo.
Por su parte, el trabajo infantil, ya sea doméstico o para el mercado, es el 42 % más habitual entre los Nnapes en comparación con los niños, niñas y adolescentes pobres que nunca tuvieron a un miembro de la familia encarcelado.
Hijos e hijas menores de 18 años de personas encarceladas son el 39 % más propensos a recibir agresión verbal y el 8,5 % lo es a recibir agresión física, si se los compara con chicos cuyos padres o adultos responsables nunca estuvieron presos.
Por otro lado, las y los Nnapes de todos los grupos etarios, estratos socioocupacionales y áreas geográficas tienen más probabilidades de recibir algún tipo de ayuda estatal que sus pares anteriormente en esa situación o que nunca la atravesaron, sean pobres o no (el 57,6 % contra el 54 % y el 54,7% respectivamente). "Es una de las poblaciones más protegidas por los sistemas de transferencia de ingreso –como AUH o la tarjeta Alimentar– por tratarse de una población con mucha incidencia de la pobreza", dijo Tuñón.
En definitiva, el informe muestra "cómo el encarcelamiento de un miembro del hogar se constituye como un factor de vulnerabilidad para el ejercicio de derechos de los niños, niñas o adolescentes, de manera simultánea y aditiva a los factores de riesgo ya existentes".
"Para los chicos, esta problemática implica una reducción de ingresos y un adulto menos en el hogar para afrontar estrategias de supervivencia, crianza y educación, pero también padecer los prejuicios y valoraciones negativas en torno al encarcelamiento, y empeora sus condiciones de pobreza porque la familia se ve discriminada para conseguir trabajo en su hábitat social y escolar", explicó. Es decir que el encarcelamiento de sus padres, madres o referentes opera como un "efecto extra que altera las condiciones de vida de los chicos y su potencial de desarrollo".
Para Tuñón, las instituciones que pueden contribuir a paliar esta situación son fundamentalmente la escuela y el sistema de protección social a través de "la incorporación de esta diversidad" con "un abordaje especial" que permita "prevenir de la discriminación y garantizar que estos chicos puedan encontrar en la escuela un refugio".
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